viernes, marzo 29, 2024
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Ignacio Manuel Altamirano, destacado escritor, maestro, diplomático, político, periodista y abogado mexicano

Entre sus obras se encuentran Clemencia, Navidad en las Montañas y El Zarco.

Hoy hablaremos de Ignacio Manuel Altamirano uno de los hombres más importantes del siglo XIX, ya que su labor no solo fue literaria sino que también influyo en su quehacer periodístico, su actividad política, militar, social, educativa y la construcción de la identidad mexicana. Nació La fecha exacta de su nacimiento es discutida solo se cuenta con una fe de bautismo donde esta registrada el 13 de noviembre de 1834 en Tixtla,una zona empobrecida y recóndita de Guerrero en la que aparece con el nombre Ignacio Homobono Serapio de un día de nacido. Sin embargo, Altamirano era supersticioso con los números y solía afirmar: “En 13 nací, en 13 me casé y en 13 me he de morir”, como consigna Fernando Tola de Habich.

Luis González Obregón, en 1894, realiza el primer acercamiento a la vida infantil de Altamirano. El escritor, con pluma ensayística, desglosa los orígenes míticos del tlixteco en un paraíso indígena en el que la naturaleza ocupaba un primer plano: el niño guerrerense desconocía el español y sus primeros aprendizajes fueron los de la tierra, jugando con los otros niños. En 1992, Jesús Sotelo Inclán realiza un análisis de la vida de Altamirano en los primeros años; apunta que la madre era mestiza, de ahí que no sea completamente dominante su supuesta ascendencia indígena.

La vida escolar de Altamirano comienza hasta los doce años; está marcada por los contrastes y diferencias sociales y raciales entre indígenas, mestizos y criollos; el propio Altamirano relata experiencias escolares de esta índole: de un lado se sentaban los hijos de los criollos y mestizos considerados “seres de razón” mientras que del otro, los “seres sin razón”, a saber, los indígenas.

Dado que el padre de Altamirano es nombrado alcalde indígena de Tixtla, el niño no tiene que someterse a estas opresiones. Sus puntos de vista sobre la educación y lo que más tarde consignará en varias de sus crónicas como parte del progreso del proyecto nacional, sin duda, se cimientan en muchas de las vivencias que encarnó el propio escritor. La civilización corría paralela a una buena educación primaria, cara a una nación que aspiraba a la grandeza. Fue discípulo de Ignacio Ramírez, El Nigromante.

En 1848, Altamirano concursa por una beca para estudiar en el Instituto Literario de Toluca, con lo cual el destino del niño indígena –ya adolescente– estaba a punto de cambiar. Padre e hijo caminaron durante varios días hacia el Instituto, Ignacio iba descalzo, llevaba los zapatos colgados en el cuello para no maltratarlos; cuando lograron llegar, el ciclo escolar ya había comenzado. Los estudios duraban aproximadamente cinco años; se enseñaban humanidades y ciencias con una concepción enciclopédica del conocimiento. Esta institución formaba parte del ideario liberal que ya se había colado en la educación a partir de 1824. Las contradicciones de la época no se hicieron esperar; había una suerte de sincretismo entre las ideas políticas liberales y las arraigadas concepciones religiosas de los alumnos; esto se reflejaría más tarde en la obra del autor, donde es significativa la presencia de ideas católicas en paralelo al pensamiento político republicano.

Esta etapa para el polígrafo fue estimulante, se desempeñó bien en latín y en francés, aunque estuvo a punto de ser expulsado luego de descubrírsele unos versos obscenos; al final, Juan Álvarez, su pariente político y protector, lo ayudó a permanecer en el Instituto. Durante el segundo año escolar, Altamirano se desempeña como bibliotecario, allí se nutre de los clásicos griegos y latinos: Horacio, Virgilio, Tito Livio, Cicerón, Plutarco, etc. En sus crónicas será constante la aparición de estas lecturas. La educación en el Instituto lo marca profundamente, sobre todo, por la influencia de Ignacio Ramírez, figura combativa que había que imitar. Ramírez ya había sido encarcelado por su periodismo crítico y había escandalizado a la Academia de Letrán con su acendrado ateísmo.

