Este 25 de noviembre ser recuerda la tragedia de las hermanas Mirabal que sufrieron la violencia de género en República Dominicana a manos del dictador Rafael Trujillo. Fueron tres mujeres que nacieron en Salcedo, República Dominicana y fallecieron en La Cumbre, entre Santiago y Puerto Plata, el 25 de noviembre de 1960.Quiénes fueron tres activistas dominicanas que murieron asesinadas por el dictador Rafael Leónidas Trujillo. Ellas fueron Patria que nació el 27 de febrero de 1924; Minerva el 12 de marzo de 1926 y María Teresa el 14 de octubre de 1935.
Se criaron en Ojo de Agua, una sección de Salcedo, en un medio rural acomodado. Su padre, Enrique, exitoso hombre de negocios, las hizo estudiar como internas en el Colegio Inmaculada Concepción de La Vega, regido por monjas españolas de la Orden Franciscanas de Jesús. Un mundo equilibrado y feliz.Pero Trujillo habría de acabar con todo. Y también, entre tantos atropellos, con casi toda la fortuna de Enrique Mirabal. De jóvenes se sumaron a un grupo político opositor al trujillismo conocido como «Agrupación Política 14 de Junio», donde eran conocidas como Las Mariposas, su hermoso nombre de guerra. Minerva y María Teresa fueron apresadas en varias ocasiones, sometidas a torturas y violaciones. Trujillo fue uno de los dictadores más sangrientos de la historia, responsable del genocidio de los haitianos que vivían cerca de la frontera. Asesinó a treinta mil dominicanos, otros pudieron escapar al exilio.

A pesar del acoso a que sometió a las hermanas, ellas mantuvieron firme su decisión de contribuir a la caída del tirano. Y Trujillo decidió mandarlas a matar El 18 de mayo de 1960, las hermanas Minerva y María Teresa habían sido juzgadas en Santo Domingo. Lo mismo hizo con sus esposos. Los cargos eran atentar contra el Estado dominicano. Fueron encarcelados de inmediato por jueces tan corruptos como la dictadura a la que servían. Por disposición expresa de Trujillo sacaron a las hermanas de la cárcel y fueron puestas en libertad. Esto ocurrió el 9 de agosto de ese año. Trujillo, tenía un interés sádico en las hermanas ya que una vez sueltas les mandó la policía secreta y comenzó a recibir informes sobre todos sus movimientos. La situación Internacional del dictador no era buena y se lo responsabilizó del atentado contra el presidente venezolano Rómulo Betancourt. La OEA le dio la espalda al régimen y lo sancionó económica y diplomáticamente; llama la atención la ausencia de sanciones anteriores.
Trujillo le ordenó al General Pupo Román que hiciera desaparecer a las Mirabal usando el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), a cargo de Cándido Torres Tejeda (el jefe zonal del SIM era Víctor Alicinio Peña Rivera). La primera medida fue trasladar a los esposos presos a la cárcel de Salcedo, cercana a la casa de las hermanas. Las órdenes de Torres Tejeda a Peña Rivera eran las siguientes: «…la «Justificación del traslado será el descubrimiento de armas clandestinas dirigidas al movimiento que ellos encabezan, la idea es que ellos nos ayuden a determinar si las personas apresadas las pueden identificar como miembros del movimiento, una vez terminado esto les puedes decir que serán regresados a Salcedo de nuevo. Una vez trasladados les prepararás una emboscada en la carretera a las Hermanas Mirabal, deben morir y se simulará un accidente automovilístico, ese es el deseo del jefe».

Los intentos fueron dos, la primera y la segunda vez que las trasladaron para ver a sus esposos viajaban con niños y postergaron la ejecución. Recién el 25 de noviembre las muchachas fueron solas y acompañadas de su hermana Patria y del chofer Rufino de la Cruz. Y el sangriento plan se llevó a cabo.
El final de las tres hermanas y del chofer Rufino de la Cruz fue el comienzo del ocaso de Trujillo. En 1576 Etienne de la Boétie había escrito: «Que se pongan a un lado y a otro a mil hombres armados, unos luchando por su libertad, los otros para quitársela: ¿de quiénes creéis que será la victoria?», las Mirabal lucharon por la libertad de la República Dominicana. El día de su muerte y en su honor, cada año se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

