Por Ricardo Caballero de la Rosa
Tanta su elocuencia y maestría
que verla y desearla en movimiento
es la calma la que penetra su espacio
e instala el aposento del que disparo.
Como un fluir que descansa y yace
sereno y vacilante en devenir
así su reposo ahogado y abrupto
rehace del sentir esa felicidad.
Es suave el reposo intranquilo
que devuelve a la intimidad abierta
las venas secretas de la felicidad
expuestas al diamante de los deseos.
Entonces reposas lo alto y tejes lo bajo
mientras en su diatriba el universo
deposita los bienes en tu alma
y recrea de secretos la imaginación.
En el horizonte abierto en cosmos
zurcidos por tiempo y coincidencias
una abundancia a veces como golpe
la trae aparejada y nos conquista.
Sin interior ni exterior sino latencia
invade mente y alma y la proyección
crea la serenidad asentada en el vértice
con que la espiral se mueve y entiende.
La miras por dentro al recrearla
dotándola de una prestada paz
y la imaginas por fuera trayéndola
y aventándola al universo de las cosas
y en la intranquilidad la retienes
mientras fluyes en abovedada calma
la apuesta vital que eres
y los adjetivos que portas al vivir.
Porque el fluir atempera
y la calma que da calor dispersa:
una para quedarse con uno mismo
en el anónimo ser de la otra que conversa.
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