Los sobrevivientes de los campos de concentración la recuerdan como una religiosa que siempre sonreía y emanaba paz interior
Hoy hablaremos de la Santa de Auschwitz, Edith Stein judía de nacimiento, abraza la fe católica ya siendo profesora de universidad y reconocida filósofa y feminista. Entra con las Carmelitas descalzas y muere víctima de los nazis en Auschwitz. Un testamento escrito en 1939 de su puño y letra parecía presagiar su trágico final en Auschwitz. Fue canonizada años más tarde por el Papa Juan Pablo II el 11 de Octubre, 1998.
La vida de Edith Stein es un ejemplo de valentía, integridad y grandeza. Dedicó su vida al análisis de grandes pensadores, entre ellos Kant, Tomás de Aquino o San Juan de Cruz, de la mano de su mentor, Edmund Husserl. A pesar de haber perdido su fe en la adolescencia, fue el testimonio de Santa Teresa de Jesús lo que iluminó su corazón y guió sus pasos hacia el credo católico y la vida religiosa. Convertida en Sor Teresa Benedicta de la Cruz, Edith vivió los oscuros tiempos del inicio del nazismo con abierta indignación. Denunció públicamente el silencio del Vaticano y criticó sin tapujos el antisemitismo que empezaba a propagarse como la pólvora por Europa. Así su testimonio ilustra dos temas inseparables: La unidad entre el judaísmo y la fe católica y el valor del sufrimiento.
«Sta. Edith Stein vio en el holocausto un aspecto del sufrimiento expiatorio… un valor redentivo para todo el mundo (y) un vínculo específico entre su sacrificio y la gracia especial necesaria para propiciar la conversión de los judíos» Salvation is from the Jews, de Roy Schoeman. La santa murió con un grupo compuesto casi enteramente de judíos bautizados.
Una joven filósofa
Edith Stein nació el 12 de octubre de 1891 en la ciudad alemana de Breslau en el seno de una familia judía. Su padre, era un vendedor de maderas, quien falleció cuando ella apenas tenía dos años y su madre tuvo que hacerse cargo del negocio y de su amplia familia, pues Edith era la pequeña de once hermanos.
A pesar de que su madre era una mujer profundamente devota, no consiguió transmitir ese fervor religioso a sus hijos. En concreto, la pequeña Edith pronto se alejó de la religión y empezó a prestar atención a la filosofía.
Edith fue una estudiante ejemplar. Tras finalizar sus estudios básicos, empezó a estudiar germanística e historia en la Universidad de Gotinga. Pronto se sintió atraída por el filósofo Edmund Husserl, de quien se hizo una de sus más fieles discípulas.
El estallido de la Primera Guerra Mundial supuso un paréntesis en su vida de estudiante. Se formó en principios básicos de enfermería y ejerció como tal en un hospital militar austríaco.
Pero terminada la contienda, Edith siguió a Husserl a Friburg donde terminó su carrera y se doctoró “summa cum laude” con una tesis titulada “Sobre el problema de la empatía”. Esta sería la primera de una amplia lista de obras filosóficas.

Una iluminación divina
En 1921, Edith realizó una visita a Hedwig Conrad-Martius, otra discípula de Husserl, en su casa de Bergzabern. Aquella visita, que en principio no debería tener más importancia, fue determinante en la vida y el destino de la joven filósofa. En la biblioteca de Hedwig se topó con la autobiografía de Santa Teresa de Jesús que leyó con gran apasionamiento. Ella, que se había alejado de la vida religiosa y había dedicado su vida académica a la filosofía, tuvo una revelación gracias a la santa de Ávila.
En enero de 1922, Edith Stein fue bautizaba arropada por Hedwig, quien ejerció de madrina, y un mes después confirmaba su fe en Cristo.
Su nueva fe no fue incompatible con su obra filosófica, simplemente modificó el rumbo de sus pensamientos. En esta nueva etapa de su vida, Edith Stein se sumergió en la obra de Santo Tomás de Aquino y Duns Escoto. De todo aquel estudio, unido al bagaje intelectual anterior, nacería su gran obra filosófica, «Ser infinito y Ser eterno». En aquellos años vivió dedicada a la escritura y a dar conferencias sobre pensamiento y también sobre la mujer, pues Edith Stein fue también una gran defensora de la igualdad de sexos.
Sor Teresa de la Cruz
En 1933 viajaba a su natal Breslau para despedirse de su madre. Había tomado una decisión que cambiaría para siempre su destino, tomar los hábitos. El 14 de octubre de 1933, cuando acababa de cumplir los cuarenta y dos años, entraba en el monasterio de las Carmelitas de Colonia. Meses después, el 14 de abril de 1934, Edith Stein se convertía en Sor Teresa Benedicta de la Cruz.
