Las esferas que éramos rodaban la creación entre las manos y disolvían cualquier materia. Caímos y nuestras cabezas comenzaron a llenarse de cosas. Sentimos y el demiurgo interno atrapó el alma y emprendió con el espíritu divinidades.
Luego llegamos y abandonamos para ionizar la vida. El ir y venir de los días llevó a quedarnos con el yo, con la individualidad, con la persona que poseo y muestro y con la mente que me atrapa desde dentro. Ya no recordamos nuestra vida esférica. Vamos como la mitad del uno sin posibilidad de volvernos, de nuevo, el astrágalo que fusiona materia y aspiración de vida.
Dormido respiro sin sentir, la noche que hirió al día entra al cuerpo y plenamente vuela la creación sin pensar.
¬¬—¿Ya lo ves? ¬¬¬Envejecemos sin regreso, incluso al dormir o soñar —decía, siempre apoyando su argumentación con una sonrisa que hacía las veces de una línea de tiempo que se impone—. Y cuando aspiramos y la materia escasea, ¡son los brazos los que buscan y encuentran aquella parte de la esfera perdida!
Nos abrazamos o abrazamos y tal vez exista alguna posibilidad de regreso, tal vez.
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