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La conmemoración de los fieles difuntos, comunión y encuentro con Dios y con los que han partido

El enigma de la muerte humana

Por: Pbro. Alejandro Hernández Bautista

La muerte de nuestros seres queridos no sólo es un hecho puramente biológico, como si sólo fuera la perdida funcional de su organismo y nada más, sino además, es algo más profundo y sobrenatural, pues su alma se separa de su cuerpo para ir al encuentro de Dios. Esta muerte física, hace que la permanencia, nuestra y la de nuestros amados, sea temporal y fugaz; que así como hoy estamos en el mundo mañana dejaremos de estar. Nuestras vidas están medidas por el tiempo y como en todos los seres vivos de la tierra, aparece la muerte como terminación normal de la vida (Cfr. CEC, 1007).

Así, ante la muerte física natural nadie puede escapar, ni nuestros amigos, familiares o conocidos. La muerte toca lo más hondo de las personas, conmueve hasta las lágrimas por la pérdida de la persona amada. El amor hace que la perdida se lamente, produciendo tristeza y dolor; es la soledad que queda de una compañía que hubo.

Después de la muerte la vida continúa de una forma espiritual

Sin embargo, aun cuando la muerte de los que amamos es desgarradora, para resucitar con Cristo es necesario morir con Cristo, como bien afirma la carta de san Pablo a los Filipenses: «Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia» (Flp 1,21). Si hemos sido incorporados a Cristo por el Bautismo, entonces la muerte perfecciona esta incorporación. «En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí» (CEC, 1011). Por ello, con la muerte la vida no termina, sino se transforma y adquiere un lugar en la morada eterna. Vivir en el cielo es estar con Cristo, esta es la recompensa que está reservada para todos los que nos han precedido y para los que aún nos encontramos en la tierra.

Frente a esta realidad cristiana y humana, la Iglesia nos consuela y nos da la esperanza de que todos nuestros hermanos que han muerto, Dios los resucitará en el último día para la vida eterna. La muerte física es solo una puerta que conduce al encuentro con Dios. El dolor por la muerte de alguien cercano es superado mediante la fe en la resurrección.

Entonces ¿Los fieles difuntos pueden venir a la tierra?

Pero, mientras no llega ese día en el que nuestros seres queridos resuciten ¿Es verdad que nuestros familiares que ya murieron nos visitan? Cómo puede pasar esto, si ellos ya están en otra realidad sobrenatural.

La Iglesia siempre ha honrado la memoria de los difuntos y ofrece el sacrificio eucarístico en su memoria; recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos para que se purifiquen (Cfr. CEC, 1032). San Juan Crisóstomo decía que las ofrendas y las plegarias socorren y consuelan a los que ya han partido (Cfr. En primera carta a los Corintios homilía 41,5). Nuestros hermanos no están definitivamente muertos, solo duermen a la espera de la resurrección.

La conmemoración de los fieles difuntos «nos ayuda a recordar a nuestros seres queridos que nos han dejado, y a todas las almas que están en camino hacia la plenitud de la vida» (Benedicto XVI, Ángelus, 2011). En esta conmemoración, la Iglesia reconoce la comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo: la Iglesia triunfante, purgante y militante. La oración por nuestros difuntos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión por nosotros (Cfr. CEC, 958). En la celebración eucaristica, la Iglesia manifiesta su comunión con los difuntos, pide que sean purificados de sus pecados y que sean admitidos en la vida eterna. Así celebrada la Eucaristía la comunidad de fieles aprenden a vivir en comunión con quien se durmió en el Señor y orando luego por él y con él (Cfr. CEC, 1689). Por lo tanto, los vivos nos mantenemos siempre en comunión con ellos.

Este día nos recuerda que todos tendemos hacia otra vida, más allá de la muerte. La Iglesia enseña que los que están con Dios, no necesitan nada material; Dios les da la felicidad verdadera y el descanso eterno, donde no hay dolor, enfermedad y sufrimiento. Su estado de vida es distinto al de los vivos: el saber que están mejor que nosotros nos llena de alegría; porque si no fuera así, nuestro sufrimiento sería eterno, por la incertidumbre de no saber qué pasa con ellos después de la muerte. Ellos no vienen bajo una figura humana, ni tampoco necesitan saciar su hambre, Cristo les ha reservado un lugar en el paraíso eterno, de donde no hay regreso a la tierra, porque ahora han alcanzado lo que siempre habían esperado: unirse a Dios.

El día de los fieles difuntos, una jornada de oración por los difuntos

Finalmente, la conmemoración de los fieles difuntos además de tener un valor litúrgico en la Iglesia, tiene un valor profundamente humano y significativo, ya que los fieles recuerdan a sus difuntos con amor y respeto. Por medio de altares, muchos fieles honran a sus seres queridos que ya partieron de este mundo. De esto modo, el recuerdo de aquellos que han formado parte de sus vidas prevalece sobre el olvido, quebrantando el propio abismo de la muerte que los separa y haciendo de ellos una presencia viva en el altar que se ofrece. Esta rica tradición congrega a cientos de fieles que hacen memoria de sus difuntos, generando consuelo y tranquilidad en los fieles que viven amándolos. De ahí que, esta tradición hay que promoverla como un momento de oración por nuestros difuntos para que alcancen la presencia de Dios. Es una ocasión para honrar a las personas que ya han fallecido, a través de ofrendas y oraciones, para hacer de una tradición humana una celebración divina que nos lleva al encuentro con Dios.

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