Por Chica Única
Anoche vi algo que me rompió. A mí. A muchas. A todas. A las que vivimos con miedo. A las que fingimos que no tenemos miedo. A las que nos han dicho que exageramos. A las que alguna vez dijimos “ya me van a matar” como una forma de espantar el miedo. A las que, como Valeria Márquez, no pensaron que realmente las iban a matar. Y sí: la mataron.
Valeria era influencer, emprendedora, tenía una estética, una vida propia. Anoche fue asesinada mientras transmitía en vivo desde ese lugar que ella construyó, y desde donde minutos antes había contado que alguien muy raro la había ido a buscar con un “regalo muy costoso” que sólo podía entregársele personalmente. ¿A quién le parece eso normal? ¿A quién no le suena eso a amenaza velada, a trampa? Ella lo supo, lo sintió, lo dijo: “Ya me van a matar”. Y aún así se quedó.
Y aquí empieza el infierno: la culpa. Que por qué no se fue. Que por qué no huyó. Que si ya sabía que la buscaban, que si ya se sentía rara, que si dijo que tenía miedo… entonces por qué no corrió. Como si fuera tan fácil. Como si nos enseñaran desde niñas a escapar. Como si no nos dijeran toda la vida que exageramos, que no es para tanto, que no hay que ser intensas.
Pero ¿qué se supone que debía hacer? ¿Cerrar su estética? ¿Abandonar su fuente de ingresos? ¿Renunciar a sus sueños porque alguien la estaba acosando? ¿Se dan cuenta del nivel de violencia que eso implica? Porque sí, Valeria ya había hecho público en redes que enfrentaba ciertas agresiones y actitudes violentas por parte de su ex pareja: que la mandó sacar de un bar, que la amenazó, que le escribió “ya verás”. Y aunque aún no hay una versión oficial que lo señale como autor intelectual del feminicidio, esa historia previa sí explica por qué tantas personas hoy lo vinculan en redes con su asesinato.
Y otra vez: no es que sepamos con certeza quién la mató. Eso le toca a la Fiscalía. Pero lo que sí sabemos —porque ella misma lo dijo— es que tenía miedo. Que ya había sido violentada. Que se sentía vulnerable. Y aún así, se quedó.
Y es que, ¿qué opciones tenía? ¿Abandonar todo? ¿Dejar su trabajo, su estética, su esfuerzo, sus espacios? ¿Cambiar de ciudad, de rutina, de nombre? Porque si cedía al miedo, entonces tendría que irse de todo lo que había construido. ¿Y todo por qué? Porque alguien no sabe aceptar un “ya no”.
¿Alguna vez han escuchado que un hombre tenga que abandonar su empresa, su casa, su vida entera… por miedo a una ex novia? Tal vez haya alguno. Uno en un millón. Pero las mujeres lo hacemos más seguido de lo que este país admite. Cambiamos rutas, dejamos trabajos, evitamos subir historias, nos mudamos. Y cuando no lo hacemos y nos pasa algo, entonces es nuestra culpa.
“Ya tenía miedo, ¿por qué no se fue?”.
Porque no podemos vivir huyendo. Porque no es justo que nos pidan dejarlo todo por miedo. Porque si lo hacemos, nos matan en vida. Y si no lo hacemos, también.
Y para acabar de pudrirlo todo, ahora también están culpando a la amiga que aparece al final del video viral, la que toma el teléfono de Valeria para detener la transmisión después de los disparos. Que si no estaba tan alterada. Que si eso es sospechoso. Que si fue cómplice. ¡¿En serio?! Esa chica intentó evitar que la imagen del cuerpo sin vida de su amiga siguiera transmitiéndose en TikTok, como si fuera contenido. Como si no hubiera ya suficiente dolor.
Esto no es una historia de redes. Es un feminicidio.
Lo más cruel es que incluso muerta, a Valeria le siguen exigiendo que sea la prudente. La que se fue a tiempo. La que no confió. La que no trabajó. La que no se expuso. La que se escondió.
Y mientras tanto, nosotras seguimos aquí, existiendo como podemos, sobreviviendo como nos enseñaron, y preguntándonos cuántas más.