Altamirano mismo testifica que con Ramírez se enseñaba la literatura de otra manera: “Era en toda la amplitud de la palabra una enseñanza enciclopédica, y los que la recibimos aprendimos más en ella, que lo que pudimos aprender en el curso entero, de los demás estudios”. Más tarde en 1852, Ramírez es expulsado del Instituto por sus ideas radicales y el propio Altamirano también, debido a su participación en un periódico considerado subversivo que se llamaba Los Papachos.

A su salida del Instituto, el escritor pasa dos años entre Cuautla y Yautepec en el Estado de México. Los datos acerca de esta época son pocos, aunque gracias a la novela El Zarco, se presume que conoció detalladamente la zona. Al suscitarse la Revolución de Ayutla, se adhiere a sus filas. Cuando Santa Anna, ante las rebeliones en todo el país, ataca Guerrero, Altamirano es conmovido por sus convicciones contra la dictadura y por la agresión que ve sufrir a su tierra de origen. En 1855 triunfa la Revolución de Ayutla y Juan Álvarez es electo presidente de la república. El primer discurso cívico de Altamirano es escrito para Cuautla el 16 de septiembre de ese mismo año: el orador comenzaba su fervorosa participación política a través de la palabra en el púlpito. En este primer discurso, según Nicole Girón, ya se encuentra el germen de las ideas republicanas del escritor, así que éste dará pie a los intensos discursos que elaborará más tarde.

En 1856 ingresa al Colegio Nacional San Juan de Letrán a estudiar derecho con una beca que le otorga el presidente interino Ignacio Comonfort. Paralelo a sus estudios, va al teatro, lee los periódicos y escribe. En el Colegio de Letrán, se reúne con otros pensadores revolucionarios y escucha los discursos de Ignacio Ramírez, Melchor Ocampo, Francisco Zarco y todos los liberales que llegaron a dominar los debates que culminarían en la Constitución de 1857. Ignacio Comonfort es elegido presidente bajo esta carta magna, sin embargo, a fines del mismo año, el general Félix Zuloaga se pronuncia con el Plan de Tacubaya, que rechazaba la constitución. Comonfort renuncia a su juramento. A principios de 1858, Benito Juárez, hasta entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia, asumió la presidencia de la república de acuerdo con la constitución. Comenzó entonces la Guerra de Reforma o Guerra de Tres Años. A partir de ella, surgen dos gobiernos: el constitucional con Benito Juárez y el militar encabezado más tarde por Miguel Miramón. Juárez, después de pasar algún tiempo preso en Guadalajara, reinstala su gobierno en Veracruz y en 1859 dicta las Leyes de Reforma, nacionalizando los bienes de la iglesia. La guerra de Reforma dura hasta 1860.

Así en los escritos de Altamirano de 1857 y 1858 aparecen los recuerdos de los amigos con los que compartía intereses: Marcos Arróniz, Florencio María del Castillo, José Rivera y Río, los hermanos Juan y Manuel Mateos, Juan Díaz Covarrubias, Miguel Cruz Aedo, etc. En 1858, se gradúa con urgencia ya que debe volver a su tierra para cuidar y sostener a su familia. Más tarde regresaría al Colegio de Letrán pero como profesor de latín. Este mismo año escribe poesía, sobre todo, motivado por la muerte de una mujer de la que estuvo enamorado a la que en sus poemas llama Carmen. El amor imposible que caracteriza muchos de los textos del autor está influenciado por la imposibilidad característica de la estética romántica; esto, a su vez, es también parte de la novelística del escritor, en la que continuamente se nos muestran tramas relacionadas con amores idílicos.

