Hoy me regalé mi propia tristeza para decorar con avenidas y calles la vía en que se enclaustra la vida.
Visité sus muros de llanto y la fe perdida con que los pinta y perfora para hacerse un rostro de piedra.
Metí en su valija las joyas de la abnegada esencia del decaimiento que rompe en crisis y tinieblas.
Bauticé a su niño con el nombre de abandono y desesperación y le rogué quedarse conmigo una noche.
Corrí con él ya en sueños y entré en la pieza nebulosa con el balcón cerrando paso al universo.
Comprimí en un puño de ira contenida la expulsión al laboratorio del sufrimiento y ahí supe de mi lugar en el cosmos.
Comprendí primero que soñar era regalo más no escenario de disputas o corrupción de puerilidades.
Imaginé el sueño como el arte de regalarse su tristeza para verla y darle un nombre para que realidad tuviera.
Desperté una y otra vez con la convicción de que tener creencia era esa herencia que ser hombre requiere siempre.
Juzgué que llevarla al lado como hijo adoptivo revelaría alguna vez la humana caridad que conllevo si soy hombre.
Aprendí a soñar cuando me abandonó y se hizo uno con su hijo y su nombre y salió del hogar donde se hizo y fue creada.
Ahora ya no es mía. Ella me lleva de la mano y se consume con todo mi consumo de mundo y valles y crestas.
¿No te pasa que frente a tu tristeza son sus detalles y tiempos y marcos quien abandera tu entusiasmo y felicidad?
¿No te pasa que tu fondo de tristeza humaniza tu carne, vísceras, idea, el temple de tu fortuna y la eternidad que comienzas después de un sueño y un renacimiento ?
Nuestro hijo triste nos levanta y enternece con su llanto y muros estas rejas que te ven y me ven pintadas de humanidad. Mi correo es ricardocaballerodelarosa@gmail.com














