Me descubro en el filo de un deseo que no pide permiso. No es murmullo discreto ni eco lejano. Es grito desde mi piel, incendio que se expande sin control. Siempre ha estado ahí, agazapado bajo la superficie de los mansos días, en espera del instante en que las máscaras caigan, en que el cuerpo recuerde su propio lenguaje. Y ahora lo veo con asombro, con la fascinación de quien encuentra en sí mismo una bestia hambrienta y, en lugar de temerle, la abraza.
No hay freno posible cuando la pasión me desborda, cuando el pulso de la sangre se convierte en una orden innegociable. Es oleaje sin tregua, río que desborda sus márgenes en busca de otra piel, la orilla que nunca es suficiente. El deseo es hambre y sed y cuanto más lo sacio más crece. Es círculo sin fin, combustión perpetua, abismo que no asusta porque caer en él es un placer en sí mismo.
Me asombra darme cuenta que en este ardor no hay culpa, no hay pecado en la entrega absoluta, en el ansia de fundirse, en la urgencia de las bocas que se buscan sin retórica. Durante tanto tiempo creí que el deseo era algo que debía domarse, una criatura que debía ser contenida entre muros de pudor y silencio. Ahora comprendo que su furia no es algo que deba reprimirse, sino algo que debo honrar.
¿Qué es este fuego sino la esencia más pura de la vida? ¿Qué es esta ansia sino la prueba de que existo, de que mi carne es más que simple envoltorio? No es solo piel contra piel, no es solo la danza del cuerpo en el delirio de la noche. Es una afirmación de mi ser, una celebración de mi naturaleza. En cada gemido hay un eco de algo antiguo y sagrado, en cada roce hay un universo latiendo.
No hay saciedad posible y tal es la maravilla. El deseo no es pozo sino manantial. Un viaje sin destino ni final, un festín donde el hambre es la más deliciosa de las compañías. Me miro en el espejo con el resplandor de la fiebre que brilla en mi piel y sonrío.
Soy mi propio incendio, mi propia entrega, mi propio abismo de placer. No hay miedo, no hay freno, no hay dolor. Solo el asombro de descubrirme en este fuego y la certeza de que nunca quiero ni puedo apagarlo.
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