El Chivo cae
Vargas Llosa las retrata en su novela La fiesta del Chivo. El dictador creyó que sin las Mirabal todo iría mejor en su política interna. Sin embargo, el crimen causó horror en la sociedad dominicana, que cada vez tomó más conciencia del régimen y se alejó de Trujillo. El genocida fue asesinado el 30 de mayo de 1961, a las 9:45 de la noche, en el km. 9 en la carretera de Santo Domingo a San Cristóbal. Su auto recibió sesenta balazos, siete de los cuales dieron en el blanco.
Después de apresarlas, las condujimos al sitio cerca del abismo, donde ordené a Rojas Lora que cogiera palos y se llevara a una de las muchachas. Cumplió la orden en el acto y se llevó a una de ellas, la de las trenzas largas, María Teresa. Alfonso Cruz Valerio eligió a la más alta, Minerva, yo elegí a la más bajita y gordita, Patria, y Malleta al chofer, Rufino de La Cruz. Ordené a cada uno que se internara en un cañaveral a orillas de la carretera, separadas todas para que las víctimas no presenciaran la ejecución de cada una de ellas. Traté de evitar este horrendo crimen, pero no pude, porque tenía órdenes directas de Trujillo y Johnny Abbes García. De lo contrario, nos hubieran liquidado a todos.(Testimonio de Ciriaco de la Rosa, uno de los asesinos, ante el tribunal, junio de 1962).

«La fiesta del Chivo» (Alfaguara, 2000) es posiblemente el último gran libro de Mario Vargas Llosa. No sólo por el brillante estilo de las tres historias que contiene –y que es sólo una–: también por la reconstrucción (perfecta obra de relojería) del plan de la resistencia para matar al tirano Rafael Leónidas Trujillo, amo y señor de horca y cuchillo que gobernó a la República Dominicana desde el 16 de agosto de 1930 hasta la noche del el 30 de mayo de 1961, cuando terminó su borrachera de poder omnímodo acribillado a tiros en la carretera que une Santo Domingo con San Cristóbal. Lo mataron los conspiradores Juan Tomás Díaz (general retirado), José Román Fernández, Antonio De la Maza (en venganza: Trujillo ordenó asesinar a su hermano), y Amado García, su custodio personal.
El pueblo dominicano –que por años lo había llamado «padrecito»– respiró la primera bocanada de libertad. Nadie olvidó los miles de encarcelados, torturados, asesinados en las mazmorras del dictador. Y mucho menos al mayor y más doloroso símbolo de la resistencia: las hermanas Mirabal. Las Mariposas. María Teresa, Patria, Minerva y Bélgica Adela (Dedé) Mirabal Reyes.

Sus hijas, salvo Dedé, no tardaron en comprender que ese grotesco tirano cubierto de medallas falsas –se autocondecoraba– que se hacía llamar El Jefe, El Generalísimo, El Chivo (por su supuesto vigor sexual), el Padre de la Patria, tildado también El Chapita por su pecho ornado de chafalonías, sería el germen de la destrucción nacional. El Padre del Caos.
Y no tardaron en alistarse en la resistencia contra ese «enano huachafo (cursi) y criminal», como lo definió Vargas Llosa. El grupo de oposición se llamó 14 de Junio en memoria de una fracasada insurrección contra Trujillo ese día de 1959. Pero la clandestinidad era caminar por una cuerda floja a punto de romperse. Casi todo el país estaba controlado por el siniestro SIM (Servicio de Inteligencia Militar), cuyo máximo y más pérfido cerebro era un tal Johnny Abbes, más tarde reemplazado por el marino Cándido Torres Tejada, y al final por José (Pupo) Román Fernández, ambos militares y diestros jefes de las redes de delación y de las siniestras cárceles del Chivo.

