Amigos cercanos hablan de la despedida del Papa que nunca regreso a su país natal
A pesar de la pasión que mostraba por su país natal, Argentina, el Papa Francisco nunca visitó su país de origen, en su pontificado que inició el 13 de marzo de 2013, lo que muchos fieles argentinos lamentan.
Hay que recodar que el 11 de febrero de 2013, el cardenal Jorge Mario Bergoglio era arzobispo de Buenos Aire Argentina, momento en que todos fuimos sorprendidos por el anuncio de la renuncia del Papa Benedicto XVI en latín.
Quien recuerda estos momentos es el padre Alejandro Russo, que es el actual rector de la Catedral de Buenos Aires, quien conocía a Bergoglio desde que era provincial de los Jesuitas.
Así la amistad fue creciendo y se hizo estrecha cuando el cardenal Quarracino lo designó como obispo auxiliar de la ciudad y vicario en Flores, una época en la que el padre Russo era encargado de la parroquia de Belgrano, donde acudia el hermano de Bergoglio, Alberto, a misa.
Cuenta el padre Alejandro Russo, en la sacristía de la Catedral, quien recuerda los días en los que el cardenal Begoglio se encontraba en Buenos Aires.
«Él siempre hacía lo mismo», dijo al empezar. Su rutina en Buenos Aires era meticulosa. El cardenal Bergoglio se levantaba a las 4:30 de la mañana, iniciaba su día con dos horas y media de lectura y meditación como todo buen jesuita.

Posteriormente oficiaba misa si no tenía compromisos importantes y ocupaba su despacho a las 7:00 de la mañana, respondia cartas y atendia audiencias.
Almorzaba en el comedor del segundo piso a las 11:30 horas, luego de una breve siesta. Completaba la tarde con más trabajo en su oficina hasta las 19:00 horas.
«Él siempre estaba disponible para atender llamadas, todo lo resolvía rápido», refirio el padre Russo, quien también recordaba que Bergoglio no uso nunca una computadora, prefiriendo escribir a mano o en una máquina de escribir eléctrica.
Hubo una época que contó con un secretario y después dos mujeres que lo asistían para atender el teléfono, Otilia y Elisa.
Sin embargo la agenda, que usaba era de papel, la llevaba él y la guardaba en su viejo portafolios con hebillas.

Comia con moderación, evitaba el derroche y la abundancia, recuerda el padre Russo. «Nunca lo vi cebarse mate ni cargar un termo. Eso que se decía que en el Vaticano se cebaba mates es un mito. Ttomaba café y si le ofrecían, tomaba mate, pero no era un hábito».
Jorge Mario Bergoglio se cuidaba mucho en su salud, comía verduras y disfrutaba de la cocina piamontesa, pero con moderación.
El humor del Papa se dejaba ver en anécdotas como la vez que, al ver a su hermano Alberto y al padre Russo en en Roma les dijo: «¡Ay Dios! Están en alerta todas las pizzerías de Roma».
Sus cenas eran simples y tempranas. «Él mismo calentaba lo que le dejaban preparado. No tenía problemas con hacer las cosas por sí mismo», explica Russo.
Y es que a las 9 de la noche se retiraba a su habitación, una estancia austera, con cama, armario y una mesa del luz. No tenía televisor, porque había hecho una promesa a la Virgen del Carmen.
La única excepción a la rutina era escuchar música clásica los sábados por la tarde, cuando sintonizaba Radio Nacional.

Recuerda que en la Curia, Bergoglio tenía tres oficinas. La más grande la usaba solo cuando no había mucha gente.
Además el día en que Benedicto XVI anunció su renuncia, el cardenal Bergoglio estaba trabajando en su oficina, en pleno lunes de Carnaval, en un ambiente de absoluta clama, casi como si no ocurriera nanda importante.
Como a las 8 de la mañana, el padre Russo recibió una llamada inesperada en su habitación, dándole la noticia de la renuncia papal. De imediato, llamó a Bergoglio por teléfono.
«¿Dónde estás?», le preguntó el entonces arzobispo. «En mi cuarto», fue la respuesta de Russo. «Vestite y veni», le comentó Bergoglio.
Al momento de llegar a la oficina, vio que el Papa estaba hablando por teléfono con alguien en Roma. Y en ese momento le susurró: «El Papa es usted». Bergoglio lo miró incrédulo: «No, Alejandro, no es posible».
Esto recuerda el padre Russo: «Lo decía porque él acababa de renunciar a su sede de Buenos Aires, había cumplido los 75 años y pensaba que su tiempo ya había pasado».
Le siguieron horas de tensión, llamadas de Roma y una conversación que terminó con una reflexión de Russo: «Cuando se elige a un Papa, no se tiene en cuenta nada, porque el Papa es soberano, está fuera de la ley, es el legislador Supremo, el Vicario de Cristo».
Pese a que Bergoglio insistió en que no era el momento d hablar de su posible elección, pronto se hizo evidente que la historia empezaba a tomar otro rumbo.
Posteriormente lo llamó un cardenal desde Roma, que amagó a irse de la ciudad y al que Bergoglio lo hizo quedar.
La llamada terminó con un mensaje del purpurado hacia el Arzobispo con un: «Rezamos por vos». «Ahí le insistí: ‘ve lo que le digo’, pero no me llevo el apunte y de inmediato se puso a escribir una carta para el Papa Benedicto en donde agradecía el gesto de generosidad y el ejemplo que le había dado a la Iglesia», dijo el padre.

