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Analco: El corazón indígena al otro lado del río

En el trazo fundacional de Puebla, entre las cúpulas coloniales y los callejones empedrados, hay un rincón que palpita con historias milenarias.

Su nombre resuena como eco de un pasado indígena y vibrante: Analco, que en náhuatl significa “al otro lado del río”.

Cuentan los cronistas que fue el segundo barrio más antiguo de la Ciudad de los Ángeles, hogar de los pueblos originarios que, en los albores de la colonia, cruzaban cada día el río de San Francisco para ofrecer su mano de obra en la construcción de templos, casas y palacios.

Iban y venían, hasta que en 1540, el Cabildo de la ciudad —en una decisión histórica— les permitió asentarse formalmente a orillas del río. Así nació Analco.

Analco: El corazón indígena al otro lado del río

Una comunidad organizada, viva y laboriosa

Analco no fue solo un barrio más: fue una comunidad organizada con una estructura social muy definida.

Se dividió en cuatro cuarteles o Tlaxicallis, cada uno con una vocación económica clara: Alfarería, Panadería, Floristería y Forja/Vidriería. Allí no solo vivían, sino que también producían, creaban, comerciaban.

En cada calle se respiraba el olor a pan horneado, el color de las flores recién cortadas, el eco metálico de los martillos y el calor de los hornos cerámicos.

Analco: El corazón indígena al otro lado del río

De zona de trabajo a zona de paso

Con el tiempo, Analco se convirtió en una importante zona de paso para comerciantes y viajeros.

En el siglo XVIII, la zona se llenó de mesones y pulquerías, marginadas del centro por el prejuicio que asociaba el pulque con lo indígena y lo popular. Sin embargo, en Analco florecieron, convirtiéndose en centros de convivencia y resistencia cultural.

Para facilitar el cruce del río, en 1580 se intentó construir un puente —el tristemente célebre “Puente Roto de Analco”— en la actual calle 5 Oriente.

Pero el río, con sus curvas caprichosas y su fuerza brava, lo derrumbaba una y otra vez. La corriente no perdonaba. Se llevó estructuras y, muchas veces, vidas humanas. Borrachitos de pulquería, comerciantes imprudentes y vecinos despistados fueron víctimas del cauce embravecido.

Analco: El corazón indígena al otro lado del río

El sueño de un puente propio

La comunidad no se rindió. En 1770, los vecinos de Analco se organizaron para construir un puente definitivo. Hicieron corridas de toros, kermeses, colectas. Pero no fue suficiente.

Fue entonces cuando apareció un aliado inesperado: Agustín de Ovando Villavicencio, poderoso regidor y benefactor, que completó la inversión y permitió que la obra se terminara. En su honor, el nuevo cruce fue bautizado como El Puente de Ovando, un emblema que aún se levanta como testigo del esfuerzo colectivo.

Un barrio con alma

Analco no solo fue el primer asentamiento indígena reconocido por el poder político y religioso de la época; fue el alma trabajadora que construyó las entrañas del Centro Histórico de Puebla.

Allí vivían quienes moldeaban la tierra, horneaban el pan, soplaban el vidrio y cultivaban flores. Usaban el agua del río para mover molinos y alimentar sus oficios.

Donde hoy turistas caminan por calles empedradas, alguna vez se levantó la antigua Ermita de las Almas del Purgatorio, luego reemplazada por la Iglesia del Ángel Custodio, cuyo acceso fue empedrado con cantera traída por los propios vecinos.

Hoy, Analco sigue respirando historia. Sus calles, sus casas, sus iglesias y hasta sus leyendas, cuentan la historia de una Puebla que no solo fue española, sino también indígena, laboriosa, valiente. Una Puebla del otro lado del río.

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