jueves, marzo 28, 2024
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Ana de Austria, la española que sería reina de Francia

Imagen info.valladolid.

Revista Única habla de la vida de la reina de Francia.

Hoy hablaremos de una mujer que muchos recordamos desde la infancia por el cuento de «Los tres Mosqueteros» de Alejandro Dumas, hablamos de la reina Ana de Francia.

Su nombre real Ana Mauricia de Austria y Austria-Estiria quien nació el 22 de septiembre de 1601 en Valladolid, España. Fue hija de Felipe III y Margarita de Austria.

Por su alto linaje provenía de los emperadores Carlos I e Isabel de Portugal y ascendía hasta los Reyes Católicos. Del lado materno descendía del emperador Fernando I de Habsburgo y los reyes de Bohemia y Hungría.

Se tiene la idea que nació en el Palacio Real (en la actual plaza de San Pablo), aunque algunos autores sostienen que el alumbramiento se pudo dar en el Palacio de los Condes de Benavente (en la plaza de la Trinidad) porque el Palacio pudiera encontrarse en obras.

Ana de Austria fue la primogénita del matrimonio real y fue bautizada en la iglesia de San Pablo. Este fue todo un acontecimiento social según lo relata don Luis Cabrera de Córdoba en las Relaciones de las cosas sucedidas en la Corte de España desde 1599 hasta 1614.

Estuvieron presentes cardenales tan importantes como el de Toledo, nobles como el duque de Parma, el marqués de Velada o el conde de Alba, señores como Pedro de Médici y diplomáticos como el embajador de Venecia acudieron a Valladolid.

Como era costumbre, se construyó un pasadizo de madera para que la infanta y su comitiva llegaran al templo. La estructura, cubierta, dejaba libres los laterales “con solo los maderos de las barandas, para que se pudiese ver de abajo el acompañamiento, cubierto de tela de brocado”. A su término, el suelo se encontraba “cubierto de almohadas muy ricas”.

Este mismo libro nos describe la ostentosidad del acto: habla de una “pila de plata” o de un “brasero de plata” con “muchas piedras de colores, de diamantes, rubíes y esmeraldas” y de “todo el suelo de la capilla cubierto de ricas almohadas”. Aquella noche hubo luminarias en las calles de Valladolid.

Pasó su primera infancia en Valladolid, donde Felipe III estableció la Corte hasta que en 1606 decide trasladarla a Madrid.  

Se convierte en reina de Francia.

Su ascenso al trono llegó, como era habitual, de la mano de un matrimonio concertado. Fue un intercambio de cartas: Isabel de Francia se casó con el hermano de Ana, Felipe IV, mientras que esta, con solo 14 años, contrajo matrimonio con Luis XIII de Francia.

Así el matrimonio de Ana de Austria con el delfín fue infeliz desde el principio.

La niña se vio en un país extranjero, ignorada por un marido que no la prestaba atención, rodeada por una corte que la miraba con hostilidad -una actitud que era azuzada por el cardenal Richelieu– y golpeada por el desdén de la reina madre, María de Médici, empeñada en controlar todo lo relativo a su hijo.

Llegó a estar tan señalada por la Corte que a punto estuvo de ser acusada de traición por la estrecha relación que siempre mantuvo con su hermano. La salvó la concepción del esperado heredero, Luis XIV. Ana tenía casi 40 años.

Poco después llegó su segundo hijo, Felipe, y siendo estos niños al moría el rey podían llegar al trono.

Pese a los intentos de Luis XIII por limitar sus derechos como regente –dejó constancia de ello en su testamento- logró convencer al Parlamento para que anulase los deseos póstumos del rey y hacerse con las riendas de Francia hasta la mayoría de edad de Luis XIV.

La reina se retiró a su castillo en Val-de-grace, ya apartada de la vida política, hasta sus últimos días. Murió en 1666 en París por un cáncer de mama. El suyo es uno de los primeros casos de la historia documentados.

Alejandro Dumas en «Los tres Mosqueteros» se refiere a ella como “bella y orgullosa”. El novelista se recrea en no pocas líneas con el aspecto de la reina.

Es solo una pequeña muestra de los halagos que le dedica el escritor. Además de su hermosura, Dumas refleja en su novela el ambiente hostil en el que la reina tuvo que aprender a desenvolverse y que, por lo que sabemos, debió ser real.

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