Era un emperador cuyo único hijo creía siempre en la lealtad y bondad de todas las personas que conocía. Entonces para moderar la propensión de juzgar bien a todos los que le rodeaban y a fin de prevenirle de los peligros de confiar a ojos cerrados en la gente, su padre ideó un plan para que el príncipe entendiera que el mundo es un vasto campo de batallas donde luchan intereses contra intereses. Siguiendo con la historia les compartiré textualmente la última parte de este cuento corto dirigido al público infantil: “La moneda del mundo” de la escritora española Emilia Pardo Bazán.
Entonces el padre le decía a su vástago:
“-Eres príncipe, eres mozo, eres gallardo…y por eso juzgas así. Mas yo, como padre, debo abrirte los ojos y que te sirva de algo mi experiencia. Sométete a una prueba… Ponte al cuello este amuleto mágico, y ve recorriendo las casas de tus mejores amigos… y amigas. Pregúntales si te quieren de veras y pídeles una moneda en señal de cariño”.
“Obedeció el príncipe, y a la tarde regresó a palacio con un saco de dinero tan pesado, que lo traían entre dos pajes.
“–Ahora –mandó el emperador– que has recogido fondos, disfrázate de artesano o de labriego y vete por esos caminos, pagando tus gastos con las monedas que te dieron hoy”.
“Cumplió el príncipe la orden y salió solo y en humilde traje, llevando en el cinto, bolsa y calzas el dinero de su colecta. En la primera posada donde paró ya quisieron apalearle por pretender pagar con moneda falsa… En la segunda, le apalearon de veras. Y en la tercera, echóle mano la Santa Hermandad, por falso monedero; hasta que, compadecidos de sus lágrimas, le soltaron los cuadrilleros en una aldea, donde resolvió no presentar más el dinero de sus amigos… y amigas y regresar a palacio pidiendo limosna”.
“Cuando llegó ante su padre, y éste le vio tan pálido, tan deshecho, tan maltratado y tan melancólico, le preguntó con aire de victoria:
–¿Qué tal la moneda del mundo?”
“–De plomo, padre… Falsísima… Pero lo que yo lloro no es esa moneda, sino otra de oro puro que también perdí.”
“–¿Cuál, hijo mío? –Mis ilusiones, que me hacían dichoso -sollozó el príncipe; y mirando a su padre con enojo y queja, se retiró a su cuarto, en el cual se encerró para siempre, pues de allí sólo salió a meterse cartujo, quedándose el imperio sin sucesor”.
Este cuento corto, es uno de los más de 500 que escribió esta escritora nacida en 1851 en La Coruña, España (quien también escribió novela y obras para teatro) y que nos deja una profunda reflexión en torno a la ambigüedad de la vida, no todo puede ser color de rosa, pero tampoco podemos andar desconfiando todo el tiempo; si fuera el caso de esto último, nuestras ilusiones quedarían devastadas y nos desencantaríamos de la vida misma.
En el príncipe tal fue el impacto y desilusión que le causó el engaño y estafa de quien creía sus amigos que prefirió meterse de religioso. El enojo con el padre por haberle mostrado la cruel realidad, es también un tema de profunda reflexión y nos lleva cuestionarnos sobre lo dura que puede ser la verdad hasta el punto de provocar una conmoción en la persona.
En lo que compete a los padres es nuestro deber mostrar a los hijos la realidad de la vida, que al igual que en el cuento cuando tenemos una desilusión ya nada vuelve a ser igual. Para su servidora ver lo mejor de cada quien, resguardando nuestra integridad y sobre todo analizar bien si la relación con tal o cual persona nos permitirá crecer o por el contrario dejarnos un aprendizaje del tal vez no podamos reponernos, sería la lección de este bello cuento cuya autora vale la pena conocer.
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