Empecemos por el principio. Ser una de las pocas personas que puede sentarse en el salón de su casa y ver, con 20 días de antelación, la que seguramente sea la mejor serie de Netflix (o, al menos, la mejor producida), es un auténtico privilegio. Y si esto se une a que uno de mis placeres culpables es la ‘Royal Family’, no te puedes imaginar las ganas con las que abordé los ‘screeners’ que Netflix me facilitó para ver la tercera temporada de ‘The Crown’.
En los nuevos diez episodios de aproximadamente una hora de duración, vamos a ver una familia real inglesa distinta de la que dejamos en la anterior temporada. En algunos casos se aprecia demasiado ‘borrón y cuenta nueva’ con el reparto y el espíritu anterior, lo cual resulta brusco, pero sin duda eficaz para saber que estamos en una nueva etapa de la monarquía y también de Downing Street, dos entidades que corren paralelas y siempre condenadas a entenderse.
‘The Crown temporada 3’ transcurre entre 1964 y 1977, unos años fundamentales para la Corona y la estabilidad del país británico. En la serie se aprecian algunos de estos críticos momentos históricos: las dudas que provocaba el presidente laborista Harold Wilson, las protestas de los mineros, las quejas de los galeses al tener que aguantar la coronación de un príncipe (Carlos) que se olvidaría de ellos ‘ipso facto’, la llegada del hombre a la luna… Da qué pensar. Quizás por eso han sido varias las noches que no he podido dormir tras verla. Así, sin exagerar.
Varios directores se ocupan de los capítulos de esta temporada, pero no se distingue salvo puntuales momentos las diferentes manos: la unión en la realización es muy marcada, con planos medios, usando los planos cenitales en más de una ocasión, trabajando las perspectivas para dar amplitud a Buckingham y los espacios estrechos y agobiantes en las reuniones de los ministros… Ben Caron (‘Sherlock Holmes), Samuel Donovan (‘La viuda’), Jessica Hobbs (‘The Split’) y Christian Schwochow (‘Children of Mars’).
Peter Morgan (‘La reina’, ‘Frost contra Nixon), el creador de la serie y nominado en dos ocasiones al Oscar, ha sido el encargado, junto con un hatajo de asesores históricos, de crear un guión que está extraordinariamente bien planificado. Hay diálogos magistrales –los encuentros entre la reina y el Primer Ministro Wilson son antológicos, así como la falta de empatía entre Isabel II y su hijo Carlos o los textos de Lord Mountbatten– que nos hacen guardar la respiración, aunque no lleguemos a identificarnos demasiado con los personajes.
Hablemos de los personajes. Si tienes miedo de echar de menos a Claire Foy y a Matt Smith, descártalo. Te olvidas de ellos desde el minuto 2 (el minuto 1 de la serie es el téaser que vimos hace una semana, la transición entre ambas actrices contada a través del cambio de la efigie de la monarca en la libra).
La presencia de Olivia Colman es sencillamente poderosa, interpretando a una reina mucho más amarga y menos amable que la de Foy, más seca en sus relaciones políticas, decidida a anteponer los intereses de la Corona por encima de los familiares y tomando determinaciones con firmeza de las que luego aparentemente se arrepiente. Comedida y contenida, nada que ver con su oscarizada participación en ‘La favorita’, la actriz llena absolutamente la pantalla.
A su lado, Tobias Menzies da vida a un príncipe Felipe mucho menos canalla que el de Matt Smith. Este duque de Edimburgo parece pasar más tiempo al lado de su mujer, defendiendo la monarquía y sus privilegios a capa y espada, conquistando al espectador con sus miradas en ocasiones duras y otras veces burlonas y sus aparentes desprecios.
El guión introduce ya de lleno –algo pudimos ver en las anteriores temporadas– la tensión entre las ‘hermanísimas’. Helena Bonham Carter interpreta muy correctamente a la juerguista princesa Margarita, que busca su sitio intentando no envidiar demasiado a su hermana: «Esa corona debería haber sido para mí», explica, mientras asistimos al principio del fin de su matrimonio –antes de cuento de hadas– con el fotógrafo Tony Armstrong-Jones (Ben Daniels), quien no acaba de encajar en las severas normas de la familia real.
En esta temporada, ya tienen más presencia el príncipe de Gales (Josh O’Connor) y su hermana, la princesa Ana (Erin Doherty), que juegan una interesante pareja contrapuesta: ella, moderna y dispuesta a poner en duda el mandato de sus padres; él, más tímido, con dudas sobre su papel en la monarquía y con constantes enfrentamientos con una reina que parece no entender su intención renovadora en la institución.
Advertimos que te van a fascinar varios de los personajes secundarios. Por ejemplo, el Primer Ministro Harold Wilson (Jason Watkins); la princesa Alicia, madre de Felipe de Edimburgo (Jane Lapotaire) o Lord Mountbatten (Charles Dance, a quien muchos recordarán como Tywin Lannister en ‘Juego de tronos’). Todos ellos realizan un trabajo de lo más creíble, en una serie coral como esta donde nada puede fallar.
Los 50 millones de libras que ha costado esta temporada (unos 58 millones de euros) están justificadísimos; comprobamos de nuevo que, a nivel de producción, es difícil encontrar una serie mejor en plataformas. El vestuario, el trabajo de reconstrucción de CGI, las localizaciones…
Sí, me he obsesionado con ella. Todas las noches que he visto capítulos de ‘The Crown T3’ luego me ha costado conciliar el sueño. Y es lógico si ves el episodio dedicado a la tragedia de Aberfan, uno de los más impresionantes de la temporada; o el de la coronación del príncipe Carlos, en el que sorprendentemente llegas a empatizar con el heredero (vamos, que da un poco de pena); o el que la Reina se va de viaje con su amigo Porchey (John Hollingworth) y le confiesa lo que realmente le gustaría hacer en la vida.
Netflix debería seguir haciendo esta serie temporada tras temporada –¡lo siento, señores del departamento de Contabilidad!, y hacerlo como lo ha hecho en esta: sin contemplaciones, siendo valientes, ciñéndose a la historia y dejándose de hagiografías, porque la Reina de Inglaterra es un personaje suficientemente conocido para que nos cuenten otras versiones de la historia.
Eso sí; me arriesgo a pasar más noches de insomnio. Pero cuando tienes ‘The Crown’, ¿para qué dormir?
FUENTE: ELLE