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Y si no vuelvo, mamá me va a buscar

Este 10 de mayo no todas las madres reciben flores y canciones. Algunas caminan cerros buscando huesos. Y eso, en México, también es maternidad.

Hoy es el día nacional de las flores, de los desayunos sorpresa, de las cartitas hechas con plumones, de los bailables mal hechos y del trillado “señora, señora”. Es un día sagrado para este país: el día de la madre.

Pero yo quiero usar este espacio para hablar de esas mamás a las que este día no les regalan nada… porque no tienen quien les celebre. Quiero hablar de las madres buscadoras.

Sí, esas mujeres que no están arreglándose para que las lleven a un lugar lindo a desayunar, ni esperando un pastel, sino en los cerros, con un palo, escarbando tierra esperando encontrar a su hijo. Así, literal. Suena crudo. Porque lo es.

Porque ser madre es también entregarte sin medida, pero ser madre buscadora es desgarrarte hasta el alma. Es renunciar a la esperanza de que tu hijo vuelva con vida, y al mismo tiempo no perderla del todo.

Yo no soy madre. Tampoco he perdido un hijo. Pero soy hija de una gran mujer, de una madre que me crió con amor y que, estoy segura, si yo un día no regreso, me buscaría hasta debajo de las piedras. Abandonaría su vida para rastrear los últimos momentos de la mía. Y sólo imaginarla así, me desgarra.

Ser madre ya es una tarea sobrehumana. Ser madre buscadora es vivir con el corazón partido todos los días. Es amar con rabia. Es abrazar el recuerdo. Es pelearle al gobierno, a la impunidad, al miedo, al crimen, a la soledad, a la indiferencia y a una sociedad que no para de pronunciar frases como “seguro andaba en malos pasos”.

Como si eso borrara el amor de una madre. Como si a una mamá se le caducara el derecho a llorar a su hijo por sus decisiones.Y, además, seamos francas: esa generalización es cruel y falsa. No, no todos los desaparecidos estaban “metidos en algo”. Muchos sólo estaban en el lugar y momento equivocados.

En este país —donde se mata y se desaparece con más frecuencia con que se abraza—, las madres buscadoras no tienen descanso. Su 10 de mayo es caminar kilómetros con el sol en la espalda, cargando una pala que no es tan pesada como el dolor. No hay desayuno sorpresa. Hay huesos. No hay serenata. Hay silencio. No hay abrazo. Hay revictimización.

Desde mi pluma, les mando un abrazo literario a esas madres que hoy no recibirán uno físico. A esas que ya no celebran, pero que aún aman.

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