En un mundo donde la tecnología avanza más rápido que nuestra capacidad de manejarla y de legalmente regularla, hemos creado una especie de “ciber justicia social” que opera en tiempo real.
Esta semana, un video de seguridad en la Ruta 8 capturó a dos asaltantes armados, despojando a los pasajeros de sus pertenencias con total impunidad.
El video se viralizó rápidamente. En cuestión de horas, las redes sociales ya habían identificado a uno de los delincuentes, gracias a que su rostro era perfectamente visible en las imágenes.
Hasta aquí, podríamos pensar que la justicia estaba tomando un giro inesperado, que la sociedad misma estaba señalando y avergonzando al culpable, quien, para muchos, merecía sentir la vergüenza que sus actos le trajeron. Pero, hubo daños colaterales.
La foto del asaltante no llegó sola. Le acompañó una imagen familiar: él, su esposa, y sus dos hijos, sonrientes en lo que parecía ser la graduación de su hija adolescente.
Y ahí, el morbo, esa bestia que nos caracteriza en los tiempos de redes sociales, decidió que era momento de compartir esa imagen una y otra vez. Algunos, conscientes de la ética mínima, cubrieron los rostros de los menores. Otros, sin embargo, no lo hicieron.
¿Dónde trazamos la línea? Si bien es cierto que el delincuente se expuso a sí mismo y que, hasta cierto punto, el escarnio social podría ser la única consecuencia que sufra (si los afectados no denuncian o si las autoridades no actúan con la celeridad que deberían), no podemos olvidar que sus hijos no son parte de su delito.
Mostrar los rostros de esos niños es condenarlos injustamente, marcarlos con un estigma que ellos no escogieron. ¿Es eso justo? En nuestra prisa por hacer justicia, por señalar con el dedo y sentirnos parte de una solución, hemos olvidado que también podemos estar dañando a inocentes.
Esos niños enfrentarán un nuevo ciclo escolar, donde la posibilidad de ser reconocidos por lo que su padre hizo es alta. Imaginemos por un momento el bullying, la vergüenza, la marca imborrable que eso dejará en sus vidas.
La justicia social, si queremos llamarla así, no debe convertirse en un instrumento de castigo indiscriminado. Hay una línea muy delgada entre la justicia y la venganza, y parece que la estamos cruzando demasiado seguido.