Para 1859, dos de sus amigos, Juan Díaz Covarrubias y Manuel Mateos, son asesinados por los conservadores. Para Altamirano, esta es una muestra de cómo la facción enemiga actúa con deliberada crueldad. Un mes después, sin embargo, el escritor de 25 años, continúa con su vida y se casa con Margarita Pérez Gavilán. Una vez casado, Altamirano regresa a su tierra de origen. Algunos meses después, el autor recibe la autorización para ejercer su profesión en Guerrero. En 1860 decide unirse a las fuerzas comandadas por el general Jiménez y aunque no tiene una participación militar propiamente activa, se convierte en un voluntario y obtiene el reconocimiento de sus superiores. Hasta 1861 presta sus servicios como asesor militar en la División del Sur para ser nombrado, finalmente, diputado del Congreso de la Unión en Acapulco.

En 1860 los liberales triunfan sobre los conservadores. En 1861 el ejército reformista entra a la capital con el júbilo de la gente; a los pocos días, Benito Juárez toma el poder. Altamirano inicia una carrera fructífera en el parlamento; se consagra como orador cuando pronuncia su discurso contra la amnistía, un texto enérgico y brillante, en el que el escritor se declara contra un ideario cultural mexicano que siempre perdona a los traidores. Tanto el tono como la reacción del orador ante la amnistía son de carácter vibrante; en este texto se observa también su temperamento aguerrido; la voluntad de transformar y generar un México progresista y crítico que cimentará sus principios en la democracia y la lealtad. Debido a la audaz oratoria de Altamirano, de “estirpe jacobina” se le llama el “Marat de los puros”. Altamirano admira a los revolucionarios franceses, de ahí que su oratoria se encuentre impregnada de muchas de las ideas recogidas allí; la postura de Altamirano contra la superstición, por ejemplo, forma parte de las apropiaciones francesas que el autor incorporó a su ideario. Tal vez, por ello, también en su novelística se lea esa impronta de la razón ilustrada francesa.
Después del triunfo de la República fundó El Renacimiento, pero como periodista también fundó El Correo Mexicano, El Federalista, La Tribuna y La República.

Es en estos años que el parlamento exige a Juárez las reformas acordes con los principios liberales, pero la república aún no triunfaba y México se encontraba en una grave crisis financiera que Inglaterra, España y Francia se cobraron por la fuerza con los fondos de la aduana de Veracruz. Napoleón III estaba decidido a imponer una monarquía en México, unido a las fuerzas conservadoras. Aprovechando la guerra de Secesión en Estados Unidos, que impedía la posible ayuda de los norteamericanos en caso de una situación bélica, los franceses dieron comienzo a la guerra en 1862. Altamirano tiene entonces una intensa actividad política: escribe artículos en El Monitor Republicano y en El siglo XIX, apoya a los liberales en Guerrero y participa activamente en las batallas hasta ser nombrado coronel, aún sin tener carrera militar. En 1867 la guerra finaliza con la victoria republicana. En su diario en 1869, Altamirano registra su encuentro con Maximiliano cuando ambos estaban enfermos de disentería, la cordialidad del emperador lo hace escribir positivamente sobre él en su diario.

Con respecto a la literatura, Altamirano escribe en la introducción a la revista literaria El Renacimiento: “¿Quién no ha observado que durante la década que concluyó en 1867, ese árbol tan frondoso de la literatura mexicana, no ha podido florecer ni aún conservarse vigoroso, en medio de los huracanes de la guerra?” En La expresión nacional, José Luis Martínez dice de Altamirano que es “el espíritu más noble y lúcido con que contó la literatura mexicana en el siglo XIX» y que El Renacimiento es “el documento que mejor sintetiza el carácter literario y aún cultural de toda una época».En cierta forma, estas citas dejan ver a Altamirano como fundador de una nueva visión sobre la literatura: encarna el espíritu histórico volcado en las letras, nos permite ver que el arte estaba imbricado con la política y que la construcción de la identidad y del progreso estaban en el arte mismo.