Años después, con el advenimiento del nazismo, la vida de Sor Teresa se puso en peligro. Tiempo atrás ya había advertido al propio Vaticano, de la necesidad de frenar la barbarie que se iba a cernir sobre las tierras europeas. Fue en vano.
A pesar de ser monja católica, sus orígenes judíos la convertían en blanco fácil para los nazis. Conscientes de ello, sus compañeras del convento de Colonia la ayudaron a cruzar la frontera. Fue a fines del año 1938. Poco después llegaba al convento de Carmelitas de Echt, en Holanda. A pesar de que aquellos territorios aún estaban a salvo de la amenaza alemana, en junio de 1939, Sor Teresa escribía su propio testamento. También dedicó su tiempo a escribir un ensayo sobre San Juan de la Cruz.
En mayo de 1940, los alemanes ocupaban Holanda. Dos años después la Gestapo entraba en el convento de Echt donde fueron detenidas Sor Teresa y su hermana Rosa que se había unido a ella tiempo atrás.

El pueblo sufría y la Hermana Teresa, por amor, desea sufrir con él. “El amor desea estar con el amado.” Decidida en su vocación a la Cruz a favor de su pueblo y de los pecadores, la Hermana Teresa hace una petición por escrito a su Priora, pidiendo permiso para ofrecerse como víctima:
“Querida Madre, permítame Vuestra Reverencia, el ofrecerme en holocausto al Corazón de Jesús para pedir la verdadera paz: que la potencia del Anticristo desaparezca sin necesidad de una nueva guerra mundial y que pueda ser instaurado un orden nuevo. Yo quiero hacerlo hoy porque ya es medianoche. Sé que no soy nada, pero Jesús lo quiere, y Él llamará aún a muchos más en estos días.”
Como Católica, la Hermana Teresa, vive su realidad judía en plenitud. Es llamada a responder como respondió la Reina Ester a favor de su pueblo. Su función consiste en interceder con toda el alma y con una disposición total para conseguir lo que pide, incluso contando con la posible pérdida de la vida. Pero lo hace en total unión con el ofrecimiento del Divino Mesías. Quiere colaborar en lo que falta a la Pasión de Cristo.
Ella escribe: “Y es por eso que el Señor ha tomado mi vida por todos. Tengo que pensar continuamente en la Reina Ester que fue arrancada de su pueblo para interceder ante el rey por su pueblo. Yo soy una pobre e impotente pequeña Ester, pero el rey que me ha escogido es infinitamente grande y misericordioso. Esto es un gran consuelo.”
En 1942 empiezan las deportaciones de judíos. Luteranos, calvinistas y católicos acuerdan leer el mismo día un texto conjunto de protesta en sus servicios religiosos. La Gestapo amenaza a todas las autoridades cristianas de Holanda con extender la orden de deportación a los judíos conversos a sus credos. Los calvinistas y los luteranos dan marcha atrás, pero Pío XII se mantiene firme. El texto de condena se lee en todas las iglesias católicas de Holanda. La venganza se cumple unos días mas tarde. Las SS invaden el convento del Carmelo de Echt y se llevan a dos monjas judías conversas: Edith y Rosa Stein.
No era la primera vez que la Iglesia protestaba y sufría. Ya el día de la Pascua de 1939, la encíclica de Pío XI condenando duramente el nazismo, se había leído desde todos los púlpitos de Alemania. Muchos sacerdotes y católicos comprometidos habían sufrido graves consecuencias.
Esta vez las fuerzas Nazi de Ocupación, en retaliación por las declaraciones de los obispos católicos de Holanda en contra de las deportaciones de los judíos, declaran a todos los católicos-judíos “apartidas”. A la vista de los graves peligros que corren en Holanda, la comunidad del Carmelo comienza los trámites para que Edith y Rosa puedan emigrar a Suiza, pero los intentos no dan resultado. El 2 de agosto del año 1942, miembros de la SS se presentan en el convento y apresan a la Hermana Teresa Benedicta de la Cruz y a su hermana Rosa para conducirlas al campo de concentración de Auschwitz. Al salir del convento, la Hermana Teresa cogió tranquilamente a su hermana de la mano y le dijo: “¡Ven, hagámoslo por nuestro pueblo!” Estas palabras eran eco de unas que había escrito mucho antes pero con la misma dedicación y determinación:
“Yo sólo deseo que la muerte me encuentre en un lugar apartado, lejos de todo trato con los hombres, sin hermanos de hábito a quienes dirigir; sin alegrías que me consuelen, y atormentada de toda clase de penas y dolores. He querido que Dios me pruebe como a sierva, después de que Él ha probado en el trabajo la tenacidad de mi carácter; he querido que me visite en la enfermedad, como me ha tentado en la salud y la fuerza; he querido que me tentase en el oprobio, como lo ha hecho con el buen nombre que he tenido ante mis enemigos. Dígnate, Señor, coronar con el martirio la cabeza de tu indigna sierva.”

