El 22 de abril, Día Internacional de la Madre Tierra, fue declarado para que en torno a su conmemoración las personas, comunidades y gobiernos, reflexionemos sobre el impacto de nuestras acciones en la salud y equilibrio de todos los componentes planetarios: ecosistemas, ríos, océanos, montañas, etc.
Como humanidad, tenemos la necesidad inminente de salvar a la Tierra para salvarnos a nosotros mismos, debemos entender que la mejor vía para asegurar calidad de vida a largo plazo de quienes ya estamos en el planeta y de las generaciones futuras radica en el cambio de las formas en que nos relacionamos con ella, no somos sus dueños somos sus hijas e hijos, sus inquilinos.
Desde que iniciamos nuestra historia evolutiva comenzamos a generar cambios en cuanto a la configuración original de los ecosistemas y cuerpos de agua, al construir las primeras ciudades y campos de cultivo en las riveras del río Nilo, aquellos primeros grupos humanos que se convirtieron al sedentarismo (que dejaron de recorrer territorios viviendo de la caza y la recolección) comenzaron a aprovechar los elementos de la Tierra que permiten nuestra vida: el agua, el fuego, el aire, los suelos; el error ha sido no pensar en la finitud de estos elementos e imaginar que son inagotables y sin límites de extracción.
La Tierra es un organismo vivo, debemos entenderlo como un megaconjunto de ecosistemas que funcionan como un fino y perfecto engranaje de organismos que, permite el cambio de estaciones diferenciado en los continentes, el día y la noche, la capacidad y fortaleza de las cientos de especies migratorias… el milagro de la vida misma.

Cada uno de los grandes ecosistemas terrestres tiene funciones y capacidades que fortalecen y equilibran al mega sistema en su conjunto; pensemos con los ojos cerrados y el corazón abierto en el increíble verdor de la amazonía como el sistema respiratorio de la Tierra, en el agua irrigando las venas (ríos, lagos y lagunas) de los siete mares como la sangre que lleva la sustancia de la vida de uno a otro polo, de los cinco continentes, permitiendo que a estos lleguen sus nutrientes y humedad para la producción de alimentos y sustento en cada territorio.
El planeta, es magia pura y amor infinito pero capacidad de resiliencia finita que puede y está siendo rebasada hace varias décadas ya.
Al talar los bosques para seguir construyendo zonas habitacionales, para seguir produciendo grandes extensiones de monocultivos (grandes zonas de producción de un solo producto agrícola), al derramar los venenos residuales de las grandes fábricas sobre los cuerpos de agua, estamos destruyendo la salud y equilibrio de nuestra madre la Tierra, estamos acelerando los proceso de deterioro y quitándole la capacidad de autosanarse pues el ritmo al que gastamos los elementos ha superado ya en tiempo y medida la duración de los ciclos del agua, el carbono y la mayoría de los elementos.
Las terribles olas de calor que estamos padeciendo en las últimas décadas, son la fiebre del planeta, son el síntoma de sus múltiples enfermedades: la erosión, la polución, la contaminación de suelo y agua.

En el año1972, en Estocolmo, las y los representantes de las naciones integrantes de las Naciones Unidas ya habían dado una alarma de la proximidad del límite de desgaste del planeta y vieron la necesidad de crear el organismo específico de la ONU para el Medio Ambiente, el PNUMA, el cual dictó una serie de lineamientos en los que se instaba a las naciones a destinar dinero y esfuerzos humanos para modificar procesos de producción de satisfactores y distribución de los elementos naturales que permiten nuestra sobrevivencia como especie.
La mayoría de las naciones miembro -entre ellas nuestros país- se apresuraron a firmar estos tratados sin embargo, a 50 años de las declaraciones globales más sólidas respecto al cuidado del planeta poco ha sido lo logrado en cuanto a reversión de daños y minimización de nuestros impactos como sociedad global.
Las instancias internacionales han hecho su parte en cuanto a mediciones, estudios y recomendaciones a cada país y gobierno, pero los gobiernos en el eterno dilema de la priorización de temas a atender poco trabajo tácito en favor de la Tierra han hecho, por ello, es importante cuestionarnos a nivel personal y familiar que tanto hemos aportado al cuidado de la Tierra tanto desde nuestras acciones individuales al interior de nuestros hogares como a la participación ciudadana informada para pedir a los gobiernos que prioricen la salud del planeta porque es nuestra salud misma…la respuesta es que no lo hemos hecho, porque no lo hemos entendido y asumido.
Esta pandemia que aun atravesamos como humanidad es un buen punto de referencia para analizar nuestra poca visión de futuro y nuestra débil conciencia ecológica.

