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Las disfunciones sexuales como defensa de la integridad personal

Existe en toda persona un sistema de alerta y protección psicológica que se activa de manera involuntaria ante un suceso o situación que se experimenta subjetivamente como una amenaza a la integridad.

Por Alfonso Aguirre Sandoval

La tarea de este sistema de protección es preservar la integridad de la identidad, defendiendo nuestra forma de pensar y sentir, nuestra historia personal, experiencias, valores, creencias y muchos otros aspectos vitales que le dan sentido a nuestra existencia.

En el terreno de la interacción sexual por ejemplo, cada persona posee límites propios con respecto a su cuerpo y sus manifestaciones eróticas y sexuales (un mapa psicosexual), que no siempre son del todo claros para ella misma. Sin embargo, cuando estos límites son traspasados -en este caso-, por nuestra propia pareja al demandarnos o exigirnos actuar o responder de cierta manera a sus deseos, tenemos siempre la opción de decir que no sin mayor problema; sin embargo esto no siempre es tan fácil, -y aquí viene el asunto que le da título a este artículo-:

En muchos casos existe un impedimento emocional o racional que nos impide tomar una clara posición de rechazo ante ese tipo de demandas que nos desconciertan. Sentimos que en el fondo de todo, estamos siendo víctimas (sea cierto o no), de una utilización y manipulación sexual que pone en riesgo nuestra integridad e independencia personal pero no estamos convencidos de poder demostrarlo y mucho menos echárselo en cara a esa persona con la que tenemos un fuerte vínculo afectivo que no queremos alterar. Suponemos que una discusión sobre ese tema nos llevaría a una disputa interminable y quizás desastrosa para la relación.

Así que lo que sucede es que, -ante esa imposibilidad de enfrentar y resolver el tema de forma racional-, la respuesta sexual (deseo, erección orgasmo, etc.), es inhibida de forma inmediata por nuestro sistema de protección psicológica y al hacerlo, el asunto que no pudimos enfrentar y resolver anteriormente, se desplaza a un área diferente en la que ahora el problema no es que yo no acepte o no quiera o me sienta incómodo con ciertas demandas sexuales; ahora el problema es que no puedo responder voluntariamente a las demandas de mi pareja, sean las que sean. Con todo este proceso de ajuste psicofisiológico involuntario, se evita un enfrentamiento directo con pocas expectativas de éxito con la pareja y se transforma en: «no es que yo no quiera, es que padezco de una disfunción sexual, no puedo, no depende de mí».

Este ajuste crea una nueva realidad y obliga a la pareja a generar un tipo de interacción distinta que abre la posibilidad de lograr un nuevo entendimiento para el cuál tendrán que buscar ayuda psicoterapéutica.

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