Y es que el día del Cónclave se acercaba más, Benedicto XVI había comentado que el 28 de febrero era la fecha de dimisión, sin embargo Bergoglio aún no había decidido en que momento viajar a Roma.
El padre argentino, que en aquella ocasión se volvió su consejero en varias decisiones, le sugirió el 25 de febrero como fecha de salida.
Unos días antes de su partida, el Cardenal celebró su último bautismo, fue la hija recién nacida de un piloto que había logrado una súbita fama por haber sido arrestado años atrás. Cuando terminó Bergoglio se acercó a Russo y le dijo «me voy el 25».
Así que su última misa que celebró en Buenos Aires tuvo lugar el 23 de febrero, en la Catedral Metropolitana, dirigida a un pequeño grupo de sacerdotes.
Fue un momento privado, un adiós aún no pronunciado. «Me dejo lista la homilía del Jueves Santo para que la pasaran a máquina», aun recuerda el padre Russo, quien además dijo que cuando Bergoglio se convirtió en Papa, la homilía fue enviada a la Secretaría de Estado del Vaticano.
La despedida de la persona que le vendía su diario
Durante las últimas horas como cardenal Bergoglio, se dedicó a pequeños detalles, tales como pagarle a su amigo Daniel Del Regno, quien le llevaba todos los días el diario La Nación.
Daniel Del Regno, recordó: «Cuando me enteré de su viaje, por que él mismo me lo comentó, le dije si le parecía conveniente suspender los diarios, y respondió que no, estaría de vuelta en una semana. Antes de eso había tenido la gentiliza de bautizar a mi hijo, habíamos generado una confianza. Cuando nos enteramos que era Papa fue una alegría. Y traté de llamar a la Curia sin embargo se me adelanto. Me llamó por teléfono, pero con este caos que tiene la zona no alcancé a escucharlo bien. Creí que era una joda. Y no, era él, despidiéndose y ahora sí suspendiendo los diarios».
Llegó el 26 de febrero de 2013, sería el último día de Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires, fue un día como cualquier otro. Sin embargo esa vez, Russo se despidió con una última conversación.
“Ese día a la mañana subí a saludarlo. Pero fue como despedirse de un cardenal cuando va al Cónclave, como había sucedido todas las otras veces. Él estaba sentado en su escritorio y nos pusimos a arreglar cosas de protocolo, un encuentro de catequistas, el Domingo de Ramos, que se hacía en Flores la tarde del sábado en la puerta de la Basílica. ‘Que monseñor Sucunza presida Ramos y monseñor García la misa de los catequistas si yo no estoy’, dejó establecido. Hice la cuenta y le dije acá no quedaba más remedio que el Papa fuera coronado -un término que no se usa más, ahora se dice el inicio del Ministerio Petrino- el 19 de marzo. ‘Hay que decirle al Papa que lo haga, porque además está bien, es el día de San José, porque si se mezcla con el Domingo de Ramos es medio difícil, es una liturgia enredada, no creo que que se pueda’ dije…Entonces me respondió: ‘¿Pero vos pensás que yo le voy a decir al Papa qué día tiene que coronarse’?”, el Padre Russo sonrió: “‘No, pero yo se lo estoy diciendo al Papa’. Bergoglio se rió, y fingiendo molestia, le respondió: “Bueno, terminala’”.
Posteriormente cuando estaban listos para salir, el padre Russo le dijo con tono serio: «Usted se va a acordar de mí cuando digan ‘Bergoglio, 77’ y suene un aplauso». Esto se trataba del número de votos necesarios para ser elegido Papa en el Cónclave.

Después el cardenal argentino se despidió de su amigo con una sobriedad inusitada. Un auto rojo lo esperaba para llevarlo a Ezeiza. «Nos vemos a la vuelta», expresó.
El último suelo argentino que piso fueron los pasillos del aeropuerto. Tomó el vuelo del mediodía de Alitalia y se fue a Roma. El avión aterrizó en la capital italiana a las tres de la mañana, horaria incómodo si los hay para llega a un destino.
Sin embargo, el futuro Papa Francisco era un hombre de rutinas. Viajó en clase Económica. Russo dijo sus últimas palabras: «Me acuerdo que alguien lo llamó y le dijo ‘vaya en primera o en business que yo le pago el boleto’, pero no quiso. Estábamos en un pasillo y me dijo ‘¿vos querés esa plata para alguna cosa de la Catedral?’. ‘No’, le respondí. ‘Entonces que vaya a las villas’, me pidió».
Jorge Mario Bergoglio nunca regresó a su tierra nata, ya que el 13 de marzo de 2013, a los 76 años de edad fue electo Papa.
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