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Intemporal perfume

Se huele desde la cúspide imaginada a la veta construida de lo real que define la corta distancia entre el tacto y el músculo material.

Yo así lo sentía un instante antes de confundir el olor con el dolor de leer y creer que la apertura no era de libro sino del fondo cósmico de una religión.

Fue cuando el abrir el viejo baúl de notas desencadenó el intemporal perfume misceláneo: “la luminosidad entra por los contornos que miran cuando naces cada día”.

Alud incontenible. No esperaba menos, nunca un repentino cambio de época, pero tampoco más, a lo mucho un movimiento de vuelta de página, pero ahí estaba.

Había estado marcado por sus afluentes y de repente marcado por sus conjuntos. Uno nunca sabe cuándo es objeto de luminosidad. El olor penetrante del pensamiento.

Ciertamente las ramas, “los contornos”, oraciones fúnebres al pie del cañón, eran como llevar espuelas que impiden correr pero anclan de alguna manera al piso y devuelven a la tierra, la paciente tierra.

Luego el mirar. ¿Me veían los objetos que miraba o eran sus nombres los que traducían palabras y me leían? Era yo zorro o liebre. Manipulaba aquel hilo espumeante de polvo o éste obnubilaba mi terco entender y me hacía mecha de cocina.

Qué decir del nacer. ¿Era yo quien lograba hacer que el tugurio breve entre las manos se moviera y naciera, o era la caja dichosa la que me dejaba tener un nacimiento feliz, aunque momentáneo ciertamente?

Y el día. Definirlo, vaya obsesión. Rima o tono, ascensión o descenso, ficha o fecha. El día previo me había preguntado si aún quedaba el marco del día y si éste podría tener algún tipo de explicación como un precio, valor, canción o texto de cuando uno ha terminado de leer.

No sabía (¿nunca supe?) que el fenómeno llegaría al pasar la página. En letras cursivas leí: “cada día naces cuando miran los contornos que por la luminosidad entra”. ¿Dialéctica o retórica?

La razón de la poesía que se posaba en notas poseídas de poesía que perfumaba el ambiente de la mente y en los poros del entendimiento quedaba la sensación de cruzar límites del presente ser. El augurio del sagrado despertar. La corazonada del divino juguetear el alma.

Me vi frente al bosquejo de mí mismo abrir la memoria. Leños de árbol.
Ya no la soberana sombra que cubre y proyecta la dolorosa suerte de perdedor.
Trato en el mejor de los casos trazar con tizna verde lo que resta de la luminosidad ahuyentada.

Me aprieta la náusea y retrocede en el espacio al vacío de la divinidad perfumada su rito sagrado, hecho palabra y torcido entendimiento, un apenas rozar piso, rezar sin susurro, exprimir el aliento entre el pecho y ese olor a sangre de palabras que de su intensidad pregona su delirio.

Mi correo es ricardocaballerodelarosa@gmail.com

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