Hoy y mañana, 11 y 12 de septiembre, el Estadio Cuauhtémoc va a temblar y no precisamente por un gol del Puebla, sino porque Shakira llega con su gira Las Mujeres Ya No Lloran.
Y yo ya tengo mis boletos en mano (gracias, universo, por proveerme este lujo) porque no todos los días se presenta en Puebla un ícono latinoamericano capaz de llenar estadios.
Y sí, la última etapa de Shaki es polémica: su tour lleva el nombre de ese hitazo con Bizarrap donde básicamente convirtió el chisme de su ruptura con Piqué en un himno global.
Medio mundo se peleó opinando si empoderarse era “humillar” a Clara Chía o si se trataba de exorcizar a un ex infiel con ritmo electrónico. Yo no voy a defender el linchamiento entre mujeres, pero tampoco negaré que después de una ruptura todas necesitamos al menos un rato de gritar “no me supiste valorar” con coreografía incluida. Porque seamos claras: a veces sanar se siente igualito a cantar ardidas con dedicatoria en la mente.
Lo contradictorio es parte del encanto. ¿Empoderamiento desde la rabia? Sí. ¿Exorcismo musical para millones? También. Y ahí está la magia de esta gira: no pensamos en Shakira como “pobre mujer engañada”, sino como la loba que convirtió la traición en gasolina para su carrera. Capitalizó el escándalo, arrastró a su ex públicamente y, en vez de derrumbarse, terminó coronada como ícono global de la resiliencia pop. Nadie hace eso como ella, nadie.
En lo personal, yo sigo suspirando por la Shakira de ¿Dónde están los ladrones?, esa época más poética y menos reguetonera, pero tampoco le digo que no a saltar al unísono con miles de mujeres que corearemos: “una loba como yo no está pa’ tipos como tú”. Porque la música, por ardida que suene, también es medicina: nos recuerda lo que valemos, nos empuja a mandar a volar a quien no supo ver nuestra grandeza y nos conecta con esa fuerza colectiva que se siente única.
Así que sí, Puebla: prepárate, porque este jueves y viernes vamos a comprobar que Shakira ya no llora, y nosotras tampoco. Ahora cantamos, bailamos y, sobre todo, aprendimos a transformar el desamor en espectáculo sold out.














