Ayer fue Halloween, hoy empieza oficialmente el Día de Muertos.
Y como cada año, surgen los mismos debates: ¿los niños deben disfrazarse y pedir dulces o debemos limitarnos a nuestras raíces y dedicarnos solo a la ofrenda?
Pues miren, la verdad es que no entiendo a los puristas que se espantan con las nuevas mezclas culturales. Que si “¡Halloween no es mexicano!” o “¡Eso de pedir dulces es cosa de gringos!” —y yo sólo pienso, ¿en serio creen que los muertos en sus tumbas están molestos porque sus bisnietos se divirtieron disfrazados de monstruos?
Si algo nos ha enseñado el Día de Muertos, es que la vida y la muerte se celebran juntos, y la tradición aquí es reunirse, ya sea en un panteón, en casa o incluso en la calle.
Claro, es precioso el ritual de la ofrenda y lo que representa, pero eso no está peleado con adaptarnos a los tiempos. A ver, estamos en un mundo globalizado donde la cultura viaja, evoluciona y se enriquece.
Así como en Estados Unidos ya celebran el Día de Muertos y tienen “altares” en cada esquina, nosotros podemos disfrutar de Halloween sin que nadie nos dé un sermón cultural.
Lo que muchas veces olvidamos es que estas fechas —Halloween, Día de Muertos, y lo que venga— tienen un denominador común: son momentos de convivencia familiar.
¿Acaso no es hermoso ver a papás y mamás, que ya no son precisamente jóvenes, disfrazarse junto a sus hijos, volver por una noche a esa ilusión infantil y recorrer el barrio para pedir dulces? ¡Es simplemente maravilloso!
Sobre todo en una época donde los niños crecen con una pantalla en las manos, cada quien en su mundo, mientras los papás apenas tienen tiempo para conectar con ellos. Así que, si Halloween nos da la excusa para salir juntos y reírnos un rato, ¿cuál es el problema?
Por otro lado, sí, el Día de Muertos es nuestra tradición, y su belleza no se diluye porque los niños también se disfracen de catrinas y diablos. Que esta tradición se está “contaminando” con Halloween, dicen algunos.
Pues a mí me parece fantástico que en un mismo fin de semana los niños vivan experiencias diferentes y que, al día siguiente, participen en el ritual de la ofrenda, porque hay algo más significativo ahí que no podemos pasar por alto: recordar a los que ya no están y, en esa misma celebración de los muertos, celebrar a los vivos.
Es verdad, la tradición del Día de Muertos tiene su propio lugar y propósito, y nadie la está quitando. Tampoco se trata de sustituir una celebración con otra, sino de permitir que ambas existan, que ambas nos den algo.
Vivimos en un país donde cada vez estamos más ocupados, y cualquier oportunidad de reunir a la familia y darnos una pausa para convivir es valiosa. Entonces, dejemos de lado los dogmas, porque esas viejas ideas de “lo tradicional” tampoco eran tan inclusivas.
¿No es esa misma tradición que muchos defienden la que nos dejó de herencia que las mujeres éramos las “señoras de la casa” mientras los hombres festejaban? Claro que sí.
Los tiempos cambian, y eso es algo bueno. Lo tradicional de verdad no son las costumbres estáticas sino el hecho de compartir en familia, de reírnos juntos, de recordar a quienes ya no están, y de celebrar a quienes aún tenemos a nuestro lado.
Y si este fin de semana implica pedir dulces una noche y poner una ofrenda la otra, pues celebremos cada momento. Porque lo más bonito de estas fechas es que, entre tanto esqueleto y catrina, podemos recordar que la vida sigue, y que tenemos con quién compartirla.
La chica única