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Revista Única te cuenta una de las leyendas de Puebla.
No toda la gente conoce la leyenda del Atoyac, río que nace del deshielo de la Sierra Nevada y que pasa por estados de Tlaxcala, Puebla y Guerrero. Cuentan que un hombre llamado Basilio, quien tenía 50 años, era soltero y vivía con su mamá. Era hogareño, los domingos se ocupaba de pasear con sus sobrinos, porque como bien reza un viejo refrán: «Al que Dios no le dio hijos, el Diablo le dio sobrinos». En el siglo XIX eran de los pocos habitantes que vivían en el poniente de la naciente ciudad de Puebla.
Por ahí estaba casi desierto, solo de vez en cuando se veían pasar algunas cabezas de ganado. Los únicos ranchos que se asomaban a la ribera del río eran: Concepción, Zavaleta y el Molino del Batán, además de varias fábricas textiles. Con esta contada afluencia, pocas eran las personas que caminaban por las veredas que conducían a la ciudad capital del estado.
Un día Basilio y sus sobrinos decidieron salir más temprano de su casa. Caminaron y caminaron rumbo hacia el sur, sobre la ribera del Atoyac. De pronto observaron que a lo lejos se encontraba un espejo de agua, que no era el río, porque estaba distante de él unos metros. Al llegar constataron que era una pequeña laguna, de muy poca profundidad. El fondo se veía hermosísima el agua en tonalidades azul y verde. Lo más sorprendente era la gran variedad de peces de colores que revoloteaban alegremente en las aguas cristalinas.
Como era de esperarse, Basilio no pudo ocultar su sorpresa.
–¡Qué maravilla! dijo con los ojos muy abiertos.
Y como muchas personas se quitaron la ropa y se metieron al agua, que cuentan estaba deliciosa. Empezaron a jugar con los peces que lejos de asustarse, parecía que necesitaban comunicarse con los niños.
Al principio los menores no se dieron cuenta de esta actitud de los animales, pero al notarlo se espantaron y salieron de inmediato de la laguna. Al seguirlos observando, se llevaron una sorpresa todavía más grande porque los peces formaban con su cuerpo la palabra «auxilio».
Muy asustados tío y sobrinos, se alejaron de ese lugar.
Ya en su casa y repuestos de la sorpresa, platicaron a sus familiares, amigos y vecinos lo ocurrido en la laguna. Con una mezcla de temor, curiosidad y verdadero deseo de conocer tan extraordinario lugar, los informados acordaron que al día siguiente acudirían a la laguna encantada, como la llamaron desde ese momento.
Por la mañana, salieron en grupo para buscar aquella laguna, pero por mucho que la buscaron, no la hallaron.
Al paso del tiempo Basilio no perdía la oportunidad con contar a todo aquel que prestaba atención acerca del río Atoyac y sobre la hermosa laguna que estaba encantada. Al paso del tiempo se rumoró que varias personas tuvieron la oportunidad de ver y disfrutar de este maravilloso lugar.
En la actualidad la laguna encantada es solo una leyenda que cuentan los habitantes de San Andrés Cholula.
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