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Pausa que no es pausa

En opinión de Federico Berrueto, la pausa no es pausa. Es una manera de salvar cara frente a lo que se viene por la aprobación de la reforma judicial y lo que pueda venir del frente norteamericano.

López Obrador nunca le han preocupado las formas. Es su manera de ser y así logra lo que quiere; no es propenso a seguir los modos y las prácticas convencionales, tampoco las del comedimiento o las buenas maneras, permitiéndole adquirir una identidad propia, muy singular. Todo estaría bien si no fuera por su incontenible narcisismo, su estamina intolerante y autoritaria. En un país con precaria cultura ciudadana y proclividad al culto a la personalidad, la actitud de López Obrador genera simpatías y más que eso, expresiones de devoción más próximas a la religión que a la política. El obradorismo no es un proyecto político, es un culto.

En uno de sus desplantes contra la postura del gobierno de EU respecto a la reforma del poder judicial por él promovida, expresada por el embajador Ken Salazar, López Obrador afirma que las relaciones con los dos principales socios comerciales y supuestos aliados de México entrarán en pausa, expresión ajena a la diplomacia.

Después de las declaraciones hubo incertidumbre sobre el alcance de sus palabras, la moneda tuvo una depreciación importante y el nerviosismo se extendió a los ya nerviosos inversionistas. El miedo no anda en burro y pronto la secretaria de Relaciones Exteriores tuvo que aclarar que habrá continuidad en las relaciones económicas y diplomáticas con ambos países. El presidente este miércoles ratifica que las relaciones continúan como siempre; la pausa se refiere a los embajadores de los dos países; no los recibirá ni hablará por el tiempo que le plazca al mandatario.

El presidente tiene razones sobradas para estar a disgusto. No sólo por lo que él y sólo él considera que alertar sobre las consecuencias de la reforma judicial es una intromisión de los representantes de Canadá y Estados Unidos en asuntos exclusivos de los mexicanos. El agravio viene de antes, es genuino y hasta justificado por el trato recibido del gobierno del presidente Joe Biden en el asunto que llevó a la detención de “el Mayo” Zambada. López Obrador pidió información a su par con la confianza de una respuesta pronta y envió nota diplomática. Ha sido olímpicamente ignorado.

El culto del obradorismo pende del líder y de su palabra. Esa es la importancia de la llamada mañanera presidencial. No es un jefe de Estado o gobierno informando sobre el país. No, es un ejercicio de interpretación del mundo, de prédica a su grey, de elevada causa y el señalamiento encendido de quienes son los enemigos, por cierto, nunca ha referido a los capos del narco y sí a periodistas, juzgadores o políticos haciendo su trabajo.

En los primeros meses de gobierno, a cercano colaborador del presidente un particular le reclamó por una agresión verbal calumniosa en la mañanera, que derivó en bloqueo de cuentas bancarias unilateralmente decretada por la UIF. La respuesta del susodicho fue en el sentido de que no tomara en serio las palabras del presidente porque él hablaba a los suyos y no al conjunto del país, que sus cuentas serían desbloqueadas, que sucedió previo el pago de importante cantidad a un emisario/abogado de Santiago Nieto. Las palabras del presidente en la mañanera son de enorme peso, provocan un daño reputacional importante (más antes que ahora) y, ciertamente, constituyen propaganda eficaz para convencer al respetable, intimidar a muchos e intentar desprestigiar a imaginarios enemigos.

La pausa no es pausa. Es una manera de salvar cara frente a lo que se viene por la aprobación de la reforma judicial y lo que pueda venir del frente norteamericano. Ahora el presidente se victimiza y con ello gana terreno para sentirse ratificado al volver su determinación por avanzar en el régimen autocrático en lucha por la soberanía nacional, sin importarle sus acciones de grosero intervencionismo a lo largo de su gestión, además del vergonzoso sometimiento al que llevó a México tras asumirse como el tercer país seguro y de paso militarizar las fronteras para evitar el tránsito de migrantes.

Habrá quien piense que López Obrador es en extremo irresponsable al complicarle las cosas a Claudia Sheinbaum. Lo es, pero no le importa. La causa por delante de las sensibilidades y de los modos propios de la prudencia se impone. La presidenta electa lo sabe y se vuelve irrelevante si está o no de acuerdo con él. Ella actúa en consecuencia, con la certeza de que, en unas cuantas semanas, será la presidenta constitucional a pesar del campo minado por delante.

Federico Berrueto

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