Pude mirar la luna, clavada entre esa pueril nada incolora.
Evitar que su obscenidad inmanente fluyera en las manos fue imposible.
El ruin día como estaba resolvió su carencia pudorosa entre espasmos alunados.
―Regalé en futuro la fuga hacia algún paraíso―, escuché dijo.
La conciencia se sabía atascada a su debilidad racional. Era en el fastidio coloidal arte de una fuga hacia aquella mísera realidad que en verdad era irreal.
Impúdico y solícito me abandono a mi cuerpo. Su estrépito arrellanó en manos alunadas. Palma envolvente como su otro lado. Sonrisa de planeta su dorso que parecía refugiarse en cadencia de esa otra perfección que se ataba al aire. Sin color energía pura.
Mi cuerpo, órgano extenso y báculo augusto de inmarcesible tela, arena hedionda y yerta de pánico, tomó su todo por la angustia de paladar táctil. Todo crecía en mí.
Tomó a quien perfilaba al aire y fue luna envolvente, reflejos, astros, circuito corto. Palma con palma entre palma y palma bulliciosa, crines galopantes, savia entre savia, pegados a la estepa que elevaba, plagadas sabor coco, fricción y fruición, facciones descompuestas, cielo cediendo al gris que aniquila día.
El atrevimiento tuvo consecuencias diametralmente opuestas a su opuesto. Unidas eran las manos extendidas del mar lunar inexistente. Desnudos puertos e islas, peces y arenas, vados y hondonadas, simas y oscuridades, monstruos y secretos, cuerpos amistosos con circulares manos.
De céfiro a huracán, de costilla a falange, de tocar a acariciar: manos hablaron al gesticulante lenguaje del amor sin nombre clavado allá arriba. Cómo hablaron no sé, pero tocaron con gargantas opalescentes.
Al más puro avinagrado sudor nauseabundo del puño pudo las fauces del león extendidas darle el placer de ser tierra a lo que era magma, luna a quien se creía estrella, sudor a quien era sal, simpleza a quien espetaba complejidad.
Manos y conjuntos, caricias y ópalos, manos como hilos marionetas, pasiones amores, súcubos e íncubos, mala leche, células dolientes, terco desplante, caminar erecto y firme, las lunas vacías que cuecen vanidad sepultada en avariciosa letra de declaración de amor.
El nudo de acitrón de la pubertad en la luna monitoreada entre sábanas.
Retorcía entonces la muerte del día vivida como putrefacción entre excesos del todo, del campo, espíritu, talante cabizbajo, desperdicio humano, chorro, reflejos lunares.
―Cuánta rebeldía en manos de obscenidad lunar―, me dije. Mi correo de es ricardocaballerodelarosa@gmail.com
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