Imaginé tantas veces el poema en el que estaría, quizá por muchos años o tal vez por horas, que olvidé lo que significa para mí desnudarme siendo desnuda.
En la primordial cama la explosión del arte abstracto, el fuselaje del viento que se atreve a erizarse, la doncella noche que se adorna de olores, tormentos, apreturas, destrezas y habilidades. En el abrazo, cada sudor enloda la mar que arrastro si me besas.
Frente al amanecer el tacto del sol endereza el jubiloso renacer, la estrella en lo alto del firmamento, el don de la transparencia alegra las ropas tendidas en el piso, mientras la noche ya es vereda enrojecida recortada por los últimos vestigios de luna.
En el agua tanta humedad recortada por el ambiente enmohecido por el tiempo, que las venas cursan la Vía Láctea para retroceder sedientas a la vista del otro, a las caricias contenidas, a los rostros desesperados que han dejado de espiar, a los relojes que no marcan más segundos, al espacio que agota sus posibilidades a cada movimiento que provoca el aire que describo.
El día desviste sus contornos y me viste entre horas, hordas, humores, hierbas que devienen cúmulo de frases y fluir de una marea de sensaciones, entre sentimientos, cotidianidad laboral, árboles derruidos, esperanzas maltrechas, éxitos y fracasos, temple de dientes y alboroto de ambientes.
Por fin, la desnudez frente a su desnudo. Me reconozco entera, la piel caliente, los montes mezclados de incienso, cobre y especies, un reflejo siente las notas redondas, los perfiles obscenos, las gotas que entrecruzan horizontes, la esbeltez que totaliza.
Verme transformada me hace rendirme al desnudo, yo la desnuda en vida, la desnuda en muerte, la desnuda en sus posibilidades, la desnuda que viste y desviste, la desnuda en la imposibilidad de escribirme o describirme siendo que en los sueños acaricio la posibilidad de verter alguna vez.
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