En su honor este mes se llama Agosto
Cayo Julio César Octavio Augusto nació en Roma el 23 de septiembre año 63 a.C. y sobrino-nieto y heredero de Julio César– fue el primer emperador romano y gobernó como tal entre el año 27 a.C. y el de su muerte, fue un 19 de agosto del año 14 de nuestra era. Así, no sólo sería el primero, sino también el de más largo reinado en la Historia del Imperio Romano. En su legado, además de la liquidación de la República y el inicio de la llamada dinastía Julio-Claudia, se cuentan la llamada Pax Romana que es la etapa de prosperidad que duró casi dos siglos, grandes reformas económicas, la creación de la guardia pretoriana y del cuerpo de bomberos, la expansión de vías y calzadas por todo el Imperio, la remodelación de la ciudad de Roma, obras públicas como el Foro de Augusto o el cambio de nombre del mes sextilis, llamado «agosto» en su honor.
Fue sobrino-nieto de Julio César, Cayo Octavio Turino fue adoptado por éste como hijo y heredero. Nació en el seno de una familia rica y acomodada; su padre era pretor de Macedonia y su madre era sobrina-nieta de Julio César. Entonces pasó a llamarse Cayo Julio César Octaviano. Con una buena educación helenizada y dotado de gran habilidad política, supo atraerse a los amigos y colaboradores de César a su causa, entre ellos a Marco Antonio, mano derecha del dictador asesinado y con quien selló una alianza personal porque caso a Antonio con su hermana, Octavia y política, que acabaría fraguando en el llamado “segundo triunvirato”, junto a Marco Lépido, una vez derrotados los asesinos de César. Desde el año 36, Octavio era el dueño de la política en la parte occidental del Imperio, especialmente desde que Marco Antonio se instalara en Oriente, entregado a sus amores con Cleopatra. Esta situación fue aprovechada por Octavio para preparar el enfrentamiento definitivo, que se produjo en el año 31 con la batalla naval de Actium, y el apoyo de la mayor parte del ejército romano.

En el año 27, tras la devolución formal del poder al Senado, éste le concedió el título de Augusto, nombre que ya conservaría hasta su muerte. Poco a poco fue acumulando los diversos cargos con que disimulaba su poder real, basado en el imperium o mando supremo de las legiones romanas. Así, además de Augusto, sería sucesivamente imperator (generalísimo), príncipe, tribuno de la plebe, cónsul en varias ocasiones, padre de la patria y pontífice máximo, títulos concedidos por un Senado dócil.
Después de consolidar las fronteras del Imperio con diversas expediciones, pacificó el territorio romano tras casi un siglo de guerras civiles y reorganizó las divisiones provinciales, además de crear el aparato administrativo que perduraría más de tres siglos. Además, impulsó un amplio programa de construcciones monumentales (de ahí su conocida frase “Heredé una Roma de ladrillo y dejé otra de mármol”) y de recuperación de las virtudes tradicionales, a partir del regreso a las antiguas costumbres, el apoyo al latín clásico, además de la cultura griega, de la que era buen conocedor y la creación de un lenguaje artístico con claro sentido de la propaganda política.

Su larga vida y no menos prolongado gobierno dieron para estos y otros muchos hitos. Ambos, vida y gobierno, acabaron el 19 de agosto del año 14: ese día falleció en Nola, donde se hallaba de paso. Según Suetonio, sus últimas palabras en el lecho de muerte fueron: «La comedia ha terminado, ¡aplaudid!». No obstante, lo último que dijo en público fue: «Encontré una Roma hecha de ladrillo, y os la dejo de mármol». El deceso de Augusto causó enorme conmoción: una gran procesión funeraria acompañó su cuerpo desde Nola hasta Roma, y el día de su entierro y cremación cerraron todos los negocios, tanto públicos como privados. Su cremación se realizó en el Campo Marte. A continuación se proclamó que se había unido a los demás dioses en el panteón romano y, a partir de esta divinización, fue venerado en todo el Imperio.
Sin embargo, un hecho poco conocido en su biografía podría haber dado al traste con todos estos logros. Al parecer, Augusto padeció intermitentemente desde joven una extraña dolencia del hígado y de las articulaciones que ningún médico lograba sanar, y en 23 a.C. -cuando contaba 40 años y apenas llevaba cuatro en el poder- sufrió un episodio tan grave de la misma que todos, incluido él mismo, pensaron que su muerte era inminente. Por ello, el César hizo acudir a los principales magistrados, senadores y militares para abordar su sucesión, pero cuando todo parecía perdido un nuevo médico, el griego Antonio Musa, obró el milagro de su curación… a base de hidroterapia. El galeno fue recompensado con una gran suma de dinero y otras prebendas, y Augusto vivió 37 decisivos años más.
Tras su muerte, Tiberio consiguió el poder sin problemas. Gracias a la gran labor que había realizado, el pueblo pidió que se le divinizara, tras lo cual el nombre de Augusto sería utilizado como título por los siguientes emperadores.
Con información de Muy Historia y de Red Historia