Por Ricardo Caballero
Siempre tenemos cerca o lejos, vivos o muertos, livianos o pesados, reales o imaginarios, despertares ajenos al sueño, acontecimientos dubitantes, que guían pasos y representan luz de devenir.
Seres en blanco e inyectados de paraíso corporal, renacemos e imaginamos aun sin nacer e imaginar en inicial presencia abortada.
Nacemos sin saber ni darnos cuenta si llegamos del vientre o costado de alguna entidad y llegamos a la luz cuya precisión escapa al entendimiento que inicia.
Pero dejamos de ser sombras pues preexistimos en el amor que es concepción, vigila, centro que atañe, cómoda que guarda y protege de susto si llevamos pérdida.
Somos el venir de un flujo sin destino y sin tiempo, pues somos un tiempo desangelado y miope, un tiempo en el que no hay inicio y fin sino pura continuidad absurda.
Ráfaga sin figura ni color ni contornos entregamos un figurar que comienza pero no es un distinguir, ni siquiera un nombre.
Estar al abandono se convierte en peligrar de un futuro inaudible, un presente infiel y un pasado atado a la voluntad de unos cuantos deberes.
Como una representación desdibujada es la quimera que enciende el sueño, un sueño desfondado, sin ritmo ni trama, la historia de una historia aun ahistórica.
Arrojados sin beneficios ni andares arrastramos como peces los diminutos ecos encristalados en un arte inseguro de música arrítmica, de pares y nones indispuestos, la voluntad que no decide.
Apariencia de un vacío que crece con la incredulidad de lo más pequeño que hace a lo grande su deudor, su base y cenit, el proyecto que se autoproyecta.
Salir al mundo nos asimila al amor y nos capacita para entenderlo, definirlo más tarde, posteriormente ultrajarlo y en el final perseguir su gloria e infinitud.
Dejar la semejanza y atar lo inédito al espacio tiempo y al lugar rostro, impávidos escenarios que mortuoriamente perfilarán la doncellez de ser.
Objeto de violencia creadora en cuyo centro cada ser se pierde y desaparece porque está escondido, inerme y lastimado, asustado por ese yo abundante.
Pintura acéfala que en su mediocridad antepone lo medio a lo espacioso, lo regular a lo total, lo ancestral a lo divino.
Despertar en blanco y un blanco despojado de formas, deshilvanado, descubierto en sus miembros sin esencia ni nombre, desfondado de color y negrura.
Trayectoria del no que soluciona todo sí, o un si condicional simple, como el beso que traslapa en la historia laberíntica del que despierta sin que sepa si ese despertar es del sueño o del poder divino de lo que inicia siendo un nada.
Mi correo es ricardocaballerodelarosa@gmail.com