A unos kilómetros al sur de la ciudad de Puebla, una figura gigantesca parece vigilar el horizonte: es el cerro Tentzo, cuya silueta recuerda el rostro de un anciano barbado. Los lugareños lo conocen como el Tentzonhuehue, “el viejo barbado”, y aseguran que no es una simple formación rocosa, sino un ser con vida, dueño de secretos ancestrales… y de una temida cueva donde, según la leyenda, habita el mismísimo Diablo.
Un cerro con nombre propio
El nombre Tentzo proviene del náhuatl: tentli (labio o borde) y tzontli (cabello o barba). La sierra, declarada reserva natural estatal, se extiende por más de 57 mil hectáreas y atraviesa trece municipios. Aquí conviven cascadas, cañones, cuevas y bosques, junto con más de 90 especies de plantas medicinales, 153 aves y 18 mamíferos.
En este paisaje lleno de biodiversidad y misticismo, destaca una cueva en particular: la Cueva del Diablo, cuyo nombre ya adelanta la atmósfera que la rodea.
¿Quién habita el Tentzo?
La leyenda cuenta que en el interior del cerro vive una entidad poderosa y temida: un ser maligno, señor del lugar, que reparte enfermedades, pobreza… o fortuna, si se le sabe pedir.
Cada 3 de mayo, fecha dedicada a la Santa Cruz, habitantes de comunidades como Huatlatlauca o San Miguel Acuexcomac suben al cerro con ofrendas. Algunos piden lluvia para sus cosechas, otros dinero, ganado o propiedades. La creencia dice que si el viejo barbado acepta el tributo, concede los deseos. Pero no siempre el precio es simbólico: las historias hablan de personas ofrecidas para “trabajar” para él, como pago por la riqueza concedida.
La figura del Tentzonhuehue, mitad dios, mitad demonio, se ha transmitido de generación en generación. Y aunque cada pueblo cuenta su versión, todos coinciden en algo: el cerro tiene dueño, y no conviene molestarlo.
Entre el mito y la aventura
La Cueva del Diablo ha dejado de ser solo parte del imaginario colectivo. Hoy es también un destino para aventureros, curiosos y buscadores de experiencias distintas. Aunque llegar no es fácil, la recompensa está en el paisaje: vistas espectaculares, senderos escondidos, manantiales cristalinos y una atmósfera que invita tanto a la reflexión como al asombro.
Quienes se atreven, pueden practicar cañonismo en la Barranca de Tepeyola, con sus rutas desafiantes, o caminar tranquilamente por el río Ahuehuetla hasta llegar a las Cascadas del Salto, un paraíso natural en medio del misterio.
Un patrimonio poco protegido
A pesar de su riqueza natural y cultural, la Sierra del Tentzo carece de la atención necesaria por parte de las autoridades.
Paradójicamente, esta falta de intervención ha permitido que muchos de sus ecosistemas se conserven en estado casi virgen. Pero la presión turística y la expansión urbana podrían cambiar eso muy pronto.
Preservar el Tentzo no solo es proteger una reserva ecológica, sino también una memoria viva, un espacio donde la naturaleza y la cosmovisión de los pueblos originarios siguen dialogando.
¿Solo una leyenda?
En México existen otras “Cuevas del Diablo” —como las de Mazatlán o Catemaco—, pero pocas están tan profundamente integradas al paisaje, al lenguaje y a la identidad de los pueblos como la del Tentzo. Aquí, la línea entre lo real y lo fantástico se desdibuja con cada historia contada al calor del fogón.
Porque al final, ya lo decía un anciano de la región:
“El Tentzo no es un cerro… es un señor. Y al señor se le respeta”.














