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Las maestras, una figura de crianza real

¿Alguna vez le dijiste “mamá” a una maestra? Yo sí.

Y no cualquier “mamá” casual, no, fue un “MAMÁÁÁÁ” así, fuerte, en medio del salón. Mis compañeros se rieron, se burlaron, me recordaron por semanas que ya no tenía madre, sino dos. Una biológica y otra de matemáticas. Y aunque en ese momento sentí que quería que me tragara la tierra y me escupiera en otro grupo, hoy lo veo con otros ojos.

Esa vergüencita infantil que me acompañó hasta la adultez y que algunos amigos todavía sacan en la peda con “¿te acuerdas de tu mamá la Mago?”, no era más que el resultado de una verdad que nadie nos explicó en su momento: las maestras han sido para muchos, muchas, muches, una figura de crianza real.

Sí, nos enseñaron a sumar, a conjugar, a ubicar los estados en el mapa, pero también nos enseñaron a compartir la cartulina, a no ser gandallas, a guardar silencio cuando alguien más hablaba, a lavarnos las manos antes del recreo. Nos cuidaban si llegábamos sin desayunar, si llorábamos porque se nos olvidó la tarea, si alguien nos hacía bullying (aunque no se llamaba así en ese entonces).
Y claro que esto no sólo lo hacen las maestras, también lo hacen muchos maestros (¡saludos al profe Fabián!), pero hoy me quiero detener en ellas, en las que, por años, han sido doblemente educadoras: en casa y en la escuela.

Porque, ¿qué otra profesión tiene tantos memes diciendo “Maestra, usted es como mi segunda mamá”? Y eso, aunque suene cursi, no es gratuito. Tiene historia, tiene género, tiene carga emocional y social. Muchas de ellas, las mismas que nos enseñaban con paciencia a dividir, llegaban a casa a revisar tareas de sus propios hijos, a hacer comida, a multiplicarse como si fueran Excel con macros. Y además, con su característico lápiz rojo, corregían al mundo.

Hoy, en el Día del Maestro (o mejor dicho: el Día de la Maestra y el Maestro), quiero hacer un reconocimiento muy especial:
A todas las mujeres que han enseñado desde el aula y hoy enseñan desde otros espacios de poder.

Y sí, voy a hablar de política. En Puebla, por ejemplo, tenemos a la Mtra. Laura Artemisa García Chávez, presidenta de la Junta de Gobierno y Coordinación Política del Congreso. Y se agradece que una maestra llegue a ese lugar.

Una maestra en el Congreso no está para dar clases, está para hacer leyes con mirada pedagógica, con empatía y con conocimiento de causa. Porque no es lo mismo legislar desde el privilegio que desde el aula.

Y qué mejor que alguien que viene de ahí, que sabe lo que se necesita en una escuela rural, lo que viven las y los docentes con doble turno, con techos rotos y salones sin internet. Laura Artemisa no improvisa cuando habla de educación. Ella ha estado ahí, en la trinchera que es enseñar en México. Y ahora, desde una curul, puede convertir esa experiencia en leyes, en presupuestos, en políticas públicas que transformen realidades.

Así que hoy, celebremos a todas las maestras: las que siguen frente al grupo, las que cambiaron el gis por la política, las que educan con ternura radical, y sí, también a la Mtra. Mago, a quien por accidente llamé mamá y que, sin saberlo, me enseñó más de lo que decían los libros de texto.

Gracias por tanto, profes. Y si alguien te vuelve a decir que dijiste “mamá” en clase, di con orgullo: pues claro, ¡las maestras son otra forma de maternidad colectiva!

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