Los robots sexuales ya están entre nosotros y representan a una industria en creciente auge ante una demanda aún no cuantificable pero importante de potenciales clientes.
Desde tiempo atrás podemos escuchar argumentos a favor y en contra de este tipo de máquinas cada vez mas sofisticadas que parecen mejorar algunas de nuestras mejores cualidades y habilidades.
No me extraña que haya argumentos en uno y otro sentido ya que así es el pensamiento humano. Lo que me hace acercarme al tema de los sexibots en la intimidad no es la máquina en sí misma y sus características, sino los motivos por los cuales hombres y mujeres estarían dispuestas a adquirir este tipo de juguetes tecnológicos sofisticados y de costo elevado. Sin duda, el motivo más común y más inmediato sería la curiosidad: ¿cómo es?, ¿que hace?, ¿cómo se siente?, ¿me gustará?, etc.
Sin embargo, hay motivos más profundos que la sola curiosidad para rentar o comprar un robot sexual; estos motivos tendrían que ver con la satisfacción de necesidades psicológicas específicas y no solo sexuales.
Por ejemplo, la idea de que todos los hombres son infieles o aquella de que todas las mujeres son desagradecidas, podrían ser dos buenos motivos para preferir una compañía íntima no humana.
Aquí hay otros ejemplos, me han lastimado sentimentalmente y no quiero que me vuelva a suceder, no soy atractiva y nunca tendré una pareja a mi gusto, soy muy tímido y no quiero exponerme a ser rechazado, no me gusta que mi pareja me contradiga, soy extremadamente celoso/a, mis gustos sexuales son inaceptables, etc, etc. Motivos todos estos que son válidos para dejar de lado la compañía humana y dar el paso hacia los sexibots. Cierto es que cada persona requeriría un modelo propio de bot, que no solo cumpliera con sus exigencias sobre el diseño relativos a la complexión física y el tamaño, tono de voz, color de piel, etc, sino con la programación psico-emocional-sexual derivada de su forma de ser y de sus deseos y necesidades. Seguramente se comercializarán algunos perfiles comunes tales como romántico, pasiva, intenso, atrevida, respetuoso, amorosa, social, así como otros más versátiles y más costosos, programados para ir actualizando su comportamiento en función de las demandas de su dueña/o.
Más allá de los motivos individuales que te llevarían a solicitar un bot personalizado, también tenemos cepas de personas que serían blanco perfecto para un robot sexual por motivos muy específicos: presentar alguna enfermedad contagiosa o terminal, por ser de edad muy avanzada, por tener un defecto corporal grave (congénito o adquirido), por ser un/a delincuente incomunicado/a, por presentar alteraciones psiquiátricas graves, por ser de una milicia acuartelada, por manifestar alguna parafilia penada por la ley, por ser una persona violenta, por haber cometido crímenes sexuales, etc.
A propósito de la semblanza anterior, he hablado indistintamente de los bots de compañía y sano esparcimiento y los sexi bots, sanos también pero más «cachondos» por esta razón: en ambos casos las personas estarían expuestas involuntariamente a desarrollar intensos sentimientos por sus amigos o parejas bots y con el tiempo, esperarían ser correspondidas emocionalmente de la misma manera. La psicología tendría que abrir un área específica de trabajo para estos casos y otros más, con nuevos enfoques y perspectivas más allá de buscar necesidades básicas insatisfechas como explicación de este fenómeno que pronto lo tendremos en la intimidad de la alcoba.
Por: Alfonso Aguirre Sandoval