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El horroroso caso del bebé abandonado en una bolsa negra

Un bebé envuelto en plástico. Un hombre que lo deja junto a la llanta de un auto como si fuera basura. Una madre que le escribe por WhatsApp: “esta cosa se está moviendo”. Un padre que le responde: “ponlo en una bolsa y yo me encargo”.

Se supone que estas historias sólo pasan en las películas de terror o en los expedientes policíacos que nadie quiere leer. Pero no, pasó aquí, en Tultitlán, Estado de México. En nuestra realidad, en nuestras calles, ante nuestros ojos.

Porque una cosa es no querer ser madre o padre, y otra muy distinta es perder por completo la humanidad.

Lo que no querían ver…

Diana, de 21 años, y Lucio, de 18, no querían un bebé. Hasta ahí, punto. No hay nada que discutir. El problema no es ese. El problema es que en su miedo, en su irresponsabilidad, en su egoísmo, se creyeron dioses capaces de decidir sobre la vida y la muerte con la frialdad de quien tira un papel en la calle.

Quisieron abortar, pero era tarde. Diana tomó pastillas y el bebé nació. Pero en lugar de asumir la realidad de que un ser humano estaba ahí, llorando, moviéndose, lo redujeron a una “cosa”. Lo miraron y no vieron a un hijo, ni a una persona, ni siquiera a un mínimo reflejo de sí mismos. Vieron un problema, un estorbo.

Y en vez de hacer algo, tomaron la peor decisión posible. No lo llevaron a un hospital, no buscaron ayuda, no intentaron entregarlo a alguien. Nada. Decidieron matarlo. Así, sin más.

Lucio lo metió en una bolsa de plástico y salió a “encargarse del asunto”. Sólo que su plan de “deshacerse de la cosa” falló, porque lo hizo en un lugar donde una cámara de seguridad lo captó todo. Y el bebé lloró. Y la gente lo escuchó. Y el mundo se enteró.

¿Qué nos pasó como sociedad?

Aquí no estamos discutiendo sobre el aborto. No es una cuestión de estar a favor o en contra. Esto es otra cosa. Es una conversación sobre hasta dónde hemos normalizado la deshumanización, la falta de empatía, la incapacidad de asumir consecuencias.

Porque Diana y Lucio no son los primeros ni serán los últimos. Muy seguido son noticia los bebés abandonados en basureros, en calles, en parques. Nos enteramos de niños que crecen en casas donde nadie los quiere. Vemos historias de infancias destruidas porque alguien, en algún punto, decidió que esa vida no valía la pena.

¿Qué nos pasa? ¿Cómo llegamos a un punto en el que dos adultos miran a un bebé moverse y llorar y no sienten absolutamente nada?

No querían ser padres. Lo entendemos. Pero entonces, ¿por qué no prevenir? ¿Por qué no pedir ayuda? ¿Por qué no tomar otra decisión que no implicara el intento de homicidio de su propio hijo?

Aquí hay muchas preguntas y pocas respuestas. Lo único claro es que no fue un accidente, no fue un error, no fue un “se nos salió de las manos”. Fue una decisión consciente, planeada, ejecutada con una frialdad escalofriante.

Y por suerte, el bebé sobrevivió. No porque ellos quisieran, sino porque fallaron en su intento de matarlo.

Esa es la única diferencia entre este caso y los que no se hacen virales.

Y eso, queridas y queridos, es lo más aterrador de todo.

La Chica Única

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