En opinión de Federico Berrueto, entre AMLO y Claudia Sheinbaum, pocos refieren a la coincidencia en temas sustantivos y casi nadie pone en la mesa el sentido de lealtad hacia quien dejará de ser presidente en cuatro semanas.
La lealtad no es juego de espejos, es lineal, más cuando se refiere a dos personas. La medida del compromiso de uno hacia el otro es la misma en sentido inverso. No hay lealtad sin reciprocidad, así de sencillo. La presidenta electa ha dado pruebas de sobrada lealtad, incluso asumir costos más allá de lo razonable con tal de honrar su compromiso hacia quien impulsó toda su carrera política hasta llevarla, por las buenas y las malas, a la presidencia de la República.
Muchos cuestionan la conducta de Claudia Sheinbaum respecto a López Obrador. Para unos es sometimiento; para otros, oportunismo. Pocos refieren a la coincidencia en temas sustantivos y casi nadie pone en la mesa el sentido de lealtad hacia quien dejará de ser presidente en cuatro semanas. Lealtad es el principio o valor que la gobierna.
El problema está en el presidente, convencido de que él también corresponde con lealtad y de que hace todo para lograr lo que no pudo durante su gestión, el cambio de régimen. Él es de convicciones duras, dogmático y no permeable a las ideas o preocupaciones de otros; como tal, es probable que considere necesaria la urgencia para liberar a la presidencia de las restricciones que padeció y que, en su perspectiva, obstruyeron, frenaron o alentaron decisiones fundamentales para bien del país.
Pensar a López Obrador y quizás también a Claudia Sheinbaum requiere salir de lo convencional, de la caja como suele decirse. Difícil comprender el sentido político del presidente durante estos seis años y, posiblemente, otros tantos sean igual. El problema es que las condiciones en las que inició la presidencia de López Obrador han cambiado radicalmente, que no solo remiten a las evidentes diferencias en formación y carácter entre quien se va y quien llega; hay entorno muy diferente, aunque ambos tengan en común un triunfo arrollador en las urnas y coincidencias profundas en muchos temas.
La legitimidad de López Obrador para ejercer un estilo muy diferente de gobernar le dio para alterar las bases del consenso nacional. Las decisiones iniciales y el uso propagandístico de la mañanera le permitieron construir una base de apoyo sumamente sólida. El oportunismo y el miedo en las élites jugó su parte, lo mismo puede decirse de buena parte de los medios. El vínculo con la mayoría tenía un fuerte contenido emocional que le permitió blindarse de la resistencia de algunos, de decisiones polémicas y luego de los malos resultados. La presidenta carece por sí misma de tal base de apoyo, pero la puede ir construyendo con las limitaciones propias de su temperamento y carácter, además persisten los beneficios monetarios a muchos mexicanos. Desde ahora en varios frentes se advierte resistencia y rechazo abierto, aunque no impide la determinación de cambiar al régimen, más bien la alienta.
La polarización sin López Obrador y sus formas difícilmente podrá continuar en los mismos términos, sobre todo si el consenso se modifica y el impacto de la crisis de las finanzas públicas afecta las expectativas de muchos sobre el nuevo gobierno. Violencia, corrupción y cuestionamiento interno y externo son de hoy día. Nada de eso sucedió hace seis años, ni siquiera algo parecido.
La presidenta Sheinbaum recibirá el poder formal en un marco de liderazgo dividido, entre el de una figura indisputada del movimiento y de quien tendrá la responsabilidad de gobernar, dirigir y conducir la consolidación del régimen. Requiere márgenes de libertad y cambios inevitables, algunos ya perfilados, sobre definiciones políticas del proyecto obradorista. Mucho dependerá de la prudencia y mesura del líder moral y de que los suyos entiendan que la autoridad no se comparte y que atañe ahora a la presidencia de la República. Hay duda sobre la capacidad de López Obrador para entenderlo, pero todavía más sobre aquellos en su entorno, especialmente los que no están satisfechos con la posición que les otorga la nueva etapa.
No debe quedar la menor duda en la lealtad inquebrantable de la presidenta Sheinbaum al proyecto, la capacidad política e institucional para gobernar y mandar, sin interferencia o intromisión de nadie. En la medida que López Obrador entienda, mucho habrá de lograrse, pero no será fácil porque hay campo minado hacia delante, y la presidenta habrá de enfrentar desafíos que la llevarán a hacer concesiones a la realidad.
Posible, desde ya que el saliente y la entrante midieran qué viene y conjuntamente han dibujado un trayecto para empoderar políticamente a quien lo estará constitucionalmente.
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