Pese a la gran fama, esta nunca fue su prioridad
El primer hombre que piso la luna, Neil Armstrong nació el 5 de agosto de 1930 y falleció el 25 de agosto de 2012. Nació Wapakoneta, Ohio, Estados Unidos; fue hijo de Stephen Koenig Armstrong y Viola Louise Engel. Su padre se desempeñaba como auditor para el gobierno de Ohio y por ello la familia continuamente debía trasladarse por todo el estado; Neil llegó a vivir en veinte localidades distintas. Desde que Neil tenía dos años acompañaba a su padre a observar las Carreras Aéreas de Cleveland, en ese momento era su pasatiempo favorito. El 20 de julio de 1936, experimentó su primer vuelo en Warren (Ohio), cuando voló junto a su padre en un Ford Trimotor, avión apodado Tin Goose, ‘ganso de aluminio’. Ahí supo que quería ser piloto de aviones.
Para 1944 la familia regresó a Wapakoneta. Armstrong se educó en el instituto de educación secundaria Blume de esta localidad y asistió a lecciones de pilotaje de aviones en el aeródromo de la localidad. Al cumplir 16 años obtuvo un certificado de estudiante de vuelo y realizó su primer vuelo en solitario al poco tiempo. Era muy activo como Boy Scout y consiguió el rango de Eagle Scout, el más alto; su amor por los Scouts era tal que siempre llevaba consigo en sus viajes espaciales la Insignia Scout Mundial. Armstrong comenzó a estudiar ingeniería aeronáutica en la Universidad Purdue. Antes había sido aceptado en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), pero prefirió por cuestiones de calidad no formalizar sus estudios allí.
Para estudiar recibió una beca del Plan Holloway, las condiciones era estudiar durante dos años en la universidad, seguidos de tres años de servicios en la Armada de los Estados Unidos y posteriormente de otros dos años para completar los estudios superiores. Al culminar sus estudios fue piloto de la Marina de Estados Unidos entre 1949 y 1952, durante este lapso intervino en la guerra de Corea. Luego, ingresó en el National Advisory Committee for Aeronautics (NACA), que años después sería la Agencia Estadounidense del Espacio (NASA), donde llegó a ser uno de sus pilotos de pruebas más destacados.

“Leer sobre él me hizo querer ir al espacio”
Pero años antes cuando tenía 16 años, en al año de 1946, y visitó a Jacob Zint, el astrónomo de Wapakoneta, Ohio, que había construido un observatorio con un telescopio de casi 20 cm de lente. Fue la primera vez que la vio en detalle, pero no hubo romance. “Todas mis aspiraciones en aquellos tiempos estaban relacionadas con los aviones”, aseguraba Armstrong a Hansen. “Cualquier sueño de vuelos espaciales hubiera sido irreal”. Ya entonces, este ‘primer hombre’, un adolescente en realidad, hacía vuelos en solitario de 450 kilómetros, más o menos la distancia que separa Madrid y Granada.
Al terminar la carrera, se convirtió en piloto de pruebas. Podía pilotar más de 200 tipos de aviones, entre ellos el avión cohete X-15, en el que alcanzó los 6.000 km/h y rozó los 70 km de altura.
Sus constantes vitales vigiladas
Armstrong era piloto de pruebas de la NACA (el Comité Nacional de Aeronáutica) que en 1958 fue absorbido por la NASA, de modo que a él jamás lo entrevistaron para ser astronauta. De hecho, siempre se reconoció como ingeniero: en una entrevista realizada en el Johnson Space Center, en 2001, aseguró que “cuánto tiempo más seré reconocido como astronauta cuando en verdad soy ingeniero”.
Neil fue el único civil de la tripulación del Apollo XI. Y el único en muchos otros sentidos, según José Manuel Grandela, exingeniero controlador de naves espaciales (INTA-NASA). Cuando apenas tenía 23 años, Grandela aceptó un puesto de trabajo en una de las tres estaciones que estarían conectadas a la misión Apollo XI (as otras dos estaban en California y en Australia.
“Yo me encargaba de controlar todos los datos que enviaban los astronautas del Apollo XI a Houston y, al revés”, indica Grandela en una entrevista telefónica. “Debía vigilar los datos de las constantes vitales de los astronautas, sus electroencefalogramas, electrocardiogramas, presión sanguínea… Había que estar alerta a los ordenadores, las baterías, el combustible de sus motores. Era una cantidad de datos enorme”.