El covid 19 es otro síntoma del desequilibrio de nuestro planeta, producto o efecto de la malentendida supremacía de la especie humana sobre todas las otras.
En los primeros días de las noticas de la pandemia y su subsecuente cuarentena, muchos artículos y noticias en redes se hicieron virales al relatar lindas historias de cómo “la naturaleza retomaba su espacio”, fotos de venados en las ciudades, delfines por puñados en las playas, entre otros; muchos titulares diciendo que somos una gran plaga –lo cual es cierto- y que merecemos la extinción, pero a profundidad muy poca reflexión…
El profundo miedo a ser contagiado por el COVID-19 y las no pocas posibilidades de perder la vida propia o la de algún ser querido nos aterran a todas y todos por igual –la que escribe desde luego incluida-, sin embargo, en este afán de sanitizar todo nuestro entorno y alejar de él al virus estamos incrementando la negatividad de nuestra huella ecológica a pasos agigantados (huella ecológica es ese impacto negativo de desgaste que nuestras acciones provocan en el ecosistema). A ti que estás leyendo, te pido te hagas las siguientes preguntas y busques en tu cotidianidad las respuestas:
¿Cuántas veces usas tu ropa antes de lavarla? En casa solíamos usar algunas prendas hasta 3 veces antes de lavarla, y no por pereza sino por la firme convicción del ahorro de agua -hoy en día eso es impensable en la mayoría de los hogares no?- ¿Y, es de verdad absolutamente necesario lavar todas nuestras prendas cada vez que las usamos? ¿Lavas más seguido el área frontal de tu casa y los pisos interiores?
¿Cuántos nuevos químicos comerciales has incorporado al arsenal cotidiano para el aseo de tu hogar y más aún qué tanto has leído de la residualidad ambiental (es el tiempo que los químicos permanecerán activos en agua, suelo y aire) de cada uno de estos productos? –La mayoría permanecerán por décadas-.
Hablando de movilidad específicamente, los meses en que el confinamiento fue estricto y se privilegió el home office, efectivamente hubo una reducción significativa de emisiones por vehículos automotores, pero, ¿ahora que regresaste a tu lugar de trabajo has cambiado tu forma de traslado? ¿Compartes auto con tus compañeras y compañeros o vecinos? ¿Caminas o usas bicicleta para traslados cortos?
En cuanto a tu forma de alimentación y cuidado de la Tierra: ¿las semanas o meses que estuviste en casa saliste a regar los árboles del camellón frente a tu casa o el parque de tu colonia? ¿Añorabas las áreas abiertas y el verdor de los bosques? ¿Adaptaste algún espacio de tu casa para tener árboles y colaborar al saneamiento del aire de tu ciudad? ¿Comenzaste a cultivar alguno de tus alimentos?

Casi seguro que en contraparte a la inicial reducción de emisiones, hemos incrementado nuestra huella hídrica (la cantidad de agua que cada persona gasta para su sobrevivencia) -claro los que tenemos el privilegio de contar con agua corriente en nuestras viviendas para destinarla al aseo en pro de la salud (eso de la justicia social/ambiental/sanitaria es otra historia que puede que abordemos otro día, en otro artículo, si a los lectores les gusta este texto).
Por otra parte, también se están acumulando terriblemente en rellenos sanitarios, ríos, arroyos, calles y en todos lados una cantidad triste de cubrebocas y guantes -los cuales no son precisamente biodegradables-. Si hacemos cuentas solo de la población de Puebla Capital usando 3 cubrebocas semanales por habitante estaríamos hablando de algo así como 4 millones de estos desechados por semana, (terrible no?).
Y ya que estamos hablando de materiales no biodegradables acumulándose por doquier, no quiero dejar de mencionar el tema de los uniceles y otros desechables de empaque de alimentos.
En muchas ciudades de México, en 2020, el año de inicio del covid como pandemia estrenábamos las pomposas “Leyes de prohibición de plásticos de un solo uso”, mismas que ante los decretos de todo para llevar en alimentos preparados se fueron al rincón más apartado del olvido legislativo y operacional.
Retomando la pregunta de los químicos de sanitización y limpieza, durante muchos años sus partículas nocivas permanecerán en el agua que bebemos, nos bañamos y con la que serán regados nuestros alimentos, en el suelo donde frutas y verduras la irán incorporando en sus tejidos vegetales hasta que a la hora de consumirlos ingresen por nuevas vías a nuestros cuerpos, digo otras vías porque desde ya los estamos respirando…
Podría extenderme mucho más en los impactos ambientales de la pandemia sobre la Madre Tierra pero, por el momento y para dejar espacio a suspenso y deseo de mayor información (espero) termino aquí pidiéndoles a todos quienes nos leen que imaginen, inventen, creen maneras de contrarrestar el impacto ambiental de sus días.
No echemos en saco roto la reflexión en diversos sentidos, en torno a esta oportunidad de crecimiento que la Tierra como madre amorosa y sabia nos brindó con la pandemia, no seamos más cómplices en la devastación de los ecosistemas por ninguna vía, ni alimentaria o de aprovechamiento irresponsable, seamos capaces de decir no a la tala de bosques y selvas, no al cambio de uso de suelo con fines netamente comerciales, no al turismo extractivo ni a la cacería, no más fauna silvestre como mascotas en los hogares, no más contaminación de ríos por las empresas.
Si La Tierra está sana, la humanidad lo estará también.
Hoy, -sea cual sea el día en que leas esto- es el mejor día para que reflexiones sobre tu relación con la Tierra y el peso de cada una de tus acciones para su preservación o su deterioro y comiences a modificar tus hábitos de consumo de alimentos, agua, energía, disposición de tus residuos y formas de movilidad.
El 22 de abril es el Día Internacional de la Madre Tierra, pero cada día eres un hijo-habitante privilegiado del maravilloso planeta azul, amalo, cuídalo…mueve tu corazón, tu mente y manos para su bien, el bien común.
La Tierra, nuestro único hogar está colapsando, es momento de actuar, de movernos.
YURI ANGELES
ING. AGROECOLOGA
MAESTRA EN EDUCACIÓN PARA LA INTERCULTURALIDAD Y SUSTENTABILIDAD
Correo electrónico: yuri.angeles.mdo@gmail.com