Viajo a Estados Unidos sin saber inglés y pudo comprar su periódico con el que se hizo de una fortuna
Todos hemos escuchado el nombre de los Premios Pulitzer, pero desconocemos a este personaje que cambio el mundo del periodismo un 29 de octubre de 1911 falleció su creador Joseph Pulitzer, pero quien fue este famoso hombre, te contare su historia. Nació el 10 de abril de 1847 en Mako Hungría. Desde joven Pulitzer quiso ser militar, por lo que intentó varias veces ingresar en el ejército de su país donde fue rechazado por su frágil salud. En 1864, incapaz de renunciar al sueño de llevar a cabo una carrera militar, emigró a Estados Unidos para luchar en la guerra civil que allí estaba teniendo lugar. A los 17 años emigró a Estados Unidos sin saber ni una palabra de inglés. El pasaje se lo pagaron unos reclutadores norteamericanos que buscaban soldados para luchar en la guerra de Secesión.
Al terminar la contienda, y para sobrevivir, Pulitzer desempeñó multitud de oficios, y acabó viajando como polizón a Saint Louis (Missouri), donde trabajó durante un tiempo como mesonero y aprendió inglés por su cuenta. Pulitzer fue víctima de una estafa cuando respondió a un falso anuncio de empleo en el que se solicitaban jornaleros. Un periodista que trabajaba para el Westiche Post, un periódico publicado en alemán, descubrió el engaño y le pidió que escribiera una crónica relatando su experiencia. Y así lo hizo. Pulitzer contó como él y el resto de personas contratadas fueron abandonadas a 60 kilómetros de Saint Louis, y tuvieron que volver andando durante tres días y sin los cinco dólares de depósito que les habían pedido como fianza.
El director del periódico quedó impresionado con el articulo e inmediatamente lo contrató. Cuatro años después, Pulitzer dejó el periódico para estudiar derecho y ejercer como corresponsal para el New York Sun. Años más tarde, pudo comprar el Saint Louis Evening Post y el Evening Post, que refundó como el Post Dispatch. A penas cuatro años después compró el periódico para el que trabajaba por 3.000 dólares y repetiría el proceso con el St. Louis Dispatch por 2.700 dólares. Pero sus ambiciones periodísticas no terminaron ahí. La competencia más fuerte la mantuvo con William Randolh Hearst quien en 1895 adquirió el periódico rival New York Journal. En 1887, adquirió el New York World, que se hizo famoso gracias a sus artículos sensacionalistas. Debido al éxito, lanzó una edición vespertina: The Evening World. Las dos ediciones incluyeron como novedad la publicación de tiras cómicas; la primera fue una tira titulada El chico amarillo, creada por el dibujante Richard F. Outcault.
Especialmente tensa se tornó la relación cuando a partir de 1898 ambos diarios se declararon a favor de la guerra de independencia de Cuba contra España. Se convirtió en una batalla diaria por conseguir la historia más amarilla, sensacionalista y escandalosa con la intención de atraer a más público. Ambos, inventaron o distorsionaron noticias solo por vender más diarios consiguiendo así que el público estadounidense se mostrara, sin pensarlo, a favor de una intervención en la guerra transatlántica.
El New York Worl de Pulitzer y el New York Journal de Hearst continuo incluso su particular guerra dentro de las plantillas donde los periodistas y dibujantes más populares eran “robados” por estos dos diarios con sus consiguientes problemas de propiedad intelectual. Finalmente, Pulitzer se retiraría de esta guerra y su periódico iría abandonando paulatinamente el sensacionalismo exacerbado que le había caracterizado. El magnate William Randolph Hearst, principal rival de Pulitzer por el control de los medios de comunicación de la época, seguía con interés los movimientos de éste. Ambos hombres rivalizaron durante muchos años para ver quien publicaba los contenidos y las historias más sorprendentes. Hearst adquirió el periódico rival de Pulitzer, el New York Journal, para competir con éste directamente. Su rivalidad llegó al límite cuando el acorazado estadounidense Maine fue hundido en el puerto de La Habana en 1898 –este hecho sería el desencadenante de la guerra contra España–.
Antes de cumplir los cuarenta años, Joseph Pulitzer ya era millonario. Además había crecido exponencialmente su fuerza mediática por su peculiar manera de hacer periodismo. Pulitzer quería exclusivas y noticias de tendencia fuertemente populista. También, introdujo numerosas innovaciones en las publicaciones que llegarían hasta nuestros días como las tiras cómicas, una cobertura permanente de acontecimientos deportivos, así como suplementos especiales de ocio y moda.
