No lo recuerdo. Ya no son más formas, fluidos, saliva. Se ha perdido todo.
No queda apenas nada y no sé si viví o soñé distante o fue una idea.
Me queda el utópico corporal.
Desde las rendijas de sus ojos su alma posándose. La lujuria apenada, la búsqueda de humedad, el tacto animal convertido en sobriedad.
A todo ritmo sigue el gemido, el te quiero y te necesito.
En sus manos la carne que un día será alimento del paraíso de los muertos, máscaras sagradas, pechos henchidos, venas dilatadas de ardiente cósmico en amor.
Muertos que sin ya poder mirar huelen a tientas la febril hilaridad de buscarlo.
El pensamiento abstraído de sí, poseído del cuerpo sin cuerpo porque se va y se pierde en la acumulación kilométrica de piel, trinchera de erecciones, parásitos indecentes, manto de tierra madre, extensión de nubes ahuyentadas en ese momento.
Verdadera consigna que desprecia el cuerpo para apoderarse del cuerpo sin aspecto corporal.
El utópico corporal se ha instalado en mí.
Apunta desde mis ojos el alma que quiere volcarse a la realidad y tenerlo de nuevo en su recorrido como lince lamiendo su presa.
Acumula la eterna fatalidad incuestionable de los muertos y sus conjuntos para reencarnarlos en cuerpos enamorados.
Atesora falacias y fantásticas orgías entre cuerpos bellos y esbeltos que no existen sino como huracanes haciéndose el amor utópico corporal.
Tal vez sea extraño pero la extrañeza aviva del cuerpo aquel sentimiento que se hace hueco mientras abro los ojos de una utopía corporal.
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