En opinión de Federico Berrueto, si se atiende el objetivo de informar, las mañaneras son más una oportunidad que un problema.
Si no hubiera una deplorable degradación de la libertad de expresión y del ejercicio informativo serían irrelevantes las interpretaciones encontradas sobre las comparecencias matutinas o mañaneras. López Obrador como persona, político o fenómeno mediático es irrepetible; lo que más se le asemeja por lo grotesco es la gobernadora de Campeche y sus martes del jaguar. Lo ocurrido durante la gestión obradorista está fuera de proporción por el abuso de poder, por la agresión a particulares y por el ostentoso y visceral desapego a la verdad. Una experiencia irrepetible que, como paradoja, rindió frutos generosos al cultivar las fijaciones autoritarias de la sociedad mexicana.
La presidenta Sheinbaum ha desplegado un ejercicio propio. Algunos lo ven como una calca del mentor, otros como un quiebre de una mujer que habla diferente, presenta un formato distinto y tiene un mayor cuidado hacia terceros y al contenido de la información. Respecto al precedente, efectivamente, es un cambio significativo. No tanto si se consideran los estándares aceptables sobre la responsabilidad pública de informar con objetividad y sin juicios de valor. La mañanera no puede ser una réplica del poder a los medios porque ese derecho es de los ciudadanos, no de las autoridades, quien gobierna informa.
Lo visto no es suficiente para un cambio que reivindique el derecho a la información. Las mañaneras actuales son en buena parte una reedición de lo anterior. Sin embargo, hay diferencias también de contenido como fue la manera en la que la presidenta trató el ataque por soldados a un grupo de migrantes en Chiapas, donde fallecieron seis y diez resultaron heridos. El reconocimiento de los hechos, la empatía a las víctimas y, particularmente, la postura inequívoca de que la investigación y el proceso tenga lugar en el fuero civil es un quiebre respecto al pasado. No hubo insultos exculpatorios. También es para considerar como un proceso genuinamente claudista su posición en la lucha por los derechos de la mujer.
El encuentro del gobernante con los medios de comunicación tiene que ver con la obligación de las autoridades de informar, no de manipular el espacio mediático en su beneficio con juicios de valor, falta de rigor en los hechos o, peor, descalificar el trabajo periodístico e informativo. También está de por medio el escrutinio social al poder, fundamental en toda democracia, que se procesa a través de la libertad de expresión por las empresas de comunicación, opinadores y los profesionales del periodismo. El vigor y vigencia de una democracia depende de la fortaleza de la libertad de expresión, que como todo derecho tiene capítulos heroicos y otros indignos. Esta libertad, con sus imperfecciones es uno de los recursos más preciados para contener el abuso y la arbitrariedad.
La libertad de expresión, al igual que la transparencia invariablemente están expuestas, aún en democracia, por la resistencia del poder público a exponerse al escrutinio público. Hay quien las acepta como normalidad, otros, como el expresidente López Obrador, despliegan su total empeño para suprimirlas o someterlas a grado tal que la agresión y descalificación a los medios y a sus colaboradores se vuelve recurrente. La propuesta de desaparecer el INAI debiera merecer el rechazo público.
Si se atiende el objetivo de informar, las mañaneras son más una oportunidad que un problema. Para quien gobierna es un esfuerzo mayor. Pero debe alejarse de la tentación de estirar la verdad y la interpretación de los sucesos en detrimento del quehacer informativo. En estos años buena parte de los medios han sido una acrítica y pasiva caja de resonancia de los excesos del poder presidencial, incluso en casos de agresión a periodistas y empresas de comunicación, sin considerar un entorno que hace de la libertad de expresión actividad de alto riesgo; lo constatan las agresiones y los homicidios de periodistas en el desempeño del oficio.
La relevancia se da en dos planos, por una parte, la manera como se emite el mensaje y el contenido mismo por parte de la presidenta. Por el otro, la forma como los medios procesan la información o la postura de la presidenta en los temas de interés público. Es natural que un nuevo gobierno en un contexto de polarización despierte por igual en unos y otrosafinidades, críticas, esperanza y escepticismo. Lo que debe importar es si contribuye a una sociedad mejor informada, a una mejor ciudadanía y si los medios realizan su responsabilidad a plenitud en el ejercicio de informar y dar cauce a la libertad de expresión.