La cobertura mediática que ofrecieron Pulitzer y Hearst de la noticia fue abrumadora, y enviaron varios corresponsales a Cuba a cubrir el conflicto. Como la información obtenida no era fiable y no podía ser contrastada, Pulitzer y Hearst acabaron por inventarse la mayoría de las noticias. Esta falta de ética profesional y el desprecio absoluto por el periodismo responsable demostrado por ambos está en el origen de lo que hoy se conoce como «prensa amarilla». En 1892, Pulitzer se ofreció a financiar la primera escuela de periodismo del mundo, en la Universidad de Columbia, pero su oferta fue rechazada inicialmente por el rectorado debido a lo polémico de su figura. Fue en 1902, cuando el nuevo presidente de la Universidad, Nicholas Murray Butler, retomó la iniciativa.Tras la muerte del magnate, en 1911, y con los dos millones de dólares que dejó en su testamento, se edificó la Columbia University Graduate School of Journalism en 1912.
Es de destacar que pese a todo, los periódicos de Pulitzer cumplieron con una importante función social denunciando numerosas prácticas corruptas dentro de la política. Así, en 1909, el ‘The World’ dio a conocer unos pagos fraudulentos de 40 millones de dólares de capital público utilizados por el Gobierno estadounidense a favor de la Compañía del canal de Panamá en Francia. Pulitzer fue entonces imputando por difamar contra el Presidente Theodore Roosevelt y el banquero J.P. Morgan. Un proceso del que Pulitzer salió totalmente impune, siendo esta una gran victoria para la libertad de prensa. Un oficio decente quizás a causa de esas acusaciones, Pulitzer pasó sus últimos años de vida reflexionando sobre la profesión periodística, empeñado en hacer de ella un oficio respetable.
«Considero el periodismo como la más noble de todas las profesiones», aseguró. En mayo de 1904, en un artículo que escribió para la North American Review (la más antigua revista estadounidense) resumía con estas palabras su credo: «Nuestra República y su prensa se elevarán o caerán juntas. Una prensa apta, desinteresada, generosa, con inteligencia formada para conocer el bien y con el coraje para hacerlo, puede preservar la virtud pública sin la cual un gobierno popular es una farsa y una burla. Una prensa cínica, mercenaria y demagógica acabará dando forma con el tiempo a un pueblo tan vulgar como ella misma. El poder de moldear el futuro de la República estará en manos de los periodistas de las futuras generaciones».
Cuando falleció el 29 de octubre de 1911 tras una vida dedicada al periodismo, consiguió cumplir el único sueño que se le escapó en vida: crear la primera Escuela de Periodismo en Columbia. Los dos millones que dejó en herencia a la universidad sirvieron para impulsar esta escuela que si bien no fue la primera, sino la segunda, sí es la más prestigiosa del mundo. También, en 1917, fueron convocados los primeros premios Pulitzer que tal como lo concibió Pulitzer entregarían cuatro premios de periodismo, cuatro de literatura y teatro y uno en el ámbito educativo.
La visión de Pulitzer sobre su profesión ha quedado plasmada en Sobre el Periodismo, un libro publicado en 2011 en España por la editorial Gallo Nero en el que se recogen sus inquietudes sobre el papel de la información en la sociedad. En plena era de la postverdad, el libro de Pulitzer adquiere una especial relevancia. Pero volvamos a su vida. Tras relanzar el World se convirtió en un hombre rico. Tan rico que llegó a comprarse el French’s Hotel, el hotel situado en el número 99 de Park Row en Nueva York, en el que años antes le habían negado la entrada por no disponer de los 50 centavos que costaba por noche la habitación. Lo hizo demoler y en su lugar levantó el Pulitzer Building, un rascacielos de 20 plantas y 94 metros de altura que abrió sus puertas en 1890 y se convirtió en sede del World.
