Nos llaman exageradas, nos dicen locas. Nos dicen que no es para tanto, que no pasa nada, que ya no aguantamos ni un piropo. Y luego, cuando nos matan, se preguntan en qué momento sucedió, cómo nadie se dio cuenta, cómo nadie lo evitó.
Ahí está el caso de Stefanya N., Fany, asesinada en Xicotepec con más de 40 puñaladas. ¿Que si hay evidencia de que la acosaban? La hay. Ella lo dijo, lo publicó en redes sociales.
Dejó testimonio de que alguien la perseguía, le tomaba fotos sin su consentimiento, la hacía sentir incómoda. Pero, claro, en su momento, seguro alguien pensó que estaba exagerando. Hasta que ya no pudo contarlo más.
Ahora aparece el presunto feminicida, pero Fany ya no está. Y aquí estamos otra vez, viendo cómo todo lo que advertimos se cumple con precisión trágica.
Porque, ¿qué hubiera pasado si hubiera ido a la Fiscalía a decir que alguien le tomaba fotos sin su permiso? Se habrían reído de ella, la habrían revictimizado, le habrían pedido pruebas, la habrían hecho sentir como una histérica paranoica. Porque así funciona esto: si hablamos antes de que nos maten, exageramos; si no hablamos después, es porque ya no podemos.
Y todavía habrá quien diga: ¿Pero por qué no puso una denuncia formal? ¡Imagínenla en la Fiscalía explicando que un tipo la fotografiaba a escondidas!: -Señorita, ¿tiene pruebas? ¿Le hizo algo? ¿Le habló? ¿O solo la miró?-.
¿Ven el problema? Nos tienen que golpear, violar, matar, desaparecer, para que tomen en serio nuestras denuncias. Para que, entonces sí, salgan las autoridades a decir que están trabajando en el caso, que ya hay un detenido, que habrá justicia. Pero la única justicia real sería que Fany siguiera viva.
Así que sí, sí somos locas, sí somos exageradas. Porque estar alerta es la única forma en la que algunas logramos seguir vivas. Hasta que alguien decide que ni eso es suficiente.
