En un contexto inédito, con cambios de forma y de fondo y una popularidad que el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador alcanza del 71 por ciento de aprobación, pese a los constantes embates en medios de comunicación convencionales -en redes un sinnúmero de informativos hablan, analizan y coinciden en forma positiva con su forma de gobernar- llegamos a la mitad de su sexenio.
Pero más allá de si nos gusta o no el nuevo régimen, se han roto paradigmas y está lleno de símbolos. Los Pinos, ya no alberga a la familia del hombre que conduce el destino del país, el estado mayor presidencial fue desmantelado y no se usan miles de personas -había en nómina más de ocho mil- para cuidar al Presidente la, el avión presidencial fue rifado entre los mexicanos y existen al menos cinco magnas obras que tendrán el distintivo López-obradorista: El Tren Maya, El Aeropuerto de Santa Lucía, la Refinería de Dos Bocas, el Parque Nacional de Texcoco y la conclusión del Tren Ligero hacia el Estado de México.
Además, se ha impulsado la pavimentación -con ayuda de los pueblos originarios- en Oaxaca que dicho sea de paso, ha sido un ejemplo nacional para todas aquellas comunidades que deseen participar con mano de obra en la construcción de sus caminos.
En este contexto, nos guste o no, existe un antes y un después en la forma de gobernar a México, en el que ya no vemos a los políticos como algo inalcanzable, como amos y señores, hoy por hoy, vemos que son hombres y mujeres que deben ganarse el interés y atención de sus gobernados.
Actualmente, la politización de la gente ha permitido que AMLO aún tenga un gran número de seguidores -eso no puede negarse- y aunque existe una parte que prácticamente le cuestiona todas las decisiones que toma, una mayoría significativa las aprueba.
Como en todos los hechos siempre habrá áreas de oportunidad, acciones inacabadas, información que se oculta, hechos tendenciosos que habrán de influir en los resultados de éste gobierno, que me perece, ha dibujado de cuerpo entero las entrañas y vericuetos que las cúpulas del poder han utilizado durante siglos para someter y controlar al pueblo.
Desde que era niña, y de esto han pasado cuatro décadas, no recuerdo como ahora sucede, que se hayan ventilado tantos casos de corrupción como actualmente acontece, ejemplos sobran: la venta de terrenos de áreas protegidas, facturaciones falsas de empresas vinculadas a políticos en las que se utilizaban universidades públicas para desviar recursos.
Escándalos como la corrupción en el CONACYT, organismo que otorgaba becas para investigar la salsa de soya o quienes gastaban millones de pesos en la remodelación de lo que sería su Casa de gobierno, con pasadizos secretaros, albercas y otras excentricidades que sólo el hombre que llega al poder con una concepción equivocada de éste ejecuta.
En este entorno, México y los mexicanos estamos llamados a generar una mayor participación política y social, si deseamos un cambio profundo, una transformación que realmente penetre en todos los entramados de las acciones de gobierno, cada persona, cada servidor público, cada funcionario de gobierno debe comprometerse a vivir con mayor honestidad y transparencia, en donde la vida pública sea cada vez más pública, la corresponsabilidad entre gobernantes y gobernados no debe quedarse en una frase.
Dentro de nuestras legítimas diferencias de opinión, todos estamos llamados a pedir, a solicitar, a exigir, mejores gobiernos y saber cómo se administran los recursos públicos, no debe verse como animadversión que alguien quiera saber en qué se emplea el dinero, debe ser algo natural; el servicio público es eso: servir, no servirse.
Una anotación más, ya hemos visto suficiente en cuanto al deterioro del tejido social, no sigamos contribuyendo con indiferencia, falta de empatía y participación, México merece mucho más en el contexto internacional; los desafíos están ahí, hagamos posible una mejor calidad de vida para todos, no para una cúpula que ya ha disfrutado suficiente de las riquezas naturales y culturales de nuestro querido México.
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