José Luis Martínez realiza una división de cuatro etapas literarias fundamentales en esta época: la primera comandada por Lizardi, la segunda por Andrés Quintana Roo, la tercera por Altamirano y la cuarta por la generación modernista. En el escritor culminan, por un lado, las apropiaciones románticas del XIX, las del Realismo y la búsqueda de una escritura histórica encausada a la conciliación de las fuerzas políticas y el nacionalismo. Ya para entonces, Altamirano podía dedicarse de lleno a sus actividades culturales. Funda asociaciones, periódicos y revistas y realiza una actividad intensa en pro de la educación que incorporará las ideas liberales que había predicado hasta entonces.

En El Renacimiento se ven las posturas avanzadas de Altamirano, allí se consigna una nueva visión en torno a la cultura; en este sentido, la intensa actividad periodística del escritor resulta fundamental en la construcción del escenario nacional. Para Altamirano, la literatura implicaba, además, una forma de educar y de transmitir valores. Es así que de 1867 a 1889 escribe sus novelas que tenían como fin incorporar estas ideas a las tramas. En El Renacimiento aparece, por entregas, su primera novela Cuentos de invierno. En 1869 aparece Clemencia en forma de libro aunque también fue publicada por entregas el mismo año. En 1870 publica, en el Siglo XX, Una noche de julio, llamada Julia diez años más tarde, como parte de los Cuentos de invierno. Antonia aparece en las páginas de El Domingo en 1872. Póstumamente se publican su novela Atenea y El Zarco, que aparece hasta 1901.

Otra de las vertientes de la escritura literaria de Altamirano son sus ensayos, en ellos ofrece una historia de las letras en el siglo XIX, desde 1821 hasta 1883 registra y evalúa los acontecimientos, libros y personalidades más ilustradas; y dibuja, en cierto modo, las coordenadas del canon de la literatura decimonónica mexicana. También escribe ensayos sobre literatura extranjera, crónicas teatrales y artículos críticos. En 1872 muere Juárez y es sucedido, temporalmente, por el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Lerdo de Tejada. Después del interinato, en 1880 resulta electo Manuel González; hasta que en 1884, Porfirio Díaz accede a la presidencia, siendo reelecto en 1888. En estos años en los que la democracia se ve impedida, Altamirano sufre una suerte de marginación hasta en el periodismo, desde 1885 abandona La República. Altamirano registra en su diario de entonces apuntes depresivos mezclados con sus dolencias físicas debido a la disentería, la diabetes y la tuberculosis. En 1889 es designado cónsul general de México en España, pero a inicios de 1890, insatisfecho con el clima cultural español, cambia con Manuel Payno el cargo y se traslada a París. En 1891, viaja a San Remo Italia y, acosado por la enfermedad, muere el 13 de febrero de 1893 trabajando para el servicio diplomático, sus restos se depositaron en la Rotonda de las Personas Ilustres en la Ciudad de México.

Fue profesor de la Escuela Nacional Preparatoria, en la Escuela Superior de Comercio y Administración y en la Escuela Nacional de Maestros. Fundó el Liceo de Puebla y la Escuela Normal de Profesores de México. Fue maestro de Justo Sierra y Manuel Acuña, entre otros.En su carrera política ocupó el cargo de diputado defendiendo la educación primaria gratuita, laica y obligatoria. Fue miembro del servicio diplomático, desempeñándose como cónsul en Barcelona y París.

Entre sus obras literarias destacan:

Antonia y Beatriz.

Atenea.

Clemencia.

Crónicas de la semana.

Cuentos de invierno.

El Zarco.

La literatura nacional.

La Navidad en las montañas.

Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México.

Rimas.

Celebérrima y Enciclopedia de la Literatura en México

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