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Sangre

Abominable, pero cierta en los rostros curtidos por su movimiento que acompasa el discurrir de la vida. Los púrpuras aligeran o ensombrece. Hay coros y hastío.  La palabra no deja de ser luz de la sangre.

El color que la luna no se atreve a ver, la piel que mueve por dentro las cadencias del deseo, la humanidad henchida de sí misma, grata presencia de catástrofes, guerras, asesinatos y mansedumbres. Pero vigente por la realeza de su alcoba llena de espanto, dolor, sufrimiento, aberraciones fantasmales y gotas del asco de belleza o fealdad.

La sangre traduce en luz las palabras dejadas de pronunciar.

Y cada toque soberano renace con la esperanza de engendrar la nube de sangre que levante el planeta, con un color abierto a las mariposas, a los toros envalentonados, a los ejercicios heurísticos del hombre, a las últimas sensaciones que acompañan a la muerte.

En nuestra sangre renace la sangre pasada y la futura.

Pero también a la vida y al arte menstrual femenino del conquistar para todos la devoción de creer en los átomos humanos, con su apariencia hundida en la calavera y su ausencia vertida en las mieses que se entregan al campo para que estallen.

Yo había perdido la fe y mi fe en la sangre. La luz y mi silencio devuelven el color que quiere ser visto. Nombrar las pústulas o abatir quimeras vale lo mismo.

No dejar la luz para alimentar la sangre. La palabra nos llega algún día como sangre.

Mi correo es ricardocaballerodelarosa@gmail.com

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