En este rincón de mundo, en el que el tiempo se deshilacha como niebla entre ramas, ocurren reencuentros. En calles anónimas hechas para máquinas, entre casas que bostezan al ver al sol de tarde, donde el aire está hecho de seda y las luces son refugio de campanas. El amante, fatigado de los días que caen como abismos sobre el alma, se detiene, cada vez, ante el milagro sin aviso: allí está ese objeto de su deseo, un reencuentro, el incendio que galopa como rocío que endereza las flores a punto de quebrase. Entonces el mundo se hace leve y eleva sus destellos.
Nada se dice, pero las presencias acercándose bastan para que el universo se incline. A los encuentros subyacen reencuentros que nacen del dolor acumulado en el vientre del amante, la larga fila de renuncias, las noches gastadas entre promesas que asemejan fantasmas. Todo se disuelve en agua salada. Pero la presencia del otro lo contiene todo: perdón, descanso, eco suave de un nombre aún sin pronunciar. Un instante fundante, el alargamiento de la respiración, la profunda mitad del desierto sobre sí mismo. Nadie mira, una nada escucha, esa soledad de origen eleva cortinas, dos se encuentran con rapidez felina, máscaras indiscretas, la verdad en equilibrio latente, las posiciones abiertas y cada vértice uniéndolos.
Las manos extendidas no piden nada sino ofrecen. Los ojos son certezas mundanas, el quiebre lunar hace que dos sean una unidad en este el mundo indómito. El amante y el objeto, ¡amantes al fin!, cambiaron de campo de batalla y un pecho sincero unido fue el rumor de viento que quedó, pasos sin silueta ni alfombras, ternura desnuda que invadía aquel bálsamo antiguo. Fue refugio, paréntesis, el universo en un vuelco, el fracaso dormido, la pena hecha girón.
Y aunque la brevedad era lo propio, la mariposa alcanzó a la flor, el instante ocurrió sin espectáculos, el encuentro fue reencuentro, los amantes el amante, el mundo mi mundo y tu mundo.
Todavía la grandeza abre sus ojos al mundo y une miradas, manos que engendran, cuerpos que pecan para que regresen los privilegios. El amante regresó a su camino. El objeto alargó la búsqueda. Aquellos amantes fueron. Ya no era deseo, era ternura que inauguraba el rincón otra vez. La nada conquistaba su lugar como refugio del encuentro de amantes. Aunque fuese un suspiro simplemente. Aunque fuese un encuentro. ¡Aunque fuese el reencuentro!
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