A una de esas cárceles (La Victoria) fueron a parar varias veces dos de las hermanas Mirabal: Minerva y María Teresa, ambas casadas y madres, y también sus maridos. Todos padecieron torturas, y ellas, además, violaciones. Pero La Bestia Negra –otro apodo de Trujillo– no estaba conforme. El 18 de mayo de 1960, las dos y sus maridos fueron juzgados «por atentar contra la seguridad del Estado dominicano» y condenados a tres años de prisión. Pero fue una trampa…
Apenas tres meses más tarde, el 9 de agosto y extrañamente, el tirano ordenó que Minerva y María Teresa fueran liberadas, pero no sus maridos. Un disfraz de generosidad para la tragedia que se incubaba: en realidad, todo estaba decidido de antemano, y paso a paso…
Primer acto. Trujillo le ordenó al general Román que mudara a los maridos de las hermanas a la cárcel de Salcedo, para evitarles el largo viaje desde sus casas hasta la cárcel de Victoria. Segundo acto. El teniente Víctor Alicinio Peña Rivera recibe del general Román estas instrucciones, que mucho después recordará en su libro de memorias: «Hay que disponer el traslado a Puerto Plata de los esposos de las hermanas Mirabal. La justificación del traslado será el descubrimiento de armas clandestinas dirigidas al movimiento que ellas encabezan. La idea es que ellos nos ayuden a determinar si las personas apresadas son miembros de ese movimiento. Una vez terminado esto, les puedes decir que serán regresados de nuevo a Salcedo. Una vez trasladados les prepararás una emboscada en la carretera a las hermanas Mirabal. Deben morir. Se simulará un accidente automovilístico. Ese es el deseo del jefe».

Al otro día, el cabo de policía Ciriaco de La Rosa llegó al cuartel del SIM en Santiago, pidió cuatro agentes y un vehículo, Peña Rivera designó a Alfonso Cruz Valerio, Emilio Estrada Malleta, Néstor Antonio Pérez Terrero y Ramón Emilio Rojas Lora. El 18 y el 22 de noviembre no se atrevieron a cumplir su orden de muerte porque las hermanas «viajaban con niños». Pero el 25 iban sólo con el chofer Rufino de la Cruz y otra de las Mirabal: Patria.
Luego de visitar a sus maridos en Puerto Plata pusieron proa a Salcedo. A sus casas. Pero cuando el jeep llegó al puente de Marapica, cuatro hombres les cruzaron un cepillo: así llamaban al Volkswagen escarabajo. Las tres hermanas, a punta de pistola, fueron obligadas a subir a ese auto: el de sus verdugos. Los dos vehículos llegaron al patio de la casa de Minerva y María Teresa, en La Cumbre, Salcedo. Peña Rivera repartió pañuelos de seda entre sus tres compañeros, «para ahorcarlas». Los gritos de ellas no se oyeron: la casa era de adobe y estaba forrada con madera de caoba.
Luego, aun agonizantes, las remataron a palazos. Sus cuerpos –también el del chofer–, cargados en uno de los autos. Y el auto, arrojado al fondo de un barranco para simular un accidente y atribuirle los golpes mortales.
Sucedió el 25 de noviembre de 1960. Hace cinco décadas y nueve años. Minerva tenía 26 años. Patria, 30. María Teresa, 36. Entre las tres, cinco hijos.
El final no las sorprendió: siempre sospecharon que estaban condenadas a muerte. Minerva llegó a proclamar:
–¡Si me matan, sacaré los brazos de la tumba y seré más fuerte!
No se equivocó. Rafael Leónidas Trujillo murió asesinado por la resistencia apenas seis meses después. Final celebrado por la mayoría del pueblo. A pesar de vivir postrado bajo la feroz tiranía del tan atroz como ridículo personaje investigado y descrito por Mario Vargas Llosa en su novela, el asesinato de las hermanas Mirabal, las «Mariposas» (nombre en clave que usaban para sus mensajes en la resistencia), desató un ciclón de furia, odio y alegría ante el cadáver del tirano que había decidido extender su poder ad infinitum: al morir tenía 70 años, pero previó que lo sucedería su hijo Ramfis. No pudo ser: éste murió a los 40 años en un accidente en la carretera de Burgos, España.
Pero el martirio de las Mirabal no se olvidó. La fecha de su muerte fue declarada como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Una provincia, una calle, una estación de subte, un monumento, un billete y hasta una nueva planta, la Salcedoa mirabaliarum, las recuerdan. Además del Museo Mirabal, que conserva sus ropas y sus habitaciones tal como estaban al morir.
También cinco películas y media docena de libros. En cuanto a los centenares de estatuas, bustos y placas con su nombre que ordenó Trujillo, nada queda. Basura de la Historia.
(Post scriptum: pero el castigo a los asesinos fue una farsa. Los instigadores y los autores materiales, condenados en junio de 1962 a treinta años de prisión… apenas cumplieron dos. Escaparon en masa aprovechando un levantamiento militar: un alto jefe les abrió la puerta de la Fortaleza Ozama, donde estaban recluidos. Y se dispersaron para siempre).