Las hermanas Elvira y Azucena Ramón Fernández, estudiantes BUAP, afirman que su lengua, el huasteco, es un conocimiento ancestral.
“Si yo estuviera sola, siento que se me olvidarían las palabras”, relata Elvira Ramón Fernández, estudiante de la Facultad de Contaduría Pública, al hacer referencia a las pláticas que todos los días tiene con su hermana Azucena en tének, una de las 68 lenguas indígenas de México. Su reflexión recuerda el caso del kiliwa, idioma hablado en Baja California Sur que en abril de este año pasó de tener cuatro a tan solo tres hablantes: ¿qué pasa con aquellos que no tienen un interlocutor en su lengua?
Las jóvenes, nacidas en la comunidad Tres Cruces del municipio de Tanlajás, en San Luis Potosí, no se enfrentaron a este cuestionamiento, sino hasta que llegaron a estudiar a la ciudad de Puebla, debido a que en su familia predomina el uso del tének. “Todos lo hablan: mis abuelos, mis padres, mis hermanos. Mis hermanos y yo aprendimos porque crecimos con nuestra abuela materna, quien nunca supo hablar español”, afirma la joven.
Azucena, pasante de la Licenciatura en Diseño Gráfico de la BUAP, reconoce en su abuela una raíz cultural y lingüística: “como no le podíamos hablar en español, entonces era todo muy hermoso porque veíamos en ella una raíz. Nos dio lo que somos ahora: no nos avergonzamos de hablar una lengua indígena porque nos enriquece y somos felices así”.
Hijas de profesores bilingües, ahora jubilados, las hermanas Ramón Fernández han desarrollado una sensibilidad y preocupación genuinas ante esta lengua. Por ejemplo, como proyecto de tesis, Azucena impulsó una iniciativa para generar materiales didácticos para los niños de su comunidad, puesto que considera que se encuentran en una etapa crucial para el aprendizaje de la lectoescritura en tének.
A pesar de la conciencia que tienen sobre el papel del huasteco en la visión con la que cuentan del mundo, ambas han conocido casos en los que la discriminación ha orillado a hablantes de esta lengua a dejar de emplearla e incluso evitar que las siguientes generaciones la aprendan: “creo que es la misma presión social la que nos orilla, como hablantes de una lengua indígena, a que nos sintamos avergonzados de lo que somos, aunque realmente no debería de ser así”.
Sin embargo, a pesar de estos obstáculos, la raíz que para ellas representa su abuela comienza a crecer dentro de ellas: “es un regalo que tenemos y que no debemos perder. Una lengua indígena es una manera totalmente distinta de ver el mundo en comparación de alguien que habla español. Hablar una lengua indígena, en este caso el tének, es tener otros conocimientos, es saber que el mundo gira de manera distinta”.