Según Napoleón el sueño es símbolo de debilidad, por lo que no dormía más de 4 horas por día.
Revista Única recuerda a un militar y gran estratega, Napoleón Bonaparte, de quien se dice que al enterarse de las acciones militares de José María Morelos quedó impresionado y dijo: «denme a dos Morelos y conquistaré el mundo». Nació el 15 de agosto de 1769 en Ajaccio, ciudad de la isla italiana de Córcega, que poco antes había sido convertida en territorio francés, fue hijo de Carlos Bonaparte y María Ramolino. Lo bautizaron como Nabulione en corso y llamado Nabulio por su familia, era de origen aristocrático tanto por parte materna como paterna. De joven fue un estudiante brillante, sobre todo en matemáticas y ya de niño destacaba por su carácter dominante. Se dice que apenas contaba con 20 años cuando estalló la Revolución en 1789 y tras ingresar como oficial de artillería ascendió de cargo con gran rapidez hasta lograr convertirse en 1796 en comandante del ejército francés en Italia. Nabulione fue general republicano durante la Revolución, luego cónsul y posteriormente proclamado emperador de los franceses en 1804 y Rey de Italia en 1805.
Es considerado uno de los mayores genios militares de la historia junto a Julio César, Guillermo el Conquistador o Alejandro Magno. Y es que sus éxitos militares no hacían sino fortalecer su posición. Era un auténtico dictador, pero hizo desaparecer los diezmos y otros privilegios feudales a la vez que impulsó un nuevo código que consagró la igualdad de los ciudadanos ante la ley, la presunción de inocencia y el hábeas corpus, que asegura los derechos básicos de la víctima. Además su pasión por las matemáticas continuó de adulto, protegiendo a científicos de la talla de Joseph-Louis Lagrange y Pierre-Simon Laplace. Sus soldados lo llamaban el Pequeño Cabo; los británicos Boney y las monarquías europeas se referían a él como el tirano Bonaparte, el Ogro de Ajaccio, -en referencia a su lugar de nacimiento en Córcega– o el Usurpador Universal. Aunque su evidente valentía lo haga difícil de creer, padecía ailurofobia. Napoleón Bonaparte le temía a los gatos. También se comenta que poco después de morir un anónimo afeitó su cabeza y repartió sus cabellos entre los seguidores del líder militar.
Una de sus características más populares tiene que ver con su estatura. Sin embargo, no era un hombre que se pudiera considerar bajo. Medía 1,70 metros. Tal vez la fama de su poca altura surgió porque solía posar siempre con los soldados más robustos de sus filas, por lo que se veía más bajo en los retratos. A Napoleón le faltaba un testículo; su pene, que medía unos 4 centímetros de longitud fue comprado por un urólogo americano en 1997 por 3.800 dólares.
Bonaparte decretó que nadie podía ponerle su nombre a un cerdo. De hecho, esa ley sigue vigente actualmente en Francia.
Napoleón le cambió el nombre a su esposa. La amaba pero Marie Josephe Rose Tascher de la Pagerie le parecía muy largo y prefería llamarla Joséphine de Beauharnais.
Tenía la manía de mantener todas las puertas cerradas. Le molestaba mucho una puerta entreabierta.
Entre sus gustos, el menos raro correspondía a la comida. Su plato favorito era pollo al horno con papas y cebolla.
Su esposa era su amuleto de buena suerte.
El sueño es símbolo de debilidad, según su creencia. No dormía más de 4 horas por día.
Le salió el tiro por la culata. Cargaba siempre un frasco con veneno colgado en el cuello para suicidarse si lo atrapaban sus enemigos. Cuando por fin pasó, trató de usar la sustancia mortal pero estaba caduca y solo le produjo una afección estomacal.
Sus últimas palabras fueron: ” Francia. Ejército. Líder del ejército. Joséphine.»
Respecto a su famosa pose de la mano introducida en el chaleco que vemos en múltiples de sus retratos, la explicación es bastante sencilla: Napoleón recibió una educación exquisita, por lo que esta pose fue fruto del decoro y no de las variadas y curiosas leyendas en torno a este gesto como que se colocaba la mano ahí para aliviar su dolor estomacal. Esta pose había sido muy común en el pasado para presumir del estatus social del retratado.
La influencia de Napoleón fue magistral y no es de extrañar que sus estrategias y métodos de guerra sigan examinándose en el ámbito militar en la actualidad. La destreza militar del emperador galo sigue despertando una increíble admiración.
Las memorias de Madame de Rémusat, una dama de la emperatriz Josefina y reeditadas por Arpa, revelan detalles singulares de la personalidad del corso. Madame de Rémusat acababa de cumplir 22 años cuando Napoleón la nombró dama de compañía de la emperatriz Josefina. Desde entonces, 1802, no solo se convirtió en la confidente y gran amiga de la señora Bonaparte, consolando sus penas y ofreciéndole consejo de forma sabia, sino también en la compañera habitual de conversaciones de su marido, el emperador de Francia. Esta mujer, una noble inteligente y sensata que había perdido a su padre y a su abuelo durante la revolución, casada con el conde de Rémusat, a la postre nombrado por Napoleón como su chambelán imperial, fue testigo de todas las intimidades y eventos registrados en la corte consular. Si bien Madame de Rémusat exaltó al principio de esta aventura al corso como «el Hombre del Destino», su marido y ella no mostraron reparos en darle la espalda a la causa del emperador cuando los reveses militares se iban encadenando.
A la hora de escribir su memorias, editadas ahora por la editorial Arpa con el título de Las guerras privadas del clan Bonaparte y con los comentarios Xavier Roca-Ferrer, Napoleón aparece como un hombre al que ella había «amado y admirado, juzgado y temido, sospechado y finalmente odiado y abandonado». «Mis opiniones han hecho camino con él», escribe Claire de Vergennes (1737-1824), «pero siento que mi espíritu está tan lejos de los ataques de una recriminación personal que no me parece posible apartarme de la mesura que debe siempre acompañar a la verdad». En sus memorias, redactadas tras la caída de Napoleón y cuando su matrimonio se había amoldado a la perfección a la Francia de Luis XVIII, Madame de Rémusat no solo vierte interesantes descripciones sobre los continuos choques entre los Bonaparte, la familia del emperador, y los Beauharnais, parientes de la emperatriz Josefina. Su ironía destripa las curiosidades de la corte y los comportamientos más extravagantes del propio Napoleón, un hombre «bajo y desproporcionado, de cabellos ralos, mentón corto y mandíbula cuadrada».
Ataques de cólera. El corso, según dejó por escrito la dama, manifestaba una desorbitada obsesión por la limpieza. Durante sus campañas era necesario enviarle ropa de cama y trajes a diversas localizaciones a la vez porque los ensuciaba deprisa: «La menor mancha le hacía retirar una pieza de ropa y también la menor diferencia sobre la calidad del lino. No se cansaba de decir que no quería ir vestido como un oficial de la guardia», relata Madame de Rémusat.
Hacerse la manicura era otra de las tareas de aseo a la que más tiempo y cuidados dedicaba el emperador: contaba con una gran cantidad de tijeras para cortarse las uñas, porque las rompía y las tiraba al suelo si no estaban suficientemente afiladas. En cuanto a las fragancias, Napoleón jamás hizo uso de perfume alguno, según la dama de su primera esposa —la segunda sería María Luisa de Austria—: «Le bastaba el agua de Colonia, con la cual inundaba su persona tan generosamente que llegaba a gastar sesenta garrafas en un mes». Respecto a su barba, lo pasaba ostensiblemente mal cada vez que un barbero se le acercaba, por lo que hubo de aprender a afeitarse él mismo, tarea que le resultó muy difícil.
Napoléon, según el relato de esta persona que vivió en su corte, era un ser ciertamente extraño e impulsivo, propenso a unos ataques de cólera «violenta y positiva» que aterrorizaba a sus subordinados. «Se acostumbró tanto a ignorar a cuantos le rodeaban que este desprecio del prójimo pasó a ser una de sus costumbres», relata. Y hay más: «Si un criado le causaba alguna impaciencia al vestirlo, la emprendía brutalmente contra él sin tener en cuenta a los presentes ni su propia dignidad y arrojaba al suelo o al fuego la prenda que se le resistía».
Entre las costumbre más extrañas del Napoleón enfurecido se hallaba también la de atizar el fuego de la chimenea con el pie, de modo que las suelas y sus botas se le quemaban. El emperador se solía levantar a las siete de la mañana y sus despertares eran «por regla general tristes»: «Sufría con frecuencia espasmos convulsivos de estómago que acababan en vómito» y de vez en cuando desarrollaba brotes de pitiriasis, una descamación cutánea.
Remusát define a Napoléon como un misógino y pone en su boca cosas como: «Conviene que las mujeres no pinten nada en mi corte. No me amarán, pero yo estaré mucho más tranquilo». Asimismo, repetía que las damas «solo sabían impresionar a los hombres con los coloretes y las lágrimas». Aunque las curiosidades referidas ya resultan picantes, se echa de menos en las memorias de la dama de la corte algo más de luz sobre las supuestas cincuenta amantes que tuvo el emperador, un hombre que llegó a estar convencido de su esterilidad al no ser capaz de poder engendrar un hijo con Josefina.
Con datos de Muy Historia, El Español y CanalNet.tv. @
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