Al rehusarme a narrar
el robo del azul con que se envuelve la tierra
el tiempo me atrapó en su lujuriosa sonrisa
y fui obligado a la cruel confesión a mí mismo.
Confesé al irreal nombre
mi desapego real a la saciedad tranquila
porque era mejor reinar entre el ayuno diestro
que comer de avaricia su apuesta a la grandeza.
Confesé aquellos días
en que aprehendí la noche con su sabor de hielo
para derretir entre números y hojas muertas
la nobleza de que es capaz su siniestro polvo.
Confesé del contexto
sus notas que vaciaban las vibraciones blancas
que iluminaban sauces en su monstruosidad de
siluetas fantasmales como humores de lluvia.
Confesé los augurios
postrados de las lágrimas y temblores sobrios
que regalaron esta conciencia del estiércol
que aromatiza y duerme frente al temor de dioses.
Confesé que los sueños
son para fiestas y no para los pecadores
que se cuelgan al barro de la realidad dura
con morbosos anhelos y astuta paz nocturna.
Confesé del amor
el tinte fuerte pero angustioso de su ceño
que al comprimir estómagos enerva las sienes
de efluvios de animal irascible que llevamos.
Confesé que al robar
quito del universo joyas para observarlo
en la doncellez de su traje para la danza
de la concupiscencia que de negro se enlista.
Confesé al confesar
que era mi confesión tugurio falso de espera
con abierto deseo de encontrar del destino
una luz para los nudos que aseguran la fe.
Confesé los temores
que arrullaban doctrinas de inquietud agitada
entre la sinrazón predilecta de la calle
y los intentos del juego creyéndose zombi.
Confesé robar muros
para detener las estrellas entre las piedras
que sin peso ya pulen de humildad necesaria
los gritos del mar que arremolina fría nuca.
Confesé que no entiendo
al loco que vive en mi oscuridad vacilante
y que entre semejantes clama por la justicia
como divinidad que puede hacernos la tierra.
Confesé al confesor
que le regalé en vida todo convencimiento
de que vale la pena todo vivir sin pena
y verse los talones mientras se pisa firme.
Confesé que del árbol
cambié las flores de violencia por claras bridas
del recorrido del cieno a su natal conquista
donde domina quien vigila la humana esencia.
Confesé soy confeso
prisionero de la luna que inyecta retoños
en astas de equilibrio del péndulo que rima
en su andar mi soleado paraíso de estampas.
Confesé el cautiverio
y la cárcel que soy del que llevo a cuestas siempre
que sonríe en la clave del lenguaje auténtico
hecho de la orfandad de cuencos donde ponerse.
Mi correo es ricardocaballerodelarosa@gmail.com