Cuando una institución que debería velar por la justicia se convierte en el ejemplo de opresión, se necesita un rostro que “limpie” y ese es el que asume Idamis Pastor Betancourt como titular de la Fiscalía General del Estado de Puebla.
No sólo porque ha removido a mandos señalados por corrupción y extorsión, sino porque deja claro que la rendición de cuentas también es cosa de mujeres que no se doblegan.
Las investigaciones indican que Pastor Betancourt separó de sus cargos funcionarios dentro de la FGE acusados de extorsión y manipulación de carpetas de investigación, entre ellos: Luis Antonio León Delgadillo, de la Fiscalía Especializada en Investigación de Delitos de Alta Incidencia (FEIDAI); Miguel Islas López, fiscal de la Fiscalía Especializada en Investigación de los Delitos de Operaciones con Recursos de Procedencia Ilícita (ORPI); y Jorge Malvaez Rodríguez, coordinador operativo.
Las denuncias provienen de empresarios que aseguraban ser objetos de presiones económicas para agilizar o frenar investigaciones y esto, no sólo es un movimiento de transición administrativa, tiene el signo de ruptura de una estructura que había naturalizado los abusos internos.
En un contexto donde la violencia se dirige tanto hacia mujeres como hombres, la rendición de cuentas interna importa y que una fiscal que combate a los suyos, muestra una dimensión simbólica poderosa: la autoridad no es sinónimo de impunidad. Porque la igualdad institucional no solo se consolida cuando las mujeres pueden acceder a mandos, sino cuando ejercen el poder sin imitar a la opresión que critican. Pastor Betancourt ha demostrado que no está ahí solo para ocupar un lugar: está para transformar.
La “limpieza” incluyó mandos que llegaron con la propia fiscal, lo cual nos demuestra que es una mujer que no está blindando a nadie, que está velando por la seguridad, porque más allá de despidos, se apunta a un plan más estructural de transparencia y no corrupción.
La apuesta es alta. Porque remover a funcionarios corruptos es un paso, renovar la cultura institucional es otro, pero si quienes hoy entran como nuevos mandos replican viejas prácticas, el efecto será efímero. Lo que se busca es que se fortalezca transparencia, vigilancia externa, protocolos de actuación ética y mecanismos de denuncia reales, lo que no se hacía antes, entonces sí habrá un cambio.
Para la ciudadanía, para las mujeres que aún tienen que lidiar con instituciones que les dan la espalda o les exigen silencio, la acción de esta fiscal significa algo concreto: que la justicia empieza ya.
Idamis Pastor Betancourt no solo está limpiando cubículos y quitando cargos, está mandando el mensaje de que la justicia institucional (esa que toca a todos, sin privilegios) también puede tener rostro femenino, firme y con claridad ética. Y en tiempos donde la autoridad muchas veces es sinónimo de opresión, su señal es clara: no más tolerancia a la corrupción, no más poder sin vigilancia y sí justicia que empodera.
Porque, al final, un sistema que protege es tan importante como los actos de defensa que realizamos desde la sociedad. Y ver a una mujer poniendo el orden a quienes deberían haberlo garantizado desde siempre, significa que por fin alguien está escuchando también a quienes han sido callados, ignorados o extorsionados.