En la Cima de la Cruz
Al ser tomadas del Convento de Holanda, primero son trasladadas la Hermana Teresa y Rosa, al campo de concentración de Mersforrt. A empujones y golpes de culata las metieron en barracones llenos de suciedad. Tenían que dormir sobre somieres de hierro sin colchón; a los servicios tenían que ir en grupo y las vigilaban mientras los utilizaban. Los hombres del SS se divertían colocando a las monjas contra la pared y apuntando hacia ellas los fusiles sin el seguro. En aquella horrible situación, una gran paz emanaba de Edith Stein.
En la noche del 4 de agosto, obligaron de nuevo a los prisioneros a subir a los medios de transporte, llevándoles hacia el norte del país. Durante este traslado, eran muchos los que morían por las asfixia y otros se volvían locos por la desesperación. La caravana se detuvo en un lugar descampado, y entre bosques y prados, obligaron a las 1200 personas que llevaban a ir hacia el campo de Westerbork.
Durante toda esta trayectoria horrenda, los prisioneros quedaban admirados ante la serenidad de Edith. Algunos de los sobreviventes dan testimonio de la paz interior de la santa:
“Las lamentaciones en el campamento, y el nerviosismo en los recién llegados, eran indescriptibles. Edith Stein iba de una parte a otra, entre las mujeres, consolando, ayudando, tranquilizando como un ángel. Muchas madres, a punto de enloquecer, no se habían ocupado de sus hijos durantes días. Edith se ocupaba inmediatamente de los pequeños, los lavaba, peinaba y les buscaba alimento.”
Otro dice: “Había una monja que me llamó inmediatamente la atención y a la que jamás he podido olvidar, a pesar de los muchos episodios repugnantes de los que fui testigo allí. Aquella mujer, con una sonrisa que no era una simple máscara, iluminaba y daba calor. Yo tuve la certeza de que me hallaba ante una persona verdaderamente grande». En una conversación dijo ella: “El mundo está hecho de contradicciones; en último término nada quedará de estas contradicciones. Sólo el gran amor permanecerá. ¿Cómo podría ser de otra manera?”
Y finalmente otro: “Tengo la impresión de que ella pensaba en el sufrimiento que preveía, no en su propio sufrimiento, –por eso estaba bastante tranquila, demasiado tranquila, diría yo–, sino en el sufrimiento que aguardaba a los demás. Cuando yo quiero imaginármela mentalmente sentada en el barracón, todo su porte externo despierta en mí la idea de una Pietá sin Cristo.”
Después de varios tormentos y humillaciones indescriptibles, el 7 de agosto, apenas salido el sol, Edith y su hermana, junto con unos mil judíos, son trasladados una vez más. Su destino es Auschwitz. Llegan al campo de concentración el mismo 9 de agosto y los prisioneros son conducidos inmediatamente a la cámara de gas. Es ahí donde Edith encuentra la culminación de su ofrecimiento como Esposa de Cristo. Muere como mártir, ofreciéndose como holocausto para la salvación de las almas, por la liberación de su pueblo y por la conversión de Alemania. Con la oración de un Padrenuestro en los labios, Edith da el sentido mas pleno a su vida, entregándose por todos, por amor…
Sin duda podemos declarar que la vida de Teresa fue bendecida por la Cruz. Con su vida, la Hermana Teresa repite las palabras de su gran madre espiritual, Sta Teresa de Ávila: “No me arrepiento de haberme entregado al Amor.»
En 1962 se iniciaba su proceso de beatificación que concluyó el 1 de mayo de 1987, cuando Juan Pablo II la beatificó. El 11 de octubre de 1998, el mismo pontífice canonizaba a la desde entonces Santa Teresa Benedicta de la Cruz y poco después la declaraba co-patrona de Europa. Su fiesta se celebra el 9 de agosto, aniversario de su muerte.
Sor Teresa Benedicta de la Cruz demostró ser una mujer valiente, inteligente pero por encima de todo, una mujer consecuente con sus decisiones. Tras su muerte nos legó su amplia obra filosófica y su precioso ejemplo de vida.
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