La Química orgánica, teórica y sobre todo experimental, de finales del siglo XIX no se imagina sin él
Adolf von Baeyer, nació el 31 de octubre de 1835 en Berlín Alemania y falleció el 20 de agosto de 1917; fue un químico y premio Nobel de química en 1905. Es reconocido por las investigaciones que llevó a cabo sobre la estructura y la síntesis artificial de numerosos compuestos orgánicos. En suma, descubrió la fenolftaleína y la fluoresceína. Baeyer es conocido sobre todo por la síntesis del índigo.
Su padre fue un militar llamado Jakob Baeyer, y creador del sistema europeo de medidas geodésicas. Desde temprana edad Adolf demostró gran interés por la química. Su curiosidad e inteligencia le permitió con sólo doce años de edad sintetizar y aislar por vez primera una sal doble de cobre. Al terminar sus estudios de secundaria ingresó a la Universidad de Berlín para estudiar física y matemáticas. En 1856 se incorporó al laboratorio de Robert Bunsen en Heidelberg. Un año después publicó los resultados de varios estudios acerca del cloruro de metilo (CH3Cl). En el año de 1858 fue el primer ayudante de investigación de August Kekulé. El conocimiento de este químico fue muy provechoso en química orgánica.
Baeyer inició estudios sobre el ácido úrico que le condujeron a la síntesis del ácido bartibúrico. Luego, se desempeñó como profesor en la Universidad de Berlín en 1860. Gracias a sus largas jornadas en el laboratorio descubrió que cuando una molécula compleja era sometida a altas temperaturas en presencia de cinc en polvo, podía ser fragmentada. Dos de sus discípulos: Carl Graebe y Karl Liebermann, desentrañaron la estructura de la alizarina, un colorante rojo de la raíz de la tinctorum usado para teñir los uniformes del ejército francés.
Luego de diecisiete años de estudios e investigaciones, halló la síntesis del índigo, una tintura azul intensa obtenida a partir de las hojas y los tallos de la indigofera tinctorum. Así que, realizó una la síntesis entre 1878 y 1882. No fueron empleados con fines comerciales aunque, hoy en día este colorante es necesario en la industria textil. Gracias a esto recibió la Medalla Davy de la Real Sociedad de Londres en 1881.
A finales del siglo XIX había unos 7 000 kilómetros cuadrados de plantaciones de añil, y se producían unas 19 000 toneladas anuales del lujoso tinte… pero los días de la Indigofera tinctoria, los precios descabellados y la exclusividad del añil estaban contados. El responsable difuminaría los límites entre lo sintético y lo artificial y destruiría el misterio del añil: Adolf von Baeyer.
Una vez doctorado, se dedicó a profundizar en la naciente Química orgánica en general, y a investigar sobre los tintes en particular. En 1865 se propuso analizar el añil como compuesto químico, determinar qué le proporcionaba ese magnífico color y, si era posible, obtener esa molécula tan peculiar de manera artificial, en su laboratorio, a partir de sustancias más simples, como las procedentes del alquitrán de hulla (que se obtiene del carbón).
Von Baeyer era inteligente y capaz, pero por encima de todo –como otros científicos que han aparecido y seguirán apareciendo en esta serie– era un experimentador de primera categoría por su meticulosidad y persistencia. Adolf continuo probando distintos métodos y sustancias iniciales diferentes, estableciendo propiedades y errando en los productos durante nada menos que trece años –durante los cuales, por supuesto, también realizó experimentos en otros campos.
En 1868 se casó con Adelheid Bendemann. En 1871 obtuvo una plaza en la Universidad de Estrasburgo, que dejó dos años más tarde para iniciar como Catedrático en la Universidad de Munich. Gozó de un moderno laboratorio. Realizó estudios sobre el acetileno y el poliacetileno, trabajos con el benceno y los terpenos cíclicos, por otro lado, definió la Teoría de la Torsión, básicamente esta nos permite entender por qué los de cinco y seis carbonos son los compuestos cíclicos existentes más estables.
En 1878, el alemán consiguió por fin su propósito. Haciendo reaccionar 2-nitrobenzaldehído con acetona en un ambiente básico, obtuvo una molécula que suena vulgar, pero tiene propiedades extraordinarias: C16H10N2O2, es decir, la molécula de indigotina… el añil. La estructura de sus enlaces y la forma casi plana de la indigotina hacen que absorba una enorme cantidad de radiación en el naranja, reflejando lo que resulta ser un color difícil de expresar –de ahí que se le haya dado su propio nombre–.
Aunque el primer proceso desarrollado por von Baeyer no era viable comercialmente, la importancia de su logro es enorme: utilizando reacciones químicas fue capaz de replicar una sustancia hasta entonces casi mágica, considerada por muchos como algo únicamente posible como producto natural. El abismo entre lo vivo y lo no vivo, lo natural y lo artificial, sufría un golpe más a finales del XIX –y no sería el único–. El mundo no sería el mismo.
La utilidad de este compuesto en la Química es enorme, no por su belleza sino porque es un indicador del carácter ácido o básico de una sustancia, y permite realizar medidas muy exactas en reacciones de neutralización entre ácidos y bases. Una vez más, von Baeyer y la química de los colores, aunque en este caso con una importancia más científica que industrial. Y, una vez más, descubrimientos que pueden no ser revolucionarios en el plano teórico, pero de gran utilidad y como consecuencia del trabajo constante e incansable a lo largo de toda una vida.
Porque von Baeyer realizó muchas otras aportaciones a la Química orgánica a lo largo de los años, y es por toda esa vida en un laboratorio que se le otorga el Nobel de 1905: moriría sólo doce años más tarde, y los descubrimientos por los que se le concede el premio son muchos años anteriores a 1905. El Nobel de química se lo otorgaron por su aporte a la química orgánica mediante los colorantes químicos. Ese mismo año, cumplió setenta cumpleaños, y varios de sus artículos fueron publicados en importantes revistas científicas.
Los aportes a la química fueron: el primero en sintetizar el indol, una de las sustancias que proporcionan el fétido olor a los pedos, descubrió el ácido barbitúrico y otros derivados del ácido úrico, obtuvo un pigmento fluorescente denominado fluoresceína, contribuyó a deshacer algunas divisiones entre compuestos que hasta entonces se consideraban completamente diferentes, estableciendo conexiones entre compuestos alifáticos y aromáticos… vamos, que es difícil entender la Química orgánica, teórica y sobre todo experimental, de finales del siglo XIX sin él.
La muerte lo sorprendió en su casa de campo de Starnberger See un 20 de agosto de 1917.
Con información de Historia-Biografía, El Tamiz y MCN Biografías