De ese modo, Grandela fue testigo de uno de los momentos críticos de la llegada: el alunizaje. Armstrong y Aldrin habían pasado semanas memorizando el paisaje que debían ver a través de las ventanillas, pero al llegar el momento se dieron cuenta de que algo fallaba: el lugar no era el elegido. Y entonces llegó el mensaje: “Os quedan 60 segundos de combustible”.
A Armstrong muchos lo conocían como Iceman ‘hombre de hielo’ por su sangre fría en situaciones extremas. En su primera misión al espacio, durante el programa Gemini, formó parte del primer acoplamiento de dos naves espaciales en órbita y también del primer fallo total del sistema de una nave espacial estadounidense, lo que le obligó a tomar los controles, anular la misión y regresar prematuramente.
Pulsaciones bajo control
“Es cierto”, añade Grandela, “era muy tranquilo. Hay que recordar que la NASA había calculado el lugar ideal para descender, pero Armstrong vio que la zona de aterrizaje estaba llena de piedras y que podían dañar la nave y hasta impedir el retorno. Entonces cogió los mandos, el Apollo iba en automático, y comenzó a buscar un lugar más seguro. Entonces, Houston gritó: ‘¡Solo quedan treinta segundos!’. Si el combustible se acababa se quedarían allí. Vimos cómo la nave se acercaba a la superficie de la Luna a una velocidad tremenda, hasta que Armstrong vio un pequeño sitio y aterrizó. Fue un momento de enorme tensión y tanto en Houston, como en Madrid, que tuvimos la suerte de estar conectados en ese momento, comenzamos a gritar. Yo tenía acceso al electrocardiograma de Armstrong en aquel momento. Y sus pulsaciones nunca pasaron de 90 por minuto”.
Contrariamente a lo que se puede imaginar, en ese momento no se levantaron, abrieron la escotilla y salieron a pisar la Luna, aunque era lo que querían. Armstrong y Aldrin llevaban cuatro días de viaje, durmiendo mal y, tras la tensión del alunizaje, Houston les dijo que debían dormir.
“Pero de eso nada de nada”, explica Grandela, autor del libro Fresnedillas y los hombres de la Luna, en la que cuenta su experiencia de aquellos tiempos. “Los dos estaban que no cerraban ojo. Entonces la NASA claudicó. Solo les dijo que debían dejar todo preparado para el despegue y ponerse los trajes, algo que, con ayuda, les llevaba dos horas”.
La misión estaba planeada minuto a minuto. Por eso Armstrong, a pesar de haber sido el primero en pisar la Luna, solo aparece en cinco imágenes, y todas ellas reflejadas en el casco de Buzz Aldrin o sale apenas visible.
Al regresar los tres, Collins, Armstrong y Aldrin debieron pasar tres semanas en cuarentena. Encerrados en un pequeño módulo, el Hornet 3, los visitaban con frecuencia cuatro médicos que se habían presentado como voluntarios, ya que nadie sabía cómo podía afectarles el espacio.
Para la mayoría de los astronautas, el regreso no fue muy grato: alcoholismo, divorcios, prensa constante y viajes. Algunos se dedicaron a la política, otros se establecieron como asesores de diferentes empresas, pero Armstrong y su bendita disciplina, no. Dos años después ya ocupaba un puesto como profesor de Ciencias Aeronáuticas de la Universidad de Cincinnati, donde enseñaría durante casi una década. Mas de una vez le tentaron para que entrara en política, pero no lo hizo.
“En 1979 participó en el programa La clave, en RTVE, por los diez años de su llegada a la Luna y le conocí personalmente”, concluye Grandela. “Le acompañé a recorrer Madrid y cuando compramos algunos recuerdos, a la hora de pagar, dijo su nombre [había que firmar los cheques de viaje]. Ya a la gente ni le llamaba la atención. ‘Estoy acostumbrado’, me dijo. A mí me dio pena, pero para él esa humildad era normal. Nunca quiso ser reconocido y hablaba muy poco”.

La fama no le interesaba. Durante años no tuvo ningún problema en firmar autógrafos, pero cuando se enteró de que los subastaban por Internet, dejó de hacerlo. Solo aceptó hacer una publicidad y fue para Chrysler, la fábrica de automóviles, que, pese a tener un gran departamento de ingeniería, atravesaba una crisis en aquellos momentos (1979). Aceptó para echarles una mano en reflotar el negocio.
The First Man
La película The First Man, dirigida por el ganador del Óscar Damien Chazelle (La La Land) y protagonizada también por Ryan Gosling. Narra la dureza de la preparación física y psicológica a la que tuvo que someterse. “Gracias a mi carrera he tenido la oportunidad de conocer a varios astronautas en persona, incluso Buzz Aldrin [segundo hombre en la Luna], pero desafortunadamente nunca conocí a Neil Armstrong. He oído que era bastante humilde y siempre defendió que los verdaderos héroes fueron los ingenieros de programa Apollo”. Quien afirma esto es la también ingeniera Vanesa Gómez-González, que actualmente trabaja en varios proyectos de la NASA. “Siempre me había preguntado cuándo llegaría una superproducción de Hollywood y me alegro de que por fin se haya hecho”, relato a QUO esta experta. Seguro que inspirará a una nueva generación.
En 1980 pasó a formar parte de la junta de la Cardwell International Ltd., empresa proveedora de equipamiento para refinerías. Tras su hazaña en Apolo 11, Armstrong fue galardonado con la Medalla Presidencial de la Libertad por el presidente Richard Nixon. En 1978, el entonces presidente Jimmy Carter lo condecoró con la Medalla de Honor Espacial del Congreso y para el nuevo milenio los tres tripulantes del Apolo 11 recibieron la Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos. El 25 de agosto de 2012 falleció el astronauta conocido mundialmente en la localidad de Cincinnati, Ohio, a los 82 años, debido a complicaciones a causa de un baipás coronario.
Con información de QUO e Historia-Biografía