El edificio ya no existe: en 1955 fue echado abajo para crear un acceso para los coches al Puente de Brooklyn. Pullitzer trabajaba como una máquina, día y noche. Pero convertir al World en uno de los periódicos más importantes de EEUU le pasó una abultada factura. Después de cinco años de vida frenética a pleno rendimiento, se encontraba al borde del colapso nervioso. Empezó a fallarle la vista hasta quedarse completamente ciego. Los médicos le ordenaron llevar una vida tranquila. Pulitzer decidió entonces exiliarse a bordo del Liberty, un enorme yate blanco hecho a su medida: 96,32 metros de eslora, 1.607 toneladas de peso, color blanco inmaculado con acabados de latón brillante y una tripulación de 60 personas. A causa del agotamiento nervioso había desarrollado una espantosa sensibilidad hacia los ruidos: el tintineo de una cucharilla de café o el simple gorgoteo del agua al ser vertida en un vaso lo sacaban de quicio, le provocaban un sufrimiento espantoso.
«Le he visto empalidecer, temblar y sentir sudor frío por ruidos que la mayoría de las personas a duras penas habría notado», aseguraba su secretario Alleyne Ireland, quien, en 1920, publicó un libro maravilloso sobre los últimos meses de vida del hombre que a mediados del siglo XIX revolucionó el periodismo. Ese libro lleva por título Joseph Pulitzer, una aventura con un genio, y en octubre pasado fue publicado en Amazon por primera vez en español con traducción de Jon Rouco. El Liberty, obviamente, fue construido teniendo en cuenta la búsqueda desenfrenada de silencio por parte de su propietario. El puente de mando, por ejemplo, fue cambiado de sitio para evitar que cuando Pulitzer se encontrara en su biblioteca escuchara las pisadas de los tripulantes.
Y cuando tenía que abandonar el yate y pernoctar en un hotel, sus secretarios hacían antes una minuciosa inspección, comprobando si las puertas tenían sistema de cierre silencioso, si las ventana estaban dotadas de doble cristal, si los grifos goteaban… Aun así, y para evitar la posibilidad de que le tocaran vecinos ruidosos y asegurarse silencio, Pulitzer reservaba en total ocho habitaciones: además de la suya, las dos habitaciones al lado de la misma, las tres de enfrente, la de encima y la de abajo. Pero ni siquiera en esas condiciones precarias pudo dejar de trabajar. Desde el Liberty, Pulitzer seguía impartiendo órdenes al World, además de hacerse leer todos los periódicos que caían en sus manos. Para ello contaba con seis secretarios, elegidos después de un proceso de selección durísimo.
«Se busca hombre inteligente de mediana edad, ampliamente leído y viajado, buen marinero, como acompañante-secretario para un caballero. Deberá estar dispuesto a vivir en el extranjero. Buen salario», rezaba el anuncio publicado en el periódico por el que Ireland entró a formar parte del equipo privado de Pulitzer. Los secretarios tenían como principal tarea ser los ojos de Pulitzer. «No dé nunca por descontado que un particular sea demasiado pequeño o insignificante para interesarme, no puede saber qué me interesa. Descríbanme siempre todo con la mayor minuciosidad, todas las nubes en el cielo, todas las sombras en las colinas, todos los árboles, todas las casas, todos los vestidos, todas las arrugas sobre un rostro. Todo, todo», le ordenó a Ireland cuando este aún estaba en periodo de prueba. Durante los 25 años que pasó sin vista, los secretarios jugaron un papel fundamental en la vida de Pulitzer. Tenían que leer todos los periódicos y revistas, elegir los mejores artículos, los que más atrajeran la atención de Pulitzer, y estudiar a fondo las cuestiones que se trataban en los mismos, para luego sacar en los desayunos, los almuerzos y las cenas los temas que pudieran excitar la vivacidad intelectual del jefe.
Pero también tenían que leerle libros, contarle obras de teatro, describirle con todo detalle paisajes, escenarios y personas… Y estar dispuestos a levantarse a las tres de la madrugada, cuando el señor Pulitzer no conseguía dormirse y quería que alguien le leyera alguna cosa.El editor del World murió a bordo del Liberty en la bahía de Charleston, en Carolina del Sur, el 29 de octubre de 1911. Tenía 64 años. En su testamento también dispuso la creación de un premio de periodismo que llevara su nombre y que debía gestionar la Universidad de Columbia. Cinco años después de su fallecimiento, en 1917, se entregó por primera vez el premio. Desde entonces, todos los 10 de abril, el día que Pulitzer vino al mundo, se concede ese galardón, que en sus primeros tiempos contaba con cuatro categorías y que en la actualidad tiene 21.