A ver, queridas, tomen asiento, porque esto merece una pausa para el cafecito con chisme y reflexión.
Resulta que Alfredo Adame, el mismísimo manual de masculinidad tóxica ambulante, decidió ponerse el traje de víctima y denunciar a la grafóloga más polémica de la farándula mexicana, Marifer Centeno, ¡por violencia de género! Sí, leyeron bien. Ahora los patos le tiran a las escopetas.
¿El motivo? Durante una entrevista, Marifer aseguró haber recibido el pack de Adame y, además, tuvo la osadía de comentar sobre el tamaño de su… autoestima. Con esto, la grafóloga no solo admitió públicamente haber recibido material íntimo, sino que también se burló de ello. Y, aunque Adame es tan impresentable como un tamal sin salsa, lo cierto es que lo que Marifer hizo encaja perfectamente en la definición de delito según la Ley Olimpia.
Un recordatorio rápido para quienes no tienen el dato: la Ley Olimpia nació del activismo de Olimpia Coral Melo, una mujer que enfrentó la humillación pública y la violencia digital cuando su privacidad fue vulnerada. Esta ley castiga la difusión, almacenamiento y distribución de material íntimo sin consentimiento. Su propósito es proteger, sobre todo, a mujeres que han sido sistemáticamente violentadas en el entorno digital. Y sí, también protege a hombres.
Marifer, en su estilo polémico, se metió en un problema serio. Adame, como cualquier hombre herido en su ego, ha decidido no quitar el dedo del renglón y exige consecuencias legales. Y, la verdad sea dicha, tiene derecho a hacerlo. Lo que le pasó es un delito, lo miremos como lo miremos.
Pero, aquí viene la reflexión incómoda: ¿qué tan justo es que un hombre como Alfredo Adame, quien tiene un historial larguísimo de violencia hacia mujeres (hay recopilaciones enteras en YouTube de su greatest hits misóginos), use esta ley diseñada para protegernos, a nosotras, las mujeres?
Este caso pone en evidencia algo que incomoda pero es cierto: las mujeres no estamos exentas de cometer violencia de género. Aunque históricamente somos las principales víctimas, también podemos cruzar la línea. Marifer lo hizo, admitió un delito y ahora enfrentará las consecuencias. Sin embargo, resulta indignante que alguien como Adame, quien ha usado su posición mediática para agredir y denigrar a mujeres, sea quien se envuelva en la bandera de la justicia.
Alfredo Adame no está buscando justicia, está buscando venganza, protagonismo y, de paso, una oportunidad para seguir violentando. Porque sí, puede que legalmente tenga razón, pero moralmente no tiene ni un gramo de autoridad para usar esta ley que nació de nuestra lucha.
Lo que más coraje da es que Marifer cayó en la trampa de hacerle a Adame lo que ellos nos hacen a nosotras. Comentarios que deshumanizan, que reducen a las personas a su cuerpo, que perpetúan el ciclo de violencia. Nosotras sabemos lo que se siente, y por eso deberíamos ser las primeras en no replicarlo.
Así que, amigas, este caso no es solo un escándalo más para el programa de las diez. Es una lección de que la justicia, cuando se mezcla con el ego y las malas intenciones, puede ser usada como un arma en contra de lo que realmente buscamos proteger.
Porque si algo nos queda claro es que la lucha por la equidad no es solo legal, también es moral. Y eso, querida Marifer, es algo que todas debemos tener presente.