jueves, marzo 28, 2024
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San Martín de Porres, patrono de los barrenderos

En Revista Única te contamos la vida de San Martín de Porres, fray escoba, quien es además es patrono universal de la paz.

San Martín de Porres, generalmente en cualquier templo encontramos su imagen es uno de los más conocidos, en la ciudad hay una parroquia que lleva su nombre y se encuentra en la avenida de los Mártires Número 79 de la colonia Los Álamos, pertenece al decanato de Analco.

Su imagen esta relacionada con la escoba. No es una fiesta muy grande pero todos conocemos a este santo. Su fiesta es el 3 de noviembre, es patrono Universal de la paz, de los barrenderos, de los barberos, de los pobres, de los enfermos y también se le invoca para las plagas de ratones.

La infancia de Martín.

Fue el primer santo afroamericano del continente, el significado del nombre Martín es de origen latino significa Martillo o Referente al Dios Marte.  Pero ¿quién es San Martín de Porres? Nació el 9 de diciembre de 1579 en Lima, Perú.

Es hijo de un español de la Orden de Alcántara, Don Juan de Porres natural de la ciudad de Burgos y de una afroamericana liberta, Ana Velázquez, natural de Panamá que residía en Lima. Debido a la pobreza de su padre no podía casarse con una mujer liberta, lo que no impidió su amancebamiento. Fruto de esta relación nacieron Martín y Juana.

Martín fue bautizado el 9 de diciembre de 1579 en la Iglesia de San Sebastián en Lima, el documento bautismal revela que su padre no lo reconoció, debido a ser caballero laico y soltero de una Orden Militar estaba obligado a guardar la abstinencia sexual.

Ana Velázquez dio una cuidadosa educación cristiana a sus dos hijos, Juan de Porres se encontraba en Guayaquil y desde ahí les proveía de sustento.

Viendo la situación precaria en la que iban creciendo, sin padre, ni maestro, decidió reconocerlos como sus hijos ante la ley.

En 1586 decidió llevarse a sus hijos a Guayaquil con sus parientes, sin embargo estos solo aceptaron a Juana quien no había heredado la tez morena de su madre y Martín tuvo que regresar a Lima.

Ahí fue puesto bajo el cuidado de doña Isabel García Michel en el arrabal de Malambo, en la parte baja del barrio de San Lázaro, habitado por afroamericanos y otros grupos raciales.

san martin
Imagen Wikimedia

Para 1591 recibió el sacramento de la Confirmación de manos del arzobispo Santo Toribio de Mogrovejo.

Así Martín inició su aprendizaje como boticario en la casa de Mateo Pastor; esta experiencia sería clave para el joven que sería conocido luego como gran herbolario y curador de enfermos, puesto que los boticarios hacían curaciones menores y administraban remedios para los casos comunes.

Su vocación.

También fue aprendiz de barbero, oficio que conllevaba conocimientos de cirugía menor. Por la proximidad del convento dominico de Nuestra Señora del Rosario y su claustro conventual ejercieron una atracción sobre él.

Sin embargo, entrar allí no cambiaría su situación social y el trato que recibiría por el hecho de ser mulato y bastardo: no podía ser fraile de misa e incluso le prohibieron ser hermano lego.

Ya en 1594 y por la invitación de Fray Juan de Lorenzana, famoso dominico, teólogo y hombre de virtudes, entró en la Orden de Santo Domingo de Guzmán bajo la categoría de «donado», es decir, como terciario por ser hijo ilegítimo donde recibiría alojamiento y se ocuparía de muchos trabajos como criado.

Por lo que así vivió 9 años, practicando los oficios más humildes. Fue admitido como hermano de la orden en 1603. Perseveró en su vocación a pesar de la oposición de su padre, y en 1606 profesó los votos de pobreza, castidad y obediencia.

En la vida conventual le sirvieron todos sus conocimientos.

Dentro del convento, Martín ejerció también como barbero, ropero, sangrador y sacamuelas. Su celda quedaba en el claustro de la enfermería.

Todo el aprendizaje como herbolario en la botica y como barbero hicieron de Martín un curador de enfermos, en especial de los más pobres y necesitados, a quienes no dudaba en regalar la ropa de los enfermos. Su fama se hizo muy notoria y acudía gente muy necesitada en grandes cantidades.

Su labor era amplia: tomaba el pulso, palpaba, vendaba, entablillaba, sacaba muelas, extirpaba lobanillos, suturaba, succionaba heridas sangrantes e imponía las manos con destreza.

Martín conocía las tradiciones medicinales española, andina y africana; solía sembrar en un huerto una variedad de plantas que luego combinaba en remedios para los pobres y enfermos.

Inició su labor como enfermero aproximadamente entre 1604 y 1610. La vida en el convento estaba regida por la obediencia a sus superiores, pero en el caso de Martín la condición racial también era determinante.

Aunque frecuentaba a la gente afroamericana y a las castas, nunca planteó reivindicaciones sociales ni políticas; se dedicó únicamente a practicar la caridad, que hizo extensiva a otros grupos étnicos.

Todas estas dificultades no impidieron que Martín fuera un fraile alegre. Sus contemporáneos señalan que su semblante siempre era alegre y risueño. Su preocupación por los pobres fue notable.

Se sabe que los desvalidos lo esperaban en la portería para que los curase de sus enfermedades o les diera de comer. Martín trataba de no exhibirse y hacerlo en la mayor privacidad.

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Imagen Flickr

La humildad caracterizó al santo.

La caridad de Martín no se circunscribía a las personas, sino que también se proyectaba a los animales, sobre todo cuando los veía heridos o que no contaban con alimentos.

En la casa de su hermana quien ya se había casado y contaba con una buena posición social era el lugar donde albergaba a gatos y perros sarnosos, con llagas y enfermos.

De todas las virtudes que poseía Martín de Porres sobresalía la humildad, siempre puso a los demás por delante de sus propias necesidades.

En una ocasión el Convento tuvo serios apuros económicos y el Prior se vio en la necesidad de vender algunos objetos valiosos, ante esto, Martín de Porres se ofreció a ser vendido como esclavo para remediar la crisis, el Prior conmovido, rechazó su ayuda.

Ejerció constantemente su vocación pastoral y misionera; enseñaba la doctrina cristiana y fe de Jesucristo a los afroamericanos e indios y gente rústica que asistían a escucharlo en las calles y en las haciendas cercanas a las propiedades de la Orden ubicadas en Limatambo.

La situación de pobreza y abandono moral que estos padecían le preocupaba; es así que con la ayuda de varios ricos de la ciudad entre ellos el virrey Conde de Chinchón, que en propia mano le entregaba cada mes no menos de cien pesos, fundó el Asilo y Escuela de Santa Cruz para reunir a todos los vagos, huérfanos y limosneros y ayudarles a salir de su penosa situación. 

Martín siempre aspiró a realizar vocación misionera en países alejados. Con frecuencia lo oyeron hablar de Filipinas, China y especialmente en Japón del cual manifestó conocer. El futuro santo fue frugal o se alimentaba de comidas muy sencillas y poco abundantes, abstinente y vegetariano.

Dormía sólo dos o tres horas, mayormente por las tardes. Usó siempre un simple hábito de cordellate blanco con una capa larga de color negro.

Una vez el Prior lo obligó a recibir un hábito nuevo y otro fraile lo felicitó, Martín, risueño, le respondió: “pues con éste me han de enterrar” y efectivamente, así fue.

Milagros para llegar a los altares.

Son muchas y muy sorprendentes las historias de sus milagros, éstas fueron recogidas como testimonios jurados en los Procesos diocesano de 1660-1664 y apostólico de 1679-1686, abiertos para promover su beatificación.

Buena parte de estos testimonios proceden de los mismos religiosos dominicos que convivieron con él, pero también los hay de otras personas, pues Martín de Porres trató con gentes de todas las clases.

Se le atribuye el don de la bilocación esto es estar en dos lugares al mismo tiempo. Sin salir de Lima, fue visto en lugares como México, en África, en China y en Japón, animando a los misioneros que se encontraban en dificultad o curando enfermos.

Mientras permanecía encerrado en su celda, lo vieron llegar junto a la cama de ciertos moribundos a consolarlos o curarlos. Muchos lo vieron entrar y salir de recintos estando las puertas cerradas.

En ocasiones salía del convento a atender a un enfermo grave, y volvía luego a entrar sin tener llave de la puerta y sin que nadie le abriera.

Preguntado cómo lo hacía, siempre respondía: «Yo tengo mis modos de entrar y salir».

Tenía control sobre la naturaleza, las plantas germinaban antes de tiempo y toda clase de animales atendían a sus mandatos.

Uno de los episodios más conocidos de su vida es que hacía comer del mismo plato a un perro, un ratón y un gato con mucha armonía.

Se le atribuyó también el don de la sanación, de los cuales quedan muchos testimonios, siendo las más sorprendentes la curación de enfermos desahuciados. «Yo te curo, Dios te sana» era la frase que siempre solía decir para evitar muestras de veneración a su persona.

Según los testimonios de la época, a veces se trataba de curaciones instantáneas, en otras sólo bastaba de su presencia para que el enfermo desahuciado iniciara un sorprendente y firme proceso de recuperación.

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Imagen Wikimedia

Normalmente los remedios por él dispuestos eran los indicados para el caso, pero en otras ocasiones, cuando no disponía de ellos, acudía a medios inverosímiles con los mismos resultados.

Con unas vendas y vino tibio sanó a un niño que se había partido las dos piernas, o aplicando un trozo de suela al brazo de un donado zapatero lo curó de una grave infección.

Muchos testimonios afirmaron que cuando oraba con mucha devoción, levitaba y no veía ni escuchaba a la gente. En ocasiones el mismo Virrey que iba a consultarle pese a que Martín contaba con pocos estudios y tenía que aguardar un buen rato en la puerta de su habitación, esperando a que terminara su éxtasis.

Otra de las facultades atribuidas fue la videncia. Solía presentarse ante los pobres y enfermos llevándoles algunas viandas, medicinas u objetos que no habían solicitado pero que eran secretamente deseadas o necesitadas por ellos.

Entre otros hechos, cuentan que Juana, su hermana, quien había tomado a escondidas una suma de dinero a su esposo se encontró con Martín, el cual inmediatamente le llamó la atención por lo que había hecho.

También se le atribuyó facultades para predecir la vida propia y ajena, incluido el momento de la muerte.

Su muerte.

De los relatos que se guardan de sus milagros, parece deducirse que Martín de Porres no les daba mayor importancia. A veces, incluso, al imponer silencio acerca de ellos, solía hacerlo con joviales bromas, llenas de donaire y humildad.

Así en la vida de Martín de Porres los milagros parecían obras naturales. A la edad de cincuenta y nueve años, Martín de Porres, cae enfermo y anuncia que ha llegado la hora de encontrarse con el Señor. La noticia causó profunda conmoción en la ciudad.

Tal era la veneración hacia este mulato, que el Virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, Conde de Chinchón, fue a besarle la mano cuando se encontraba en su lecho de muerte y le pidió que velara por él desde el cielo.

Martín solicitó a los dolidos religiosos que entonaran en voz alta el Credo y mientras lo hacían, falleció. Eran las 9 de la noche del 3 de noviembre de 1639 en la Ciudad de los Reyes, capital del Virreinato del Perú.

Toda la ciudad le dio el último adiós en forma multitudinaria donde se mezclaron gente de todas las clases sociales. Altas autoridades civiles y eclesiásticas lo llevaron en hombros hasta su cripta, doblaron las campanas en su nombre y la devoción popular se mostró tan excesiva que las autoridades se vieron obligadas a realizar un rápido entierro.

Actualidad sus restos descansan en la Basílica y Convento de Santo Domingo en Lima, Perú junto a los restos de Santa Rosa de Lima y San Juan Masías en el denominado «Altar de los Santos Peruanos».

A pesar de la biografía ejemplar del mulato Martín de Porres, convertido en devoción fundamental de mulatos, indios y afroamericanos, la sociedad de la colonia no lo llevaría a los altares.

Su proceso de beatificación hubo de durar hasta 1837 cuando fue beatificado por el Papa Gregorio XVI, franqueando las barreras de una anticuada y prejuiciosa mentalidad.

El Papa Juan XXIII que sentía una verdadera devoción por Martín de Porres, lo canoniza el 6 de mayo de 1962 con las siguientes palabras:

«Martín excusaba las faltas de otro. Perdonó las más amargas injurias, convencido de que el merecía mayores castigos por sus pecados. Procuró de todo corazón animar a los acomplejados por las propias culpas, confortó a los enfermos, proveía de ropas, alimentos y medicinas a los pobres, ayudo a campesinos, a negros y mulatos que entonces eran esclavos. La gente le llama ‘Martín, el bueno’.»

Su festividad en el santoral católico se celebra el 3 de Noviembre, fecha de su fallecimiento. En muchas ciudades de Perú se efectúan fiestas patronales en su nombre y procesiones de su imagen ese día, siendo la procesión principal la que parte de la Iglesia de Santo Domingo en Lima, lugar donde descansan sus restos mortales.

Imagen Wikimedia @

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