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Un eterno ser objeto y amante

Somos encuentro. La vida y sus designios saben esta oración y juegan con ella. Cada paso es un acercarse a lo más sagrado, al objeto ideal, al humano anhelado, al atardecer bosquejado. Y un eterno, de instante a instante, abre las fauces para dejarle caer el momento. Y hay fusión, unión, la comunión inicial, el insípido inicio de estar juntos.

Como jardín, que no pertenece a ninguna estación, donde las hojas no caen ni brotan sino existen, encontramos y nace objeto y amante. Acontece el encuentro. Unión para fugarse, sin plan, ni espera, ni la taciturna ansiedad. Brota una gracia, un respiro que al parecer no se sabe si necesario. Un amante, con el alma cansada de desear en silencio, pisa el sendero sin imaginar que en la curva exacta del instante se abriría el universo y allí estará, su objeto amado, envuelto en tibia cortina, un ocaso, la llovizna, cada rocío, el homenaje solar.

El eterno nada dice, es presencia. El aire rodea aquella suavidad y se hace claro. La nitidez vislumbra un y hay luego claridad. En su conjunto los árboles se acercan para escuchar. La asombrosa rapidez detiene el pincel y se traza el cielo. Un mundo, de pronto, deja de dolor. Cada amante retiene palabras, mirada, asombro, el deleite de la velocidad de los siglos callados. Cada ser se hace objeto y se torna amante, el deseado, a labios de ceniza, con el tambor de combate, la destreza vibrante y la disposición a sucumbir. La certeza se aproxima, se ha soñado, sucedió el encuentro. Nuevo eterno.

El dolor se retira, el fracaso se disuelve, la bruma liviana ya no asfixia. El alma —ese dispositivo inerme, caducado, temeroso— descansa. Lo amargo del pasado se mece y calla para refugiar la tormenta que se aproxima. Sin tiempo importa todo, incluso el ayer, el mañana exigente, la noche que se acerca.

Mirar apenas, rozar de manos, nostalgias adheridas, inciertos escenarios, explican a la vida de qué está hecha. No hay pretensión, ni reclamo, ni urgencia. Solo el nublado hecho cielos amalgamados en almas reconociéndose. Lo demás —el ruido de guerras, el grito de solitarios, la furia de quienes temen, el suspiro final de quienes fallecen— queda lejos, diminuto, irrelevante. Existe ternura, larva inocente, alimento hecho de imaginados encuentros dejados de caer en tierra. Un sosiego que acaricia el alma es brisa que sabe a hogar. El momento, aunque breve, siembra el eterno humano.

El amante y el objeto, amante inédito,  no requieren más. Del amor invocado sabe ahora la vida y lo adopta. Sella sus dolores y calla, se refugia en sus posibilidades. La vida duerme y desea ahora el encuentro nuevo. Lleva en su pecho el claro resplandor de lo vivido y de lo que vendrá. Se ha salvado.

Mi correo es ricardocaballerodelarosa@gmail.com

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