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Malinche: el musical madrileño que quiere contar la historia de México.

Hay obras que deslumbran por su producción y otras que te hacen reflexionar por su discurso.

Malinche, el musical de Nacho Cano, intenta ser ambas, pero termina debatiéndose entre el esplendor del espectáculo y la fragilidad del rigor histórico. Es un show monumental, sí, lleno de música, baile y tecnología, pero también una lectura europea de la historia mexicana que deja grietas difíciles de ignorar.

Desde el inicio, el guion comete errores que cualquier amante de la historia detecta de inmediato.

Se afirma que “América ya era América” antes de llegar en 1492, cuando el continente ni siquiera tenía nombre. Nuestros pueblos lo conocían como Anáhuac, un territorio sin fronteras precisas, un mundo vivo aún sin definirse.

Y se cita a Pedro de Alvarado diciendo que “América era un mundo sin pasado y con mucho futuro”: una frase tan falsa como ofensiva, pues antes del contacto europeo existían civilizaciones con calendarios, arquitectura, astronomía y pensamiento filosófico avanzados. Sin mencionar que muchos autores describen a Alvarado como un hombre muy ignorante.

Luego, el texto asegura que una profecía anunciaba que Malinche sería “reina de México”. A pesar de que es verdad que la Anahuac tiene muchas profecías a su alrededor, ninguna menciona que la malinche seria reina de algo. Pero, además, México no existía ni como país ni como concepto político en el siglo XVI sino hasta el XIX.

Malinche: el musical

La palabra Méxihco hacía referencia a lo “relativo a los mexicas”, mientras que Tenochtitlán —la gran ciudad— significaba “lugar donde habita el dios Tenoch” o “tuna de piedra”. La célebre interpretación de “en el ombligo de la luna” surgió mucho después, producto de una lectura idealizada del fraile Motolinía, no de los pueblos originarios. Fue una metáfora poética para describir un sitio sagrado, jamás un reino ni una nación. Pero la palabra México da para todo un ensayo… o quizá para otra obra de teatro.

Se suma otra licencia cuando el espectáculo muestra a Moctezuma fumando un “puro”. Los registros indican que el tlatoani fumaba cacao, no tabaco, y mucho menos en la forma de un puro moderno.

Además, se atribuye a Diego de Velázquez la invención de palabras como pozole o comisión, algo sin ningún fundamento histórico: Velázquez fue gobernador de Cuba, no un creador lingüístico.

Y para rematar, el musical presenta flamenco como si fuera una manifestación artística del siglo XVI.

El flamenco, tal como se ve en el escenario, nació hasta el siglo XIX, producto del mestizaje cultural andaluz. En tiempos de Cortés, ni siquiera existía España como la conocemos hoy: era Castilla e Imperio Español, no un país unificado bajo la identidad moderna que el espectáculo sugiere.

No se vale contar una historia del siglo XVI con los mismos marcos conceptuales del siglo XVI, donde la evangelización es “lo bueno” y los españoles son “los héroes”. Esa visión caduca empobrece el relato y lo aleja de una mirada crítica contemporánea.

Pero sería injusto negar los méritos de Malinche. El flamenco, interpretado con fuerza por Daniel Torres Merino, es un torbellino escénico.

Malinche: el musical

Javi Mota encarna a Hernán Cortés con intensidad; Alan Hernández logra un Moctezuma digno, humano, poderoso; y el trío de intérpretes de Malinche —Mariel Torres, Luisa Buenrostro y Karen Fonseca— llena el escenario con talento, presencia y emoción.

La producción es impecable: audio, luces, coreografías y pantallas ofrecen una experiencia sensorial completa. Además, las experiencias gastronómicas y de mixología VIP hacen del espectáculo un evento inmersivo. Eso sí, un consejo práctico: los asientos centrales son los ideales, ya que desde los laterales se pierde parte (mucho) del contenido visual y textual.

En esencia, Malinche no es una fuente de información, sino una fantasía escénica.

Es una interpretación libre —y en ocasiones ingenua— de una mujer que no fue traidora ni conquistadora, sino un puente humano entre dos mundos que apenas comenzaban a entenderse.

Como escribió el historiador Juan Manuel Zunzunegui: “El primer mexicano fue Martín Cortés, el hijo de Malintzin y Hernán”. Ese punto, al menos, el musical acierta en recordarlo.

Eso sí: Malinche cumple su función como fuente de entretenimiento, y en ese sentido invito a todos a acudir al teatro, a vivir cualquier tipo de espectáculo. Si lo que buscan es disfrutar de montajes que narren la historia de México desde una mirada nacional, existen otras propuestas igualmente poderosas —como Las Meninas, de quienes en Vivid Stage hemos hablado varias veces— que reivindican nuestra memoria desde el arte hecho en casa.

Vivan el teatro y los productores mexicanos. No necesitamos esperar a que lleguen españoles a contarnos nuestras historias: tenemos el talento, la herencia y la voz para narrarlas desde adentro, con la verdad y la pasión que nos pertenece.

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