Comenzó a vivir la vida y en hojas me refugié para evitar mojarme de los umbrales del universo que caían, cuando viejas las palabras jamás utilizadas ni pensadas mojaron mi corazón y creí entonces que naufragaría de mí mismo.
Ya convertido en polvo, como nunca antes me distribuí y entre sombras despobladas de mis carnes volé y nadé sin rumbo en el oloroso bosque de la infancia, fui hojas de barro, fui otra vez palma de la tierra, sus bordes irregulares que coronaban mi frente como gárgolas que deletreaban mi nacimiento fortuito.
Me dejé caer como hojas que desafían los colores, atrapándolos en mi interior en una mixtura de maldiciones y bendiciones.
Comprendí vestido del verde que lame el planeta desde sus misterios, las vías que conectan con las estrellas, las fugas que llegan al paraíso, las imágenes que me vierten desde dentro, las manos que te hacen mujer, los besos que nos mudan en infinitos, las esperanzas que llegarán algún día a tus ojos: maneras de convertirse en el verde que desde las apariencias llega a la cumbre.
Al regresar mi refugio era sustancia. Los filósofos actuaban ahora bajo mi pluma y fui hojas del penetrante destino, tan vivo y plano y delgado como los viajes que me llevan a tus sábanas, vida que me besas y abrazas hoy.
¡Mi simultáneo haz y envés entre rayos